Tras haber visto en el artículo anterior, cómo Jesús, la palabra de Dios, se encontraba junto a él, veremos ahora su bajada del cielo, el paso de estar junto al padre a encarnarse por la salvación de todos. Para ello, Dios se encarna en el seno de María por obra de su Espíritu.
¿Qué supone la Encarnación y virginidad de maría en nuestra vida cristiana?
Desde la antigüedad, encontramos muchos relatos sobre el nacimiento de un Dios del seno de una virgen. Por todos son conocidos muchos cuadros famosos, de pintores como Rembrandt o Tiziano, en los que encontramos reflejada la famosa historia de la mitología griega de Dánae, que tanto nos ha confundido. El padre de la joven, tras escuchar un oráculo que decía que su nieto lo mataría, encerró a su hija en una cámara. Sin embargo, el dios Zeus, en forma de lluvia dorada logró procrear con la chica, de la que nacerá más tarde el famoso Perseo.
Podríamos decir incluso que cuando los evangelistas intentan narrar el nacimiento de Jesús, al no tener muchos datos históricos, se remontan a la tradición hebrea, de ahí las muchas similitudes con la historia de Moisés. De hecho, sólo cuentan este nacimiento Mateo y Lucas, que beben del primer evangelio, el de Marcos, que no habla nada de la natividad.
Si poco hablan los evangelios sobre el nacimiento, menos aún hablan sobre la virginidad de María. San Pablo, cuando en su carta a los Gálatas habla de la procedencia de Jesús dice: “nacido de una mujer, nacido bajo la ley”. Ni siquiera menciona nada sobre la virginidad.
Quizás el miedo aparente que la sociedad y la Iglesia han tenido y tienen sobre el tabú de la sexualidad ha llevado a interpretaciones demasiado ingenuas y dogmáticas sobre la encarnación y la virginidad, dos grandes misterios asombrosos, que no debemos reducir a dos historias aparentemente mitológicas. ¡Qué pena quedarnos en la superficialidad de dos historias que contienen una verdad mucho más profunda!
La primera es que Jesús es el hijo de Dios, centro de nuestra fe (“por obra del espíritu Santo se encarnó”), y la segunda que fue humano como nosotros (“nació de Santa María Virgen”).
Como vimos en artículos anteriores, la iglesia primitiva tiene que hacer frente a muchas sectas que negaban la humanidad de Jesús. A pesar de ello, para los primeros padres, Jesús es hijo de María, no solo como mero paso a la tierra, sino verdaderamente concebido por ella. Por tanto, llegamos a la conclusión es que María fue la madre real de Jesús. Sin embargo, su maternidad no fue la común, sino que fue virgen. ¿Cuánta importancia tiene la virginidad, que hasta para referirnos a María los cristianos decimos la Virgen?
María fue virgen de cuerpo y de espíritu, por la ausencia de relaciones para la concepción y por la libertad en la decisión. Aunque la virginidad de María nace en el credo, como hemos dicho, por la humanidad de Jesús, el hecho se ha convertido en una de las polémicas más importantes en la Iglesia. De hecho, una de las preguntas más comunes de un no creyente es: ¿Cómo es posible que Jesús naciera de una virgen?
Aunque es un misterio de la fe, podemos decir que esta concepción de María como virgen está unida a la concepción de Jesús como hijo de Dios. Jesús no tiene un padre humano, sino que es Dios. Jesús desde que es concebido es el Hijo de Dios. Esta concepción extraordinaria solo podría ser realizada por Dios, por obra del Espíritu Santo, en la historia de la Salvación.
No debemos quedarnos con el hecho de la concepción virginal como un hecho meramente biológico al que no podemos dar una respuesta, sino como el sí incondicional de María a Dios para actuar de manera activa en su plan de salvación.
¿Qué importancia tiene maría en la vida del creyente?
Desde que el Concilio de Éfeso, en el 431, llamó Madre de Dios (Theótokos) a María de Nazaret, se le da una importancia vital a María, que desde el principio de los tiempos los primeros cristianos en la oración Sub tuum praesidium la llamaron madre. Aunque hemos intentado ver mediante la virginidad de María, una de la causas de su ser Madre de Dios, debemos ahora mirar cuáles son las consecuencias de esta maternidad para nuestra vida de creyentes.
Los cristianos tienen a María como modelo y madre. Ella es la primera cristiana y la más perfecta. El Concilio Vaticano II, más que hacer hincapié en la concepción y el parto, se fijan en las implicaciones que conlleva esta maternidad:
- La libertad de María: ella nos enseña que para ser cristiano tenemos que sentirnos libres. Dios no ha venido a imponernos nada, sino su misericordia y ternura. El cristiano que es esclavo no es un verdadero creyente en Jesús. Porque él no vino a darnos unas leyes, sino a decirnos que el amor de Dios es lo único que puede colmar de felicidad la vida de una persona.
- Su disponibilidad a la voz del Espíritu: ante este amor tan grande el cristiano corre siempre el riesgo de asumir el plan de salvación que Dios le tiene preparado. Para ello debería estar siempre disponible a la voz de su espíritu, en actitud de discernimiento.
- Su vida de fe: María nos enseña, con su vida humilde y sencilla, que es posible vivir la fe, a pesar de todas las dificultades.
- Su amor al prójimo: si no somos capaces de derramar en los demás este amor infinito que Dios nos ha regalado a cada uno de nosotros, vana es nuestra fe.
¿Qué significa la salvación?
Ya que estamos hablando de la Virgen y de la salvación, me gustaría empezar con un ejemplo que siempre me ha llamado la atención y que nunca me ha gustado. En algunas predicaciones he escuchado este pequeño “chiste”: Dicen que en el cielo, Jesús llega a la puerta y le pregunta a San Pedro sobre cómo es posible que haya tanta gente en el cielo. El apóstol le responde: Seguro que ha sido tu madre. En otras ocasiones historias parecidas donde cuentan que María cuela en el cielo a personas que no entrarían. Y siempre me venía la misma pregunta: entonces, ¿no es Dios tan infinitamente misericordioso, que hace falta que la virgen nos meta “a escondidas” en el cielo?
Esto me demuestra de nuevo la superficialidad con la que vivimos la fe. Como si tuviéramos que ganarnos algo que nos ha sido regalado gratis. Estamos siempre en esta vida comparándonos, viendo quienes son los buenos y quienes los malos, los que se salvan y los que se condenan, e incluso haciendo trampas a través de María. María participa en el plan de salvación de Dios junto a su hijo. Pero no se contrapone a los designios amorosos de su hijo, sino que se apoyan mutuamente. ¿Cuándo vamos a darnos cuentas de que el amor de Dios es inconcebiblemente grande y vamos a dejar de jugar con el don que nos ha regalado gratuitamente?
La salvación no es otra cosa que el encuentro con Dios, que es capaz de colmar una vida entera de felicidad. El encuentro con este misterio revelado en Jesús en su bajada de los cielos, es el encuentro con un amor capaz de romper las ataduras que nos amargan la vida, es el encuentro con una misericordia infinita que a pesar de nuestras miserias es el motor que nos vuelve a dar vida.
No se trata solo de ir al cielo o al infierno. La salvación la vivimos aquí y ahora, y se verá concluida cuando nos encontremos definitivamente con Dios después de la muerte. Esta salvación, que es el encuentro con Dios en nuestra vida diaria, es un don, es un regalo que se nos da gratis, pero que nos exige una respuesta coherente de aquel que verdaderamente ha experimentado ese amor de Dios, esa liberación que Jesús realiza en la historia personal de cada uno.
No sabemos cómo será tras la muerte, porque nadie vivo ha visto a Dios. Sí sabemos cómo es ahora, porque experimentamos la fuerza salvífica de Dios en la vida cotidiana personal.