El mundo escuchó con atención las primeras palabras del nuevo pontífice, León XIV, pronunciadas con un tono profundamente espiritual, sereno y lleno de esperanza. Su primer discurso no sólo marcó un estilo propio, sino que dejó entrever las grandes líneas que definirán su pontificado. A continuación, exploramos las principales expectativas tras esta intervención inaugural.

La búsqueda de la paz

León XIV inició su mensaje con el saludo clásico de Cristo resucitado: «¡La paz esté con vosotros!», y lo repitió como un deseo universal. Describió la paz como una fuerza humilde y desarmante, proveniente de Dios. Esta visión resuena en un mundo herido por conflictos, polarización y violencia, donde su llamado a una “paz desarmada” señala una prioridad clara: ser un mensajero de reconciliación entre pueblos, religiones y culturas.

Avance y desarrollo

Aunque no habló directamente de desarrollo económico o científico, su referencia a caminar juntos hacia “la patria que Dios nos ha preparado” y su énfasis en el diálogo y la justicia social dejan abierta la expectativa de un papa que promueva un desarrollo humano integral. Se percibe una voluntad de avanzar sin miedo, con Cristo como luz, hacia una humanidad más justa y fraterna.

Construir puentes

Uno de los conceptos clave del discurso fue la construcción de puentes. León XIV habló del Evangelio como puente hacia Dios, e invitó explícitamente a construir puentes “con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo”. Esta visión implica un compromiso con la cultura del encuentro, promovida también por Francisco, y una Iglesia que dialogue tanto dentro como fuera de sus muros.

Una Iglesia misionera

León XIV se definió como discípulo y misionero, heredero de la tradición agustiniana. Recordó su identidad como pastor que camina con el pueblo, citando a San Agustín: “Con vosotros soy cristiano y para vosotros obispo.” El papa se presenta como un obispo misionero, que quiere una Iglesia en salida, presente en las periferias y abierta a la acción del Espíritu.

Una Iglesia para todos

Como Francisco, León XIV insistió en que la Iglesia debe estar abierta a todos, y comparó simbólicamente la Plaza de San Pedro con unos brazos extendidos. Habló de acoger a “todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor”. Esta universalidad se traduce en una Iglesia inclusiva, sensible a las necesidades humanas y abierta al que busca, al que sufre, al que se ha alejado.

Caminar en sinodalidad

“Queremos ser una Iglesia sinodal”, afirmó con claridad. Esta frase confirma la continuidad con el proceso de sinodalidad iniciado por su predecesor. León XIV no concibe un liderazgo autoritario ni verticalista: desea una Iglesia que camine junta, donde se escuchen todas las voces, especialmente las de los más débiles.

Doctrina social: la herencia de León XIII

La elección del nombre León XIV no es casual. Es imposible no recordar a León XIII, autor de Rerum Novarum y considerado el padre de la doctrina social de la Iglesia. El nuevo pontífice parece querer retomar esa línea, especialmente al subrayar el valor de la justicia, la paz y la cercanía a los que sufren. Se espera de él una renovación de la doctrina social, aplicada a los desafíos del siglo XXI: la desigualdad, la ecología, el trabajo, y la migración.

Continuidad con Francisco

El nuevo papa agradeció explícitamente al papa emérito Francisco, evocando su voz “débil pero siempre valiente”, y ofreciendo una continuidad evidente con su legado. Si León fue el compañero de San Francisco de Asís, León XIV se perfila como compañero espiritual de Francisco, caminando en la misma dirección: la de una Iglesia pobre para los pobres, alegre, dialogante y profética.

Conclusión

León XIV inicia su pontificado con un mensaje claro: no comienza algo nuevo en ruptura con el pasado reciente, sino que desea dar continuidad y profundizar una reforma ya en marcha. Su tono pastoral, su apertura al mundo, su mística agustiniana y su énfasis en la sinodalidad y la paz apuntan hacia un pontificado marcado por la esperanza, la unidad y la misión.

¡La paz esté con todos vosotros! Queridísimos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz entrara en nuestro corazón, alcanzara a vuestras familias, a todas las personas, dondequiera que estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con vosotros!

Esta es la paz de Cristo Resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente. Aún conservamos en nuestros oídos esa voz débil pero siempre valiente del papa Francisco que bendecía a Roma. ¡El papa que bendecía a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero, aquella mañana del día de Pascua! Permitidme dar continuidad a esa misma bendición: ¡Dios nos quiere, Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá! ¡Estamos todos en las manos de Dios! Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz. La humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por Dios y su amor. Ayudadnos también vosotros, luego los unos a los otros, a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al papa Francisco!

Quiero agradecer también a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser sucesor de Pedro y caminar junto a vosotros, como una Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros. Soy hijo de San Agustín, agustino, que dijo: “Con vosotros soy cristiano y para vosotros obispo.” En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.

¡A la Iglesia de Roma, un saludo especial! [aplausos]Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a acoger como esta plaza con los brazos abiertos. Todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor.

(PARTE EN ESPAÑOL) Y si me permitís también, una palabra, un saludo a todos aquellos y en modo particular a mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo (FIN DE LA PARTE EN ESPAÑOL).

A todos vosotros, hermanos y hermanas de Roma, de Italia, de todo el mundo, queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cerca especialmente de quienes sufren. Hoy es el día de la Súplica a la Virgen de Pompeya. Nuestra Madre María quiere siempre caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor.

Entonces, quisiera rezar con vosotros. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo, y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre.

Discurso completo en español

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