El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica «Gaudete et Exsultate», hace resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual. Este llamado no es una existencia mediocre, aguada o licuada, sino la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. El Señor llama a cada uno de nosotros, y nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor».

Una idea central del Magisterio del Papa Francisco sobre la santidad es que no es algo reservado solo para obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. Es la santidad «de la puerta de al lado», la de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios: padres que crían con amor a sus hijos, hombres y mujeres que trabajan, los enfermos, religiosas ancianas que siguen sonriendo. Se encuentra en la constancia de seguir adelante día a día.

La santidad, en el fondo, es «la caridad plenamente vivida». Se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Crece con pequeños gestos cotidianos de amor, como no hablar mal de nadie, sentarse a escuchar a un hijo cansado con paciencia y afecto, detenerse a conversar con un pobre con cariño, o rezar el rosario con fe en un momento de angustia. A veces implica vivir lo ordinario de manera extraordinaria.

Sin embargo, el Papa Francisco advierte sobre dos sutiles enemigos que pueden desviar del camino de la santidad: el gnosticismo actual y el pelagianismo actual. El gnosticismo es una fe encerrada en el subjetivismo, que valora el conocimiento intelectual sin encarnación, incapaz de tocar la carne sufriente de Cristo en los otros. Pretende reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría que busca dominarlo todo. El pelagianismo, por otro lado, confía solo en las propias fuerzas y capacidades humanas, olvidando que la justificación viene por la gracia del Señor que toma la iniciativa. Se manifiesta en la obsesión por la ley, la autocomplacencia, o el elitismo, gastando energías en esto en lugar de dejarse llevar por el amor de Dios para comunicar el Evangelio.

Jesús explicó con sencillez qué es ser santos al dejarnos las bienaventuranzas, que son como el carnet de identidad del cristiano. Ser feliz o bienaventurado pasa a ser sinónimo de santo. Las bienaventuranzas van a contracorriente del mundo y requieren la potencia del Espíritu Santo para vivirlas. Especialmente relevante es la bienaventuranza de los misericordiosos. El Papa Francisco subraya el «gran protocolo» del juicio final (Mateo 25, 31-46), donde seremos juzgados por la misericordia mostrada a los necesitados. Reconocer a Cristo en los pobres y sufrientes es el corazón del Evangelio y revela el mismo corazón de Cristo. No se puede entender la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad humana.

Entre las notas de la santidad en el mundo actual, el Papa destaca algunas manifestaciones del amor a Dios y al prójimo. Estas incluyen el aguante, la paciencia y la mansedumbre ante las contrariedades y agresiones, que no son debilidad sino verdadera fuerza. También resalta la alegría y el sentido del humor; el santo es capaz de vivir con alegría e iluminar a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Finalmente, menciona la audacia y el fervor (parresía), que es el empuje evangelizador que nos lleva a comunicar la verdadera vida y a ir a las periferias sin ser paralizados por el miedo.

La santificación es un camino comunitario, de dos en dos; nadie se salva solo. Vivir o trabajar con otros es un camino de desarrollo espiritual. La comunidad, al preservar los pequeños detalles del amor, se convierte en lugar de la presencia del Resucitado.

Finalmente, la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración constantey la adoración. El santo es una persona con espíritu orante que necesita comunicarse con Dios y sale de sí en la alabanza y contemplación. No se cree en la santidad sin oración. La oración no es una evasión del mundo, sino que alimenta la presencia de Dios en nuestra vida y nos ayuda a discernir sus caminos. La vida cristiana es un combate permanente, y para reconocer los caminos de Dios es indispensable el discernimiento, que es un don que hay que pedir.

El Papa Francisco nos anima a no tener miedo de la santidad. No nos quitará fuerzas, vida o alegría; al contrario, nos hará más vivos y fieles a nuestro propio ser, pues es el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de la gracia. Dios tiene un proyecto único para cada uno, y la vida entera de un cristiano se concibe como una misión inseparable de la santidad. Se trata de dejarse transformar y renovar por el Espíritu.

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