Como cada 31 de enero, hoy también celebramos la santidad de Don Bosco. Él se dejó inundar por la gracia de Dios y ser instrumento de su bondad. Es por eso, que podemos decir hoy que Dios fue capaz de hacer de él un sembrador como Él. El evangelio de la parábola del sembrador (Marcos 4,1-20) encuentra un reflejo luminoso en la vida y misión de Don Bosco, quien, como un incansable sembrador, dedicó su existencia a esparcir la semilla del amor de Dios en los corazones de los jóvenes. En sus manos, los terrenos más áridos y olvidados se convirtieron en campos fértiles, donde floreció la esperanza.

Contemplar la santidad de Don Bosco es ver la imagen del sembrador que, con los pies en la tierra y los ojos en el cielo, camina entre los jóvenes, para dejar caer entre ellos las semillas de la Palabra de Dios. En cada mirada triste, en cada corazón herido por el abandono, veía no un terreno pedregoso, sino la promesa de una tierra buena, capaz de dar frutos abundantes con el cuidado apropiado. No discriminó terrenos, sino que sembró a lo largo del camino, entre rosas y espinas, y hasta en los lugares donde la roca parecía impermeable. Porque para Don Bosco, cada joven, incluso el más perdido, tiene un punto accesible al bien, es decir, un espacio donde sembrar la Palabra.

Don Bosco supo ver en los diversos terrenos de los jóvenes una oportunidad

En el Oratorio de Valdocco don Bosco supo acoger a todo tipo de jóvenes. No se dejó amedrentar por la dureza del terreno, sino que supo ablandar el terreno de aquellos corazones endurecidos por la indiferencia y el abandono. Don Bosco no se detuvo en la dureza de la superficie, sino que supo mirar más allá, transformando con amor y sin prejuicios el corazón de sus muchachos, dándo siempre una nueva oportunidad. Cuenta el mismo en sus memorias que una tarde de mayo de 1847, al anochecer, se presentó un muchacho de unos quince años completamente empapado. Pedía pan y alojamiento. Mamá Margarita, que llevaba ya casi un año viviendo con él, lo recibió en la cocina, lo acercó al fuego y le dio algo de sopa. Don Bosco, a pesar de que ya algunos le habían robado tras permitirle dormir allí, aconsejado por su madre, permitió que el chico se quedará. Fue cuando una tarde lluviosa de mayo de 1847 apareció un muchachito de unos quince años, completamente mojado. Pedía un pedazo de pan y alojamiento. Mi madre lo llevó a la cocina, cerca al fuego y, mientras se calentaba y secaba la ropa, le dió sopa y pan para que comiese alguna cosa. Entre tanto le fui preguntando si ya había comenzado la escuela, porsus padres y en qué trabajaba. Aquella noche Mamá Margarita inició por primera vez las buenas noches y Don Bosco comenzó su internado.

La pedagogía del amor: Amorevolezza

Don Bosco no improvisó, sino que preparó el terreno, y lo hizo con una pedagogía concreta, la amorevolezza salesiana. Su sistema preventivo, basado en la razón, la religión y el amor, fue como un arado que removía las raíces de aquellos jóvenes en desesperación y abrió surcos para que entrara la gracia de Dios en sus corazones. Él no veía a los jóvenes como casos perdidos, sino como almas necesitadas de orientación. Su pedagogía del amor fue como esa lluvia suave que ayudó a nutrir las semillas de fe en los corazones de los jóvenes. De aquellas semillas sembradas por Don Bosco brotaron vocaciones que cambiaron el mundo. Jóvenes, como muchos de los animadores que se encuentran aquí hoy, que encontraron en su oratorio un lugar donde crecer. Muchos se convirtieron en sacerdotes y educadores, y en miembros de la familia salesiana. Como en el evangelio, su cosecha fue del treinta, del sesenta, y del ciento por uno, mucho más de lo que se podía esperar. Esos frutos continúan hoy en cada uno de nosotros, que como Don Bosco queremos ser sembradores de esperanza.

Adelante siempre adelante

En Don Bosco, la parábola del sembrador cobra vida. Su historia nos enseña que la misión de sembrar requiere dedicación, sacrificio y fe. Pero sobre todo nos recuerda que para Dios ningún terreno es demasiado duro, y que, con el cuidado adecuado, incluso las personas más heridas pueden florecer. Don Bosco es el sembrador que creyó en la tierra buena de cada joven, que apostó por la cosecha que solo el amor puede producir. Él escuchó esta llamada del Señor y respondió con su vida entera, dejando un legado que sigue dando frutos. Hoy Don Bosco nos mira a cada uno de nosotros, y nos dice una de las últimas frases de su vida, pronunciada el 28 de enero de 1888, poco antes de morir: Adelante, siempre adelante. Hoy Don Bosco nos invita a mirar el futuro con esperanza y hacer realidad su sueño: que los jóvenes se sientan amados y sean capaces de vivir una vida en plenitud.

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