La vida de Giovanni di Pietro Bernardone, más conocido como San Francisco de Asís, es un relato fascinante que se entrelaza con la historia espiritual y cultural de la Europa medieval. Nacido en 1182 en el seno de una familia acomodada de mercaderes, Francisco tuvo un inicio de vida lleno de privilegios y comodidades. Sin embargo, su existencia dio un giro radical a medida que se enfrentó a desafíos personales y sociales, que lo llevaron a cuestionar el significado del verdadero éxito y la riqueza. Desde su juventud como un próspero comerciante hasta su dramática conversión espiritual y su búsqueda de la simplicidad y la conexión con la naturaleza, la vida de Francisco refleja un viaje de transformación profunda. Este artículo explora los momentos clave que moldearon su identidad, desde su encarcelamiento en Perugia hasta su encuentro con Cristo en la iglesia de San Damián, ilustrando cómo estos eventos lo llevaron a convertirse en uno de los santos más venerados de la historia cristiana.

Giovanni di Pietro Bernardone

Si hicieran una encuesta donde nos preguntaran si conocemos a Giovanni di Pietro Bernardone, seguramente la perplejidad inundaría nuestra mente. Pero si nos dijesen que es el nombre de pila de San Francisco de Asís, todo cobraría sentido de inmediato. Francisco nació en Asís en 1182, en una de las familias más ricas de mercaderes de telas. Es el primogénito de Pietro Bernardone dei Moriconi y la noble Joanna Pica de Bourlémont. Su hermano menor se llama Ángel.

Formación juvenil

Aunque el mismo se describe como idiota e ignorante, lo cierto es que recibió no solo formación de su padre como mercader, sino que aprendió a leer y a escribir en la Iglesia parroquial de San Jorge. Con 14 años (1196) jura ante la nobleza de Asís e ingresa en el gremio de su padre, convirtiéndose en un hábil mayorista.

La cárcel de perugia y una larga enfermedad

La alegría y espíritu vividor de su nueva vida adulta, que comenzaba a los 14 años, se ve trastocada por una serie de guerras en la ciudad. En 1202 fue encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Allí estará un año, hasta que en noviembre de 1203 logran un pacto. La enfermedad en la que cae tras el regreso corre en parelelo al anterior esplendor de su ciudad natal. Ambos, como si de un proceso de purificación se tratase, entran en una gran oscuridad.

En búsqueda: de Espoleto a Asís

En su viaje hacia una nueva guerra en Apulia en 1205, Francisco escucha una voz interior en Espoleto que le insta a regresar a Asís. Ya no era el mismo. El joven alegre y vividor se ha convertido en un hombre silencioso y meditativo, cuya vida parece haber tomado un rumbo nuevo, donde la búsqueda de un nuevo sentido de su vida dejaba atrás su glorioso pasado.

1205: “Francisco, vete y repara mi iglesia”

El cambio interior que se estaba produciendo en él, había dado marcha a un proceso de conversión imparable. Tras su regreso a Asís, en la segunda mitad del año, van a darse una serie de hechos que van a dar inicio a su camino de encuentro con el Señor.

Peregrinación a Roma con su familia y amigos

Francisco, impactado por la opulencia con la que se vivía en Roma, arroja en la tumba de San Pedro todo el dinero que llevaba para el viaje, intercambia su ropa con un mendigo y se sienta a mendigar con ellos.

El abrazo a un leproso

Mientras cabalgaba se encontró con un leproso que no podía hacerse a un lado debido a la estrechez del camino. Francisco bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano.

Encuentro con el Cristo de san Damián

En la iglesia de San Damián, que estaba en ruinas, tiene una experiencia mística ante la imagen de Cristo crucificado, donde escucha: “Francisco, vete y repara mi iglesia, que está cayendo en ruinas”. Giotto, en uno de sus frescos de la Basílica superior de Asís, representa esta escena donde los ojos del santo se vuelven a Jesús con gran devoción en una súplica que se conoce como la oración ante el Crucifijo de San Damián:

“Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. Amen”.

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