Dirigida a los obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos, la exhortación es una invitación a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, frente a un mundo individualista y superficial encerrado en los propios intereses y sin entusiasmo [2]. Francisco invita a renovar el encuentro con Jesucristo y dejarse encontrar por Él que es siempre misericordia y nos lleva en sus brazos [3].  

Profundiza a continuación la alegría en la Biblia, presente en el Antiguo Testamento [4] como alegría de la salvación (Is 9,2; 12,6; 40,9; 49,13; Zc 9,9; Sof  3,17; Si 14, 11.14) y en el Nuevo Testamento [5] (Lc 1,28; 1,41.47; 10,21; Jn 3,29; 15,11; 16,20.22; Hch 2,46; 8,8; 13,52; 8,39; 16,34). Por fin, sentencia: Hay cristianos cuya opción parece ser la Cuaresma sin pascua [6]. De ahí que invita a permitir que la alegría de la fe comience a despertarse frente a la tentación de poner excusas en lugar de beber de la fuente del amor [7]. Gracias al encuentro con el amor de Dios somos rescatados de la autorreferencialidad [8]. 

La segunda parte de la introducción aborda la nueva evangelización, un bien que tiende a comunicarse [9] y nos lleva a decir con San Pablo: ¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio! (1 Co 9,16). La tarea de evangelizar es un dinamismo de la realización personal de la que se extrae que un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral, sino recobrar el fervor [10]. Es una evangelización siempre nueva [11], cuyo primado es de Dios [12] que se ha hecho encontrar en nuestra vida [13].

La Nueva Evangelización convoca a todos [15]. El papa propone las siguientes líneas: a) La reforma de la Iglesia en salida misionera, b) Las tentaciones de los agentes pastorales, c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza, d) La homilía y su preparación, e) La inclusión social de los pobres, f) La paz y el diálogo social, g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera [17].

En el capítulo primero, en el que nos detendremos brevemente trata sobre la transformación misionera de la Iglesia, que debe ser en salida y para todos [20-23]: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” [24]. 

Para ello apuesta por una pastoral de conversión [25] que necesita de una impostergable renovación eclesial [27] proponiendo una continuidad en la discontinuidad de la visión de la iglesia local [28-33]. 

El punto de partida es el corazón del evangelio que es la misericordia [34-38], pero sin mutilar el mensaje del evangelio [39], pero que se sepa encarnar en los límites humanos [40-43]: “El confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor” [44]. Su imagen de Iglesia en salida es la de una madre con el corazón abierto [46-50].

El capítulo segundo, titulado “En la crisis del compromiso comunitario” está dedicado al contexto [50] enfocándose en aquellas realidades que pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir [51]. Lo aborda desde dos puntos de vista:

  • Los desafíos del mundo actual [52-75]
  • Las tentaciones de los agentes pastorales [76-109]

Reconociendo el giro histórico de la humanidad, recalca la precariedad en la que viven muchos, a los que la alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen [52]. La propuesta es decir no a una economía de exclusión [53] de grandes masas de población que pasan hambre y son marginadas. Se posiciona frente a las teorías del “derrame” [54] que creen que el crecimiento económico logrará por sí mismo la inclusión, mientras se perpetúa la exclusión. 

Por eso invita a no idolatrar el dinero [55] denunciando cómo las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente y la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar, denunciando la autonomía absoluta de mercado capitalista [56]. Con la exclamación ¡El dinero debe servir y no gobernar! El papa alerta sobre cómo detrás de esta actitud se da un rechazo a la ética y a Dios [57-58]. Esta exclusión y la injusticia son causa de violencia, que nunca se van a solucionar siquiera con las armas, que crean conflictos peores [59-60]. 

Entre los desafíos culturales que destaca encontramos:

  1. Ataques a la libertad religiosa y persecución a los cristianos [61].
  2. Indiferencia relativista y crisis de ideologías [61].
  3. Predominio de lo exterior, lo inmediato, lo superficial, y lo provisorio [62].
  4. Deterioro de las raíces culturales debido a la globalización [62].
  5. Proliferación de nuevos movimientos religiosos, incluyendo algunos fundamentalistas y otros que proponen una espiritualidad sin Dios [63].
  6. Secularización que reduce la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado [64].
  7. Deformación ética, debilitamiento del sentido de pecado y aumento del relativismo [64].
  8. Superficialidad en la forma de plantear cuestiones morales [64].
  9. Dificultad para mostrar la coherencia de la Iglesia en algunas de sus enseñanzas [65].
  10. Crisis cultural profunda en la familia y fragilidad de los vínculos familiares [66].
  11. Matrimonio visto como una forma de gratificación afectiva más que como un compromiso total [66].
  12. Individualismo posmoderno y globalizado que lleva al debilitamiento de los vínculos interpersonales y desnaturalización de los vínculos familiares [67].
  13. Reaparición de diversas formas de guerra y enfrentamientos en algunos países [67].

Por ello llama a la necesidad de construir puentes y promover la paz, favorecido por el surgimiento de formas de asociación para la defensa de derechos y consecución de objetivos nobles [67].

Entre los desafíos de la inculturación de la fe encontramos:

  1. Reconoce una reserva moral y valores de auténtico humanismo cristiano presentes en algunos pueblos donde reconocer las semillas del verbo [68].
  2. Necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio cuidando y fortalecimiendo la riqueza cultural en países de tradición católica y promocionando procesos en paises de otras tradiciones o secularizados [69].
  3. Peligro de enfocarse en formas exteriores de tradiciones o revelaciones privadas en lugar de en una verdadera piedad cristiana, donde además se preocupen por la promoción social y la formación de los fieles [70].
  4. Ruptura en la transmisión generacional de la fe cristiana [70].

Entre los desafíos de las culturas urbanas encontramos:

  1. Reconoce la necesidad de contemplar la ciudad desde una mirada de fe desde un Dios que acompaña a las personas y grupos [71].
  2. Diálogo con diferentes estilos de vida y costumbres de  la vida urbana como el que tuvo Jesús con la samaritana junto al pozo [72].
  3. Necesidad de evangelizar las ciudades, un ámbito multicultural que presenta desafíos de diálogo y convivencia, donde encontramos a los «no ciudadanos» o «sobrantes urbanos» [73].
  4. Presencia de problemas sociales graves en las ciudades (tráfico de drogas y personas, abuso y explotación, corrupción y crimen) donde hayq eu proclamar el Evangelio para restaurar la dignidad humana [74-75].

Aunque reconoce la enorme gratitud por la tarea de todos los que trabajan en la Iglesia [76], la segunda parte del capítulo segundo está dedicada a las tentaciones de los agentes pastorales en la cultura globalizada actual apuntando hacia la necesidad de:

  • Crear espacios motivadores y sanadores para los agentes de pastoral [77].
  • Una espiritualidad misionera, que evite la preocupación exacerbada por los espacios de autonomía y distensión y alejarse del individualismo, la crisis de identidad y la caída del fervor [78].
  • No desarrollar un complejo de inferioridad que relativize su identidad cristiana y ahogue la alegría misionera [79].
  • No actuar como si Dios no existiera debido al relativismo práctico [80]
  • Evitar la acedia egoísta con resistencias al dinamismo misionero [81]
  • Vivir mal las actividades [82]
  • No convertirnos en momias de museo, desilusionados con la realidad [83]
  • No poner el mal del mundo como excusa hacia un pesimismo estéril [84]
  • No dejarnos llevar por una conciencia de derrota [85]
  • Descubrir la alegría de crecer y ser cántaros de aguas donde hay desertificación espiritual [86]
  • Descubrir y transmitir la mística de vivir juntos (fraternidad) [87]
  • No escapar a la privacidad cómoda o círculos reducidos, sino correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro [88]
  • Responder a la sed actual de Dios [89]
  • Evitar la espiritualidad del bienestar sin comunidad y sin compromisos fraternos [90]
  • No escapar de una relación personal y comprometida con Dios que nos comprometa con los otros [91]
  • Fraternidad mística [92]
  • Evitar la mundanidad espiritual traída por el gnosticismo y el neopelagianismo [93-94] que se manifiesta en muchas actitudes [95]
  • No alimentar la vanagloria del poder [96]
  • La guerra entre nosotros [98-101]
  • Que los ministros ordenados estén al servicio de la mayoría del Pueblo de Dios [102]
  • Reconocer el papel indispensable de la mujer en la Iglesia y la Sociedad [103-104]
  • Cambio en la pastoral juvenil [105-106]
  • Cuidar las vocaciones [107]

El capítulo tercero, titulado “El anuncio del evangelio” se enfoca en la tarea de proclamar de forma explícita a Jesús, el Señor [110] como tarea de la Iglesia como pueblo de Dios que anuncia todo él el evangelio [111], recordando que es un don (primacía de la gracia) para la Iglesia que es enviada como sacramento de salvación [112], que es para todos: Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas [113]. 

Identifica a la Iglesia como pueblo de Dios tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita [114] es un pueblo con muchos rostros en el que se encarna en la cultura (El ser humano está siempre culturalmente situado) [115] que es fecundada por la fuerza del Espíritu Santo cuando la comunidad acoge el anuncio de la salvación [116]. Por ello, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia puesto que el Espíritu construye armonía [117] donde cada pueblo se expresan con formas legítimas adecuadas [118].

La fuerza santificadora del Espíritu impulsa a todos los bautizados a evangelizar, haciéndolos infalibles “in credendo” (cuando cree no se equivoca, aunque no encuentre palabras para explicar su fe), dotándolos de un instinto de la fe (sensus fidei) que les permite discernir lo que viene realmente de Dios [119]. Cada bautizado, independientemente de su rol, es un agente evangelizador y debe asumir un protagonismo activo como discípulo misionero, igual que los primeros seguidores de Jesús  [120]. Todos estamos llamados a crecer como evangelizadores en la medida en que nos dejamos evangelizar por los demás, ofreciendo el amor salvífico que hemos experimentado [121].

El papa dedica unos números a la piedad popular como forma de inculturación de la fe que debemos mirar sin juzgar y amándola [122-126]. Invita a llevar el evangelio de persona a persona, a aquellas con las que tratamos [127], desde el diálogo persona humilde y testimonial, fraterno y misionero, que termine con una breve oración [128], no solo con fórmulas aprendidas [129].

Para el papa los distintos carismas enriquecen a la Iglesia evangelizadora y su autenticidad se muestra en su capacidad de integrarse armónicamente en la vida del Pueblo de Dios [130]. La diversidad, suscitada por el Espíritu Santo, puede convertirse en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción, pero sólo Él puede reconciliarla y realizar la unidad [131].

El siguiente tema está dedicado al encuentro entre cultura, pensamiento y educación [132], alentando al encuentro de la teología con otras ciencias [133] y destacando la actividad de las universidades y escuelas católicas [134].

En la segunda parte del capítulo trata específicamente sobre la homilia como piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro del Pastor con su pueblo [135], cuya confianza hay que renovar [136]. La entiende como un diálogo entre el Señor y su pueblo [137] destacando algunas características [138-144]:

  • No es un espectáculo entretenido 
  • Debe ser breve y evitar parecerse a una charla
  • Como una conversación de la madre (Iglesia)
  • Tono que transmite ánimo
  • Cercanía del predicador
  • No puramente moralista o adoctrinadora, ni pura exégesis
  • Inculturada
  • Habla al corazón

La tercera parte de este capítulo está dedicada a la preparación de la predicación que es tarea importante a la que dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral [145]. Entre los pasos encontramos [146-148]: 

  1. Invocar al Espíritu Santo y prestar toda la atención al texto bíblico como fundamento de la predicación, ejercitando el «culto a la verdad» con humildad y veneración. 
  2. Comprender adecuadamente el significado de las palabras del texto bíblico, reconociendo que su lenguaje es distinto al actual, y descubrir el mensaje principal. 
  3. Poner el mensaje central del texto en conexión con la enseñanza de toda la Biblia transmitida por la Iglesia, evitando interpretaciones equivocadas o parciales.

El predicador debe ser el primero en tener familiaridad con la palabra [149] no exigiendo [150] sino con la seguridad de que Dios nos ama [151]. Dedica unos números a la lectio divina [152-153] para pasar a hablar sobre cómo el predicar necesita poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que necesitan escuchar [154]. Entre los recursos pedagógicos que destacan al final de esta parte [156-159]:

  1. Imágenes en la predicación: utilizar metáforas, ejemplos visuales y narrativas para hacer el mensaje más comprensible y atractivo, conectando con la experiencia.
  2. Sencillez en el lenguaje: emplear un lenguaje claro y accesible, evitando tecnicismos y términos exclusivos de la teología o la academia.
  3. Claridad en la estructura y unidad temática: organizar la predicación de manera coherente, con una secuencia lógica de ideas y una conexión fluida entre las frases.
  4. Lenguaje positivo: proporcionar mensajes constructivos, ofreciendo esperanza y orientación hacia el futuro en lugar de enfocarse únicamente en críticas o lamentos.

La última parte del capítulo está dedicada a la profundización en el Kerygma que provoca el anuncio mediante un camino de formación y maduración [160] no solo doctrinal, siendo esencialmente una respuesta al amor de Dios [161], sabiendo que siempre hay un don que precede [162].

La educación y catequesis, al servicio del crecimiento cristiano, reconoce la importancia del primer anuncio o «kerygma» (como principal), que revela el amor de Jesucristo y su sacrificio redentor, y que debe ocupar un lugar central en la actividad evangelizadora [163-164]. 

La catequesis no abandona el kerygma en favor de una formación supuestamente más sólida. Se ha desarrollado la iniciación mistagógica, que implica progresividad en la experiencia formativa [166] con especial atención al «camino de la belleza» para mostrar que seguir a Cristo es no solo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida [167] creciendo en fidelidad [168]. Para ello es importante el acompañamiento personal de los procesos de crecimiento mediante la presencia cercana con el “arte del acompañamiento” [169] que debe llevar a Dios [170] mediante hombres y mujeres prudentes [171] que saben reconocer que la situación de cada sujeto es un misterio [172] desde el servicio [173]. 

Concluye expresando cómo toda la evangelización se fundamenta en la Palabra de Dios, escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada [174-175].

El capítulo cuarto está dedicado a la “Dimensión Social de la evangelización” entendiendo evangelizar cómo hacer presente el Reino de Dios en el mundo [176] puesto que el “kerygma” tiene un contenido social [177]. Confesar el amor de Dios al hombre implica su dignidad infinita. De ahí que mediante la evangelización cooperamos con la acción liberado del Espíritu [178]. De tal manera que hay una conexión entre recibir el mensaje salvífico y amar al prójimo: “El servicio de la caridad es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia” [179]. 

Lejos de ser sólo una relación personal con Dios, el evangelio supone la instauración del Reino de Dios en la sociedad que busca su justicia y fraternidad [180-181]. Por eso, los pastores tienen derecho a emitir opiniones sobre aquello que afecta a la vida de las personas [182] y nadie puede exigir que releguemos la religión a la intimidad secreta [183]. 

Tres elementos componen los apartados II, III y IV de este capítulo: 

II: La inclusión social de los pobresNuestra fe en Cristo nos lleva a preocuparnos por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad [186]. Todos los cristianos y comunidades deben ser instrumentos para la liberación y promoción de los pobres, escuchando su clamor sin hacer oídos sordos [187]. Como respuesta espontánea a ese clamor y necesidades encontramos la solidaridad, que debe ser renovada con una nueva mentalidad [188-189] que escuche el clamor de pueblos enteros pobres, donde el hecho de haber nacido en un lugar significa menor dignidad [190]. Este clamor debe ser escuchado en cada lugar y circunstancia, y pone ejemplos concretos como el hambre y la mala distribución de los bienes [191], el acceso a la educación, la salud y el trabajo con un salario justo [192]. Esto debe ser imperativo que nos estremezca las entrañas [193]. 
Alerta sobre ser defensores de la ortodoxia, pero pasivos y cómplices [194], que ante el criterio paulino de no olvidarse de los pobres (Ga 2,10), aparecen duros de corazón [195-196]. Pone como fundamento el corazón de Dios que tiene el sitio preferencial para los pobres, y se hizo pobre a través de un sí pobre de una muchacha, con un nacimiento en un pesebre y en casa de sencillos trabajadores [197]. Esto hace que la Iglesia opte de forma preferente por los pobres: “Por eso quiero una Iglesia para los pobres” [198].
No es un compromiso de acciones o programas de asistencia sólo [199], sino también necesitan atención espiritual [200]. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social” [201]. Es necesario resolver las causas estructurales de la pobreza y promover la justicia social. [202]. Por eso, la economía debe estar al servicio del bien común y la dignidad humana [203] superando el mero asistencialismo, sino con miradas amplias donde la economía sea el “arte de alcanzar una adecuada administración de la casa común [206]. La Iglesia debe alejarse la mundanidad espiritual [207-208] y cuidar de los más frágiles de la tierra [209-210] que eliminen situaciones como: La trata de personas [211]Exclusión, maltrato y violencia de mujeres [212]Descuidar la vida de los niños por nacer. La Iglesia no cambiará su postura sobre el aborto, pero debe acompañalar a las mujeres en situaciones difíciles [213]Destrucción del conjunto de la creación [215]
III: El bien común y la paz socialLa Palabra de Dios menciona el fruto de la paz (Ga 5,22) [217]. La paz social no debe ser solo la ausencia de violencia. No es verdadera paz si se logra a costa de silenciar o tranquilizar a los más pobres para mantener los privilegios de unos pocos [218]. Tampoco es simplemente la ausencia de guerra, sino la instauración de un orden justo entre los hombres y el desarrollo integral [219]. Los habitantes de cada nación deben desarrollar su dimensión social como ciudadanos responsables [220].  Hay cuatro principios para avanzar en la construcción de la paz, justicia y fraternidad: 
El tiempo es superior al espacio [222-225]: priorizar el tiempo sobre los espacios de poder, enfocándose en iniciar procesos más que en poseer espacios.La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]: hay que aceptar y resolver los conflictos para desarrollar una comunión en las diferencias.La realidad es más importante que la idea [231-233]: hay que evitar formas de ocultar la realidad y llevar la Palabra a la práctica.El todo es superior a la parte [234-237]: hay que econocer que el todo es más que la suma de las partes, evitando caer en universalismos abstractos o en localismos aislados (tensión entre la globalización y la localización). 
IV: El diálogo social como contribución a la pazLa evangelización implica el diálogo en tres campos: 
Con los Estados [239-241]: La Iglesia está abierta al diálogo con autoridades nacionales e internacionales, reconociendo que esta no tiene soluciones para todo, pero acompaña las propuestas que mejor respondan a la dignidad. Con la sociedad [242-243]: La Iglesia dialoga con la ciencia.Con otros creyentes [244-258]: La Iglesia en su empeño ecuménico habla con ortodoxos, anglicanos, con el judaísmo y religiones no cristianas (diálogo interreligioso), con el islam y defiende la libertad religiosa.

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