Mayo de 1862: el milagro de Spoleto
Los acontecimientos en Spoleto, una ciudad de la Umbria central, catapultaron la devoción al título de Auxilio de los cristianos en la experiencia de Don Bosco. Corría el año 1862, cuando el jovencito Enrique Cionchi, de cinco años, oyó a la Virgen. La devoción se empezó a expandir el 19 de marzo, cuando tuvo lugar la primera curación de un campesino al ir a visitar una pequeña imagen que se conservaba de la antigüedad en un muro derruido. El arzobispo del lugar, Monseñor Arnaldi, propuso para esa imagen sin nombre el título de Auxilium christianorum, un título que se había dado a la virgen siglos atrás.
A. Lenti defiende que Don Bosco «podría no haber llegado, sin los acontecimientos de Spoleto, a ser apóstol de María Auxiliadora». De hecho, es a finales de este año en el que encontramos los primeros indicios sobre la intención del santo de construir una Iglesia en honor a este título, cuya cimientos se empezarán al año siguiente.
El 24 de mayo, en una de sus habituales buenas noches habla de este acontecimiento prodigioso a sus muchachos.
El sueño de las dos columnas
Esta devoción al título de Auxiliadora se va fraguando cada vez más en la impronta del santo y surcará los mares de todo el mundo plasmada en uno de los sueños paradigmáticos que narra seis días más tarde, el 30 de mayo de 1862, conocido como Sueño de las dos columnas.
Figuraos que estáis conmigo sobre un escollo aislado. En toda aquella superficie líquida, se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o, al menos, hacerle el mayor daño posible. A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.
En medio de la inmensidad del mar, se levantan dos robustas columnas, muy altas. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: “Auxilium Christianorum”; sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: “Salus credentium”.
El nuevo Pontífice venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y, con otra cadena que pende de la popa, la sujeta a la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente.
Adaptación del sueño.
Diciembre de 1862
Cuando don Alasonatti en 1863 va a contar a Pablo Albera la intención de Don Bosco de construir una nueva Iglesia, el jóven clérigo desvela las palabras que en diciembre de un año antes el santo le había comentado:
He confesado tanto que, la verdad, casi no sé lo que he dicho o hecho. Tanto me preocupaba una idea que me distraía y me sacaba de quicio. Yo pensaba: nuestra iglesia es demasiado pequeña, no caben en ella todos los muchachos y están apiñados unos sobre otros. Por consiguiente, haremos otra más bonita y más amplia, que sea magnífica.
Le daremos el título de: Iglesia de María Auxiliadora. No tengo un céntimo, no sé de dónde sacaré el dinero, pero eso no importa. Si Dios la quiere, se hará. Yo lo intentaré y, si no se hace, que la vergüenza del fracaso sea toda para don Bosco.
(MB VII, 288)
Juan Cagliero también revelará que Don Bosco tenía ya esta intención en 1862. Sin embargo, no será hasta enero de 1863 que se empezará a correr la voz por todo el Oratorio sobre esta decisión de construir la nueva Iglesia.
Historia de la construcción
La Basílica de María Auxiliadora es el centro neurálgico de la devoción a esta advocación mariana en todo el mundo. Su construcción fue comenzada por San Juan Bosco en 1863 y finalizada en 1868.
Es la tercera Iglesia del complejo salesiano del oratorio del barrio de Valdocco, tras la conocida capilla Pinardi y la iglesia dedicada a San Francisco de Sales, patrono de la Congregación fundada por el santo.
Corría el año 1863 cuando, tras varios proyectos, Don Bosco decidió llamar a el arquitecto Antonio Spezia para idear el plano de la nueva iglesia:
Lo desarrolló con planta de cruz latina sobre una superficie de mil doscientos metros cuadrados.
Dos bajos campanarios flanqueaban la fachada que resaltaba. Se entraba en la iglesia por un atrio que sostenía el coro. Una majestuosa cúpula con dieciséis ventanales sobresalía por encima del edificio. De la base a la máxima altura había setenta metros. De una a otra parte del altar mayor, detrás del cual giraba un estrecho ambulatorio, había una sacristía, por cuya puerta se entraba en el imponente presbiterio.
En los extremos del brazo transversal dos grandes altares; y otros dos, en capillas, a mitad del brazo inferior.
(MB VII, 398)
El problema de la escasez de dinero se acrecentó con la negativa del ayuntamiento a aprobar el proyecto debido al título que le quería dar a la nueva iglesia: «Iglesia de María Santísima Auxiliadora», por las connotaciones históricas que este título poseía. El jefe de arquitectos de la oficina propuso otros nombres como del Carmen, del Rosario o de la Paz.
Después de unas semanas volvió al ayuntamiento sin mencionar ningún nombre para la iglesia y consiguió la aprobación de la obra que confió a Carlos Buzzetti. Se comenzaron las excavaciones en el otoño de 1863 y concluyeron en abril de 1864. El encuentro con su fiel alumno nos muestra la confianza del santo en la divina providencia:
Dirigiéndose a Carlos Buzzetti, le dijo:
- Quiero darte ahora mismo un anticipo por los grandes trabajos. No sé si será mucho, pero será todo lo que tengo.
Y así hablando sacó el portamonedas, lo abrió y lo volcó en las manos del maestro de obras, que se imaginaba se le iban a llenar de marengos (antigua moneda de oro francesa). íCuál no fue su asombro y el de todos los que le habían acompañado, al no aparecer más que ocho pobres moneditas de cinco céntimos.
Don Bosco sonriendo añadió:
(MB VII, 553)
- Estáte tranquilo, la Virgen pensará en proveer el dinero necesario para su iglesia. Yo no seré más que el instrumento, el cajero.
La basílica fue concebida por San Juan Bosco y completada en 1868. En el devenir histórico ha sufrido diversas modificaciones y ampliaciones. Una primera realizada por don Miguel Rua, el primer sucesor de don Bosco, en 1890, y una posterior realizada por don Pedro Ricaldone. Fue consagrada el 9 de junio de 1868 y elevada a Basílica menor en 1911
La fachada de la Basílica de María Auxiliadora
El estilo renacentista de la fachada, intencionalmente elegida por don Bosco, está inspirada en la Basílica de San Giorgio Maggiore de Venecia, obra de Palladio.
En la estatua central que preside la entrada, vemos a Jesús con dos niños, ilustrando el famoso pasaje bíblico: «Dejad que los niños se acerquen a mí». Esta representación simboliza la esencia de la misión salesiana, que busca acoger y guiar a los jóvenes hacia la fe y el amor de Cristo.
A la izquierda se representa el milagro donde Jesús cura a un joven sordo y mudo. A la derecha, el milagro de Jesús, quien resucita al hijo de la viuda de Naim.
En el centro de la plaza se alza majestuoso el monumento a Don Bosco, una imponente estructura erigida en 1920. Su ubicación no podría ser más emblemática. Este monumento representa el tributo agradecido de los Antiguos Alumnos Salesianos de todo el mundo hacia su amado padre.
La obra, concebida por el talentoso escultor Gaetano Cellini, es una manifestación tangible del profundo respeto y admiración hacia Don Bosco y su legado. Cada detalle del monumento refleja la devoción y la gratitud de aquellos que fueron tocados por la labor y el amor del Santo en sus vidas.
Dos historias, un mismo fin
Los años 1571 y 1815 marcan dos hitos importantes para la gestación del título de Auxiliadora de los cristianos en la tradición eclesial. Dos historias y dos papas que impulsaron de una forma especial la devoción a este título mariano que se invocó desde los primeros siglos de la Iglesia.
En la parte izquierda de la fachada bajo un ángel que sostiene la fecha 1571 encontramos un relieve en el que el papa Pío V. A la derecha el aparece el Papa Pio VII. Las torres están coronadas, respectivamente, por la estatua del arcángel san Gabriel, que presenta una corona a la Virgen, y la del arcángel san Miguel, ondeando una bandera con la inscripción de Lepanto.
Encima del tímpano, en el triángulo superior, se encuentran las figuras de los mártires Solútor, Advéntor y Octavio, quienes son los patronos de Turín y fueron martirizados en este sitio. Se dice que el nombre Valdocco proviene de la fusión de las palabras latinas «vallis occisorum» (valle de los asesinados).
En la parte superior, sobre los relojes, se observan dos estatuas: San Máximo, el primer obispo de Turín, y san Francisco de Sales, el patrono de la Familia Salesiana. En el nicho central, debajo del rosetón, hay una escultura de mármol que representa a Jesús rodeado de niños. En los nichos laterales se encuentran las estatuas de san José y san Luis Gonzaga.
El sentido de lo externo
En la parte superior, sobre los relojes, se observan dos estatuas: San Máximo, el primer obispo de Turín, y san Francisco de Sales, el patrono de la Familia Salesiana. En el nicho central, debajo del rosetón, hay una escultura de mármol que representa a Jesús rodeado de niños. En los nichos laterales se encuentran las estatuas de san José y san Luis Gonzaga.
Encima del tímpano, en el triángulo superior, se encuentran las figuras de los mártires Solútor, Advéntor y Octavio, quienes son los patronos de Turín y fueron martirizados en este sitio. Se dice que el nombre Valdocco proviene de la fusión de las palabras latinas «vallis occisorum» (valle de los asesinados).
Los santos Adventor, Octavio y Solutor son figuras veneradas como los primeros mártires de Turín. Estos tres soldados romanos de la legendaria Legión tebana fueron martirizados en el siglo III y su memoria litúrgica se celebra el 20 de noviembre. En Turín, la capital piamontesa donde son particularmente venerados, la Iglesia de los Santos Mártires alberga sus reliquias desde 1584.
La historia de estos mártires se remonta a la aniquilación de la Legión en Agaunum por el césar Maximiano. Tras este suceso, pocos soldados, entre ellos Octavio, Salvator y Adventor, lograron escapar. Octavio y Adventor fueron capturados y ejecutados por decapitación en Turín, mientras que Salvator, herido por una lanza, logró esconderse por un tiempo antes de ser descubierto y ejecutado. El obispo de Turín, San Máximo, fue uno de los primeros en hablar sobre estos mártires.
El culto a estos santos se remonta al siglo V. Según la visión de San Juan Bosco, la Virgen María señaló el lugar de la muerte de Octavio y Adventor, como el lugar de la Basílica de María Auxiliadora en Turín. La Basílica de María Auxiliadora lleva tres estatuas en su frontón en honor a los mártires.
El sueño de 1844
El segundo domingo de octubre de aquel año (1844) debía anunciar a mis muchachos que el Oratorio pasaría a Valdocco. Pero la incertidumbre del lugar, de los medios y personas me mantenía realmente preocupado. La víspera, fui a la cama con el corazón inquieto. Aquella noche tuve un nuevo sueño,182 que parece un apéndice del de I Becchi cuando andaba por los nueve años. Estimo oportuno exponerlo con detalle.
Soñé que me hallaba en medio de una muchedumbre de lobos, cabras, cabritos, corderos, ovejas, carneros, perros y pájaros. Todos juntos hacían un ruido, un alboroto o, mejor, un estruendo endiablado capaz de asustar al más intrépido. Quería huir, cuando una señora –muy bien vestida como una pastorcilla– me indicó que acompañase y siguiera al extraño rebaño, en tanto que Ella se ponía al frente. Vagamos por distintos parajes; realizamos tres estaciones o paradas. En cada una, muchos de aquellos animales se transformaban en corderos cuyo número aumentaba cada vez más. Después de mucho andar, me encontré en un prado, donde los animales retozaban y comían juntos sin que los unos intentasen hacer daño a los otros.
Agotado de cansancio, busqué sentarme junto a un camino cercano, pero la pastorcilla me invitó a proseguir el camino. Tras otro breve trecho de camino, estaba en un vasto patio, rodeado de pórticos, en cuyo extremo había una iglesia. En ese momento advertí que las cuatro quintas partes de los animales se habían convertido en corderos. Su número se incrementó enseguida muchísimo. Llegaron varios pastorcillos para cuidarlos, pero permanecían un breve tiempo y se marchaban. Entonces ocurrió algo maravilloso: muchos corderos se transformaban en pastorcillos y, al crecer, cuidaban del resto del rebaño. Como aumentaba sobremanera el número de los pastores, éstos se dividieron y marcharon a otros lugares para recoger a más animales extraños y guiarlos a nuevos apriscos.
Quería marcharme de allí, porque me parecía que era hora de celebrar la misa; pero la pastora me sugirió mirar hacia el mediodía. Al observar, contemplé un campo sembrado de maíz, patatas, coles, remolachas, lechugas y muchas otras verduras.
- Mira otra vez, apuntó, y observé de nuevo. Entonces divisé una estupenda y alta iglesia. Una orquesta, música instrumental y vocal me invitaban a cantar la misa. En el interior de aquella iglesia había una franja blanca en la que estaba escrito con caracteres cubitales: Hic domus mea, inde gloria mea.
Siempre en sueños, quise preguntar a la pastora en dónde me encontraba, qué significaba aquel andar y detenerse, con la casa, la iglesia y, más adelante, con otra iglesia.
- Lo comprenderás todo cuando, con tus ojos físicos, veas realizado cuanto ahora contemplas con los ojos de la mente.
Pareciéndome que me encontraba despierto, dije: «Yo veo claro y veo con los ojos materiales; sé adónde voy y qué hago». En aquel momento sonó la campana del Ave María en la iglesia de San Francisco y me desperté.
Permanecí ocupado en el sueño casi toda la noche; fue acompañado de muchas particularidades. Entonces poco comprendí del significado, pues no le concedí gran crédito; poco a poco, a medida que las cosas se iban realizando, fui entendiendo. Y más: junto a otro sueño, en lo sucesivo, sirvió de programa para mis decisiones.
La cúpula mayor
La conocida como «Gloria de la Auxilidora” recoge en su pintura tres de los acontecimientos históricos principales que catapultaron el título de Auxilio de los cristianos para invocar la ayuda de la intercesión de la virgen María.
La cúpula forma parte del conjunto arquitectónico anterior a la ampliación de 1938. Se terminó el 23 de septiembre de 1866, día en el cual Don Bosco junto al marqués Fassati colocaron, subiéndose a un andamio, el último ladrillo.
La cúpula mayor, erigida por Don Bosco, tiene un diámetro de 19 metros. El impresionante fresco de la cúpula, realizado por el pintor José Rollini en 1891, quien había sido alumno de Don Bosco cuando era niño, representa el triunfo y la gloria de María Auxiliadora en el Cielo en la parte superior.
En la parte inferior, se ilustra la misión de la Iglesia como Madre de los santos, que encuentra en María una ayuda poderosa para la salvación de los pueblos.
Esta representación refleja la idea que Don Bosco sugirió al pintor Lorenzone, la cual no podía caber en un solo cuadro.
La historia del título
- BATALLA DE LEPANTO (1571): Las fuerzas otomanas se cernieron sobre Europa con la amenaza de invasión y destrucción. Ante este peligro, el Papa Pío V convocó a la Liga Santa, uniendo a todos los monarcas católicos europeos para hacer frente a la situación. El pontífice exhortó a todos los católicos a rezar el rosario, invocando la ayuda de María en una batalla aparentemente insuperable. A pesar de las dificultades, los cristianos prevalecieron, y como reconocimiento, el papa añadió a las Letanías Lauretanas la invocación «María Auxiliadora, ruega por nosotros».
- SITIO DE VIENA (1683): El peligro otomano acechaba, amenazando con la destrucción de Viena y, desde allí, de toda Europa. En un momento crucial, el rey polaco Juan Sobieski, haciendo uso de la invocación del auxilio de María, se unió con las fuerzas del Occidente y lograron la victoria.
- INVASIÓN NAPOLEÓNICA (1814): En 1814, Napoleón invadió Roma y secuestró al papa Pío VII en 1808. Cinco años después, el 24 de mayo de 1814, fue liberado. El Papa atribuyó su liberación a la intervención de María Auxiliadora y regresó a Roma. En agradecimiento, peregrinó a Savona para coronar la estatua de la Virgen de la Misericordia. En 1815, promulgó una bula declarando la Fiesta de María Auxiliadora, que se celebra cada 24 de mayo.
La cúpula menor
En la majestuosa cúpula menor, se manifiesta un profundo amor por la eucaristía, que resplandece desde el altar y el tabernáculo, irradiando su luz divina.
Al descender la mirada hacia la base de esta imponente estructura, nos encontramos con una escena celestial: coros de ángeles rodeados de nubes de incienso, postrados en adoración ante Jesús Sacramentado. Cada detalle parece estar impregnado de una devoción palpable.
Las dieciséis vidrieras que adornan este santuario son como joyas relucientes, donde dieciséis ángeles custodian con celo dieciséis títulos de María, extraídos con reverencia de las Letanías Lauretanas.
Es como si el cielo mismo descendiera para rendir homenaje a la Madre de Dios.
Pero más allá de la belleza física, las palabras doradas que se inscriben en la cúpula encierran un significado profundo: «Hic Domus Mea, Inde gloria Mea» («Esta es mi morada, de aquí mi gloria»).
Estas palabras resonaron en el sueño visionario de 1844, en el legendario «Campo de los Sueños», cuando el oratorio, aún en búsqueda de su hogar definitivo, recibió una señal divina que guió su camino hacia su destino sagrado.
Capilla de María Mazzarello
La capilla que encontramos a la derecha de la entrada de la basílica está actualmente dedicado a la cofundadora del instituto de las Hijas de María Auxiliadora, fundado por María Mazzarello y Don Bosco en 1872. Es una de las capillas que más ha sufrido los diferentes cambios y remodelaciones de la basílica.
En el inicio estaba dedicada a Santa Ana, la madre de la virgen. Posteriormente, con la remodelación de Miguel Rúa, se convirtió en capilla de los tres mártires Octavio, Solutor y Adventor, que encontramos entre las capillas colocadas tras el altar.
Será con la remodelación realizada por Ricaldone tras la canonización de Don Bosco que se dedicará la capilla a esta santa salesiana.
Paolo Giovanni Crida es el pintor de los tres cuadros que adornan el lugar.
En el centro, María Mazzarello se encuentra glorificada en el cielo. A la derecha la audiencia con el Papa Pío IX y María Mazzarelllo y las primeras salesianas misioneras el 9 de noviembre de 1877 y a mano izquierda la elección de María Mazzarello como superiora el 15 de junio de 1874.
Las dos estatuas que encontramos a los lados representan a Santa Ines, patrona de las salesianas y Santa Cecilia, patrona de los músicos. Encontramos en ella los restos mortales de la santa de Mornese a la que acuden muchos devotos del mundo entero a venerar las reliquias de Maín, la santa de las jóvenes pobres.
Capilla de Domingo Savio
La capilla lateral izquierda está dedicada a la memoria del joven santo Domingo Savio, quien fue discípulo de Don Bosco desde el 29 de octubre de 1854 hasta el 1 de marzo de 1857, cuando tuvo que abandonar Valdocco debido a su enfermedad.
Originalmente, esta capilla estaba consagrada al Sagrado Corazón, como se puede apreciar en la capilla contigua. Más tarde, Miguel Rúa la rededicó en honor a San Francisco de Sales, el patrón de la Congregación.
En un principio, la capilla albergaba tres pinturas, de las cuales dos todavía se conservan en los laterales. En la pintura de la izquierda, San Francisco de Sales es representado leyendo una estampa antes de ser impresa, mientras que en la de la derecha, se muestra a Francisco de Sales intercambiando palabras con calvinistas.
El tercer cuadro actualmente se encuentra exhibido en el Museo Casa Don Bosco, retratando a San Francisco de Sales de rodillas en un reclinatorio, en actitud de oración mientras mira hacia el cielo y escribe.
En 1914, este cuadro fue dedicado al joven santo Domingo Savio. A la derecha de esta capilla se encuentra la cripta de mármol que anteriormente albergaba los restos de Domingo Savio.
Sin embargo, en 1954, tras su canonización, los restos fueron trasladados a una urna dorada.
En la imagen superior del altar central, se puede observar a Mamá Margarita y a Don Bosco, contemplando la devoción del joven Santo a la Inmaculada. Este fervor inspiró el nombre de la compañía fundada por el Santo en el Oratorio en 1856.
Capilla de San José
Este altar, que destaca como una joya arquitectónica única, se erige como un testimonio vivo de la visión y el legado arquitectónico de Don Bosco. A pesar de las transformaciones y expansiones que ha experimentado el templo, este altar ha permanecido inmutable, conservando su esencia y significado originales.
La génesis de la obra que corona este sagrado lugar se remonta a la inspiración directa de Don Bosco en el talentoso pintor Lorenzone. Es Don Bosco quien, con su visión inspiradora, guía la mano del artista en la creación del cuadro que preside este altar, dotándolo así de un significado aún más profundo y trascendente.
En esta obra pictórica, se nos presenta una escena conmovedora: el Niño Jesús, en un gesto de gracia y amor, entrega rosas a san José, quien las deja caer sobre la basílica de María Auxiliadora y sobre el Oratorio de Valdocco. Esta representación no es solo una imagen piadosa, sino un fiel reflejo de la devoción y la fe que caracterizaban a Don Bosco y a su comunidad en aquel entonces.
La meticulosa fidelidad con la que se ha plasmado esta escena en el lienzo, siguiendo fielmente el estado de esos lugares en el año 1869, otorga a esta obra un valor documental y histórico invaluable. A través de ella, podemos asomarnos a un pasado lejano y revivir la atmósfera espiritual y religiosa de aquellos tiempos, siendo testigos de la devoción y la visión de Don Bosco que han dejado una huella indeleble en la historia de la Iglesia.
Capilla de Don Bosco
En la misma basílica que Don Bosco erigió en honor a María Auxiliadora, sus devotos seguidores han levantado un altar monumental como tributo al ilustre fundador. Esta obra maestra arquitectónica, diseñada por el renombrado arquitecto Mario Ceradino, destaca como un símbolo imponente de la devoción hacia Don Bosco y su legado.
El altar, majestuosamente esculpido y ornamentado, se erige como un santuario sagrado donde se venera la memoria del gran Santo. En su parte posterior, en una urna elevada, reposan los restos mortales de Don Bosco, permitiendo a los devotos acercarse y rendirle homenaje en íntima proximidad.
El corazón de este altar es un magnífico cuadro, obra del talentoso pintor Crida, que captura la esencia misma de Don Bosco y su misión. En la pintura, vemos al Santo rodeado de jóvenes, extendiendo sus manos con gesto acogedor mientras los invita a confiar plenamente en María Auxiliadora. La imagen irradia calidez y serenidad, transmitiendo el mensaje de amor y protección que Don Bosco predicaba incansablemente a lo largo de su vida.
Este altar monumental no solo es una manifestación tangible de la devoción hacia Don Bosco, sino también un recordatorio vivo de su legado eterno y su inquebrantable fe en María Auxiliadora como protectora y guía de todos aquellos que acuden a ella en busca de ayuda y consuelo.