La presencia del Resucitado en la vida de Don Bosco fue constante. Después de que la marquesa Barolo le diera a escoger entre sus muchachos o seguir en el Refugio con las niñas que ella cuidaba, el santo se pone en manos de la Providencia. Tiene fe en que Dios no lo abandonará ni a él ni a sus muchachos, pero se encuentra en su viernes Santo, solo, abandonado, como muerto. Incluso lo quieren meter en un manicomio. Narra en sus memorias su propio calvario: «Mientras sucedía todo lo que acabo de relatar llegó el último domingo en el que se me permitía tener el Oratorio en el prado (15 de marzo 1846). En verdad sólo yo sabía este dato pero todos intuían mis preocupaciones y mis espinas» (MO 50).
Como el mismo Jesús en Getsemaní, Don Bosco se pone a rezar solo: «Me retiré a un lado, me puse a caminar a solas y, quizás por primera vez, me puse a llorar. Mientras paseaba, alcé los ojos al cielo y exclamé: ¡Dios mío! ¿por qué no me señalas de una vez por todas el lugar en que quieres que recoja estos chicos? ¡Dámelo a conocer y dime qué tengo que hacer!» (MO 50).
¡Qué desolado se sentiría! Toda la ilusión, todo el trabajo realizado por los jóvenes de Turín, todo el esfuerzo que había llevado a cabo parecía llegar a su fin para siempre. Sin embargo, como el cirineo en el camino del calvario, apareció en aquel momento el señor Pancrasio Soave. Fue a Don Bosco sin saber exactamente lo que quería: «¿Es cierto que usted busca sitio para montar un laboratorio?» (MO 51). No era eso lo que Don Bosco busca, sino un oratorio. Pero al igual que el cirineo en el calvario, el señor Soave estaba dispuesto a ayudar a aquel perdido sacerdote.
De esta manera, cuando parecía que todo estaba perdido, apareció la mano de Dios. Seguramente, Don Bosco no sabría que este sería el Valdocco del futuro, el lugar donde los sueños se cumplen, la casa donde acoger a todos. En este pequeño cobertizo alargado, futura capilla Pinardi, Don Bosco se estableció de una vez para siempre. Por eso, no dudará veintisiete años después, en especificar la fecha concreta del inicio de su Oratorio: «Al domingo siguiente, solemnidad de la Pascua, 12 de abril, transportando con nosotros nuestros trastos de iglesia y de recreo, nos fuimos a tomar posesión del nuevo local» (MO 51).
La Pascua, había sido para don Bosco, desde siempre una fecha central en su vida, desde que en la Pascua de 1827 recibiera su primera comunión. ¡Jesús resucitado en la eucaristía quedará de una vez para siempre como centro de su vida!
La importancia de aquel día de Pascua, vendrá años más tarde confirmada, después de que la capilla fuera convertida en sala de estudios y juegos y dormitorios (1853-1856) y demolida junto a toda la casa en 1856, por sus salesianos, que en el año 1927, decidieron convertir de nuevo aquel lugar, donde habían comido los primeros salesianos y Don Bosco, en el centro de oración de Valdocco. Para ello, Don Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco, decidió transformar el comedor en capilla, como recuerdo de aquella primera capilla. No dudaron en colocar en la pared del altar a Cristo Resucitado.
Probablemente Don Bosco no podría haberse imaginado, que un año después, el primer domingo después de la pascua tendría el oratorio lleno de muchachos e invitados para la distribución de los «premios a los que se habían distinguido durante la cuaresma por su asistencia a la catequesis y su buena conducta». Ni que en el segundo domingo de 1847 estuviera lleno de muchachos para asistir a la lotería, quizás la primera del oratorio, que tanto servirá después a Don Bosco para recaudar fondos.
La importancia de la pascua para Don Bosco encuentra de nuevo otro ejemplo en 1857, cinco años después de empezar a publicar las Lecturas católicas, «para instruir a los fieles editó don Bosco en la imprenta de Paravía un folleto anónimo de Lecturas Católicas, correspondiente al mes de marzo: La Pascua Cristiana. Narraba en él los orígenes de esta fiesta, demostraba la obligación grave de los fieles de comulgar y añadía normas y exhortaciones» (MB V, 442).
Nunca dudó en invitar a los demás a vivir la Pascua como un tiempo importante donde encontrarse en paz con Dios a través de la confesión:
Él lo llamaba «cumplir con el precepto pascual» o «cumplir con la pascua», momento que Don Bosco celebró siempre con gran solemnidad y profundidad, pero con la alegría que lo caracteruzaba. Así lo haría también en la última pascua documentada dos años antes de su muerte en su viaje a España: «Una fiestecita simpática aumentó la alegría de la misa pascual de don Bosco: hacía la primera Comunión una nietecita de don Narciso, hija de don Manuel Pascual. Este otro, rico señor y fervoroso cristiano, apreciaba mucho a los Salesianos y gozaba dedicándoles su gran influen y ayudándoles generosamente. Contento de que hubiese sido don Bosco quien diera a su hija la primera Comunión, quiso que los muchachos participaran también de la alegría, regalándoles los dulces del día» (MB 16, 89).
El Señor Resucitado estuvo siempre en la vida de Don Bosco y de su congregación. Era también Domingo de Resurrección aquel 1 de abril de 1934 cuando Don Bosco fue canonizado por el Papa Pío XI. Aquel día «las campanas de la Basílica y de las trescientas iglesias de Roma sonaban de continuo y anunciaban a la Urbe que don Bosco era canonizado. Mientras tanto dos palomas mensajeras alzaban el vuelo para llevar a Turín a la Casa Madre, el mensaje del Rector Mayor: «Ciudad del Vaticano, primero de abril, a la diez y cuarto. Alleluia. El Vicario de Cristo acaba de proclamar Santo a don Bosco. Que él bendiga a Turín, a Italia, al mundo. Pedro Ricaldone» (MB 19, 227).
El Cristo Resucitado, que se presentó en el sueño de los 9 años, sigue moviendo los corazones de tantos jóvenes que siguen caminando hacia el corazón salesiano en el Colle Don Bosco, donde todo empezó. En el mismo lugar donde nació el santo, que hoy está destruido, se erigió en 1984 una gran Basílica, cuya Iglesia superior tiene a Jesús Resucitado como centro.