Cuadro de la Basílica del Sacro Cuore (Roma-Termini)

Encontramos a continuación una de las muchas historias que narran las memorias biográficas, concretamente el tomo sexto, la devoción de Don Bosco a San José, el patrón de una de las compañías fundadas en el oratorio:

Entonces determinó don Bosco que también los aprendices tuvieran una compañía propia, formada por los más deseosos del bien. Esta fue la de San José, modelo del obrero, bueno, trabajador y cristiano. Don Bosco estaba seguro de que sus queridos aprendices, si escuchaban en las conferencias instrucciones adecuadas a su condición, se sentirían movidos a la piedad y devoción.

Una noche les contaba cuánto quería san José a los jovencitos.

-Hace pocos años, decía, un pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver con sus compañeros, que lo aguardaban, quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco. Era una oración a san José para obtener una buena muerte. Se le hacía difícil al buen muchacho comprender el sentido, pero estaba tan conmovido con lo poco que entendía, que no sabía apartar los ojos del papel. Sus amigos, movidos por la curiosidad, hubieran querido leerlo ellos también, mas él se lo escondió en el seno y se puso a jugar. Pero estaba impaciente por releer aquella oración, pues había experimentado una inefable dulzura con la primera lectura. Tanto la estudió que la aprendió de memoria y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención formal de alcanzar ninguna gracia.

San José no quedó insensible ante aquel homenaje en cierto modo involuntario; tocó el corazón del pobre joven, que se presentó a don Bosco, el cual le proporcionó la inestimable fortuna de llevarlo a Dios. El joven correspondió a la gracia; tuvo oportunidad de instruirse en la religión que había descuidado hasta entonces por ignorarla, y pudo hacer bien su primera comunión; pero al poco tiempo cayó enfermo y murió invocando el nombre de san José, que le había obtenido la paz y el consuelo en aquellos últimos momentos.

La palabra de don Bosco abrasaba las almas, porque iba acompañada del ejemplo. Resulta difícil explicar su amor a san José: lo demostró continuamente a lo largo de su vida, según atestiguan muy ilustres alumnos de todos sus tiempos. Lo eligió como uno de los patronos del Oratorio, colocó a los alumnos artesanos bajo su protección y lo proclamó protector de los exámenes para los estudiantes. A él recurría en sus apuros y exhortaba a los demás a invocarlo. Varias veces al año hablaba en la platiquita de la noche de la eficacia de su intercesión, hacía celebrar la fiesta del Patrocinio de san José el tercer domingo después de Pascua, y solía preparar a ella a los alumnos con breves charlas llenas de fervor. 

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