La encíclica social Fratelli Tutti firmada el 3 de octubre de 2020 en Asís por el Papa Francisco lleva el título de Todos hermanos, una expresión de San Francisco de Asís (Admoniciones 6,1) que quiere invitar a todos a ir más allá de la geografía y del espacio (nº 1). Es una encíclica que va a tratar sobre la fraternidad y la amistad social (nº 2), dos preocupaciones que siempre han sido preocupación del papa Francisco (nº 5) frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros (nº 6)

Poniéndo el ejemplo de San Francisco, que despertó el sueño de una sociedad fraterna (nº 4), el papa anhela que todos podamos hacer renacer entre todos un deseo de hermandad, basado en la dignidad de toda persona (nº 8). 

Capítulo I: Las sombras de un mundo encerrado. 

En este capítulo señala algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal (nº 9): 

  1. Sueños que se rompen a pedazos (nº 10-14): continúan las guerras y la falta de integración con conflictos anacrónicos como nacionalismos cerrados donde muchos hermanos sufren situaciones de injusticia. 

Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia (nº 12).

  1. Sin un proyecto para todos (nº 15-28): denuncia un mundo en desesperanza y desconfianza, que niega el derecho a opinar, que sacrifica partes de la humanidad en beneficio de un sector humano, donde los ancianos son aislados, hay más racismo y nacen nuevas pobrezas, en el que los derechos humanos parecen no ser iguales para todos (la mujer sigue sufriendo situaciones de exclusión, y existe la esclavitud de niños, hombres y mujeres) y sigue lleno de guerra, generando miedo, soledad e inseguridad. 
  1. Globalización y progreso sin un rumbo común (nº 29-31): destaca la preocupación por la disminución de la ética y los valores frente a la tecnología y la ciencia. El progreso tecnológico ha creado una brecha  

El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver la esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro (nº 30). 

  1. Las pandemias y otros flagelos de la historia (nº 32-34): la experiencia de la COVID-19 ha despertado la conciencia global y la necesidad de atender a todos los seres humanos. El papa insta a aprender de la historia para no caer en el egoísmo sino superar la crisis con la solidaridad y el reconocimiento de la interdependencia humana. 
  2. Sin dignidad humana en las fronteras (nº 37-41): critica la postura de algunos países de evitar la llegada de migrantes o limitar la ayuda a los países pobres, denunciando la explotación que sufren. 
  3. La ilusión de la comunicación (nº 42-50): hace una crítica a la paradoja de que cuanto más cerca estamos digitalmente, más perdemos la intimidad. Es insuficiente para unir a la humanidad, y lleva a formas insólitas de agresividad y a fanatismos. 
  4. Sometimientos y autodesprecios (nº 51-53): critica la idealización de modelos de países que buscan homogeneizar afectando a la autoestima y a la identidad cultural. 

Ante estas sombras el papa invita a caminar en esperanza (nº 54-55) que sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.  

Capítulo II: Un extraño en el camino.

El Papa Francisco destaca la importancia de seguir la enseñanza del Evangelio, especialmente la Parábola del buen samaritano (nº 56) e intenta hacer un planteamiento desde la Biblia de las relaciones entre nosotros (nº 57-62), subrayando el llamado bíblico a amar al prójimo, resaltando citas que enfatizan el amor fraterno. Teniendo en cuenta la parábola el papa pregunta: ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante (nº64).

El Papa lamenta la falta de atención a los vulnerables en las sociedades desarrolladas y critica la demora histórica de la Iglesia en condenar prácticas como la esclavitud (nº 69-71). Para ello va a hacer una exégesis de la parábola que nos ayuda a comprenderla y actualizarla (nº 72-86).

Capítulo III: Pensar y gestar un mundo abierto.  

Partiendo de la convicción de que el ser humano sólo encuentra la plenitud en la entrega sincera a los demás de sí mismo (nº 87), reconociendo su identidad en los otros, no aislándose (nº 95) (no hay vida cuando pretendemos pertenecer solo a nosotros mismos y vivir como islas), el papa va a invitar a salir de uno mismo y del pequeño grupo (nº 88-89) para acoger a todos con el criterio del amor, que es lo primero, no de la imposición (nº 91-92). 

El papa se pregunta sobre en qué consiste amar. Lo explica como un movimiento que considera al otro como uno consigo, que va más allá de la acción benéfica (nº 93-94), que nos pone en tensión hacia la comunión universal (nº 95) reclamando una creciente apertura más allá de los propios límites, que no es solo geográfica, sino existencial (nº 97). Es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a aquellos que espontáneamente no siento parte de mi mundo. Esta amistad social (amor que se extiende más allá de las fronteras) se comprende de manera inadecuada cuando se entiende en los extremos (nº 99-100). Por ello, el papa invita a trascender un mundo de socios, ir más allá de las propias agrupaciones o grupos sociales, saliendo de las estructuras (nº 102), creando una fraternidad nueva que hay que cultivar para llegar a una verdadera libertad e igualdad (nº 103-104) que nos aleje del individualismo. 

El papa va a defender la dignidad de todo ser humano más allá de donde haya nacido (nº 106-111). Para ello es necesario fomentar valores morales y éticos que ayuden al desarrollo humano integral y a la convivencia (nº 112-113) a través de la solidaridad en el servicio a los más frágiles, vulnerables y últimos, así como de la casa común (nº 114-117). 

Por ello, repropone la función social de la propiedad (nº 118-120), recordando que el mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. El papa recuerda la importancia del destino universal de los bienes y el hecho de que la propiedad privada no sea un derecho absoluto, sino como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados. 

Nada debe ser causa de desigualdad de derechos ni de privilegios. Por eso, el desarrollo debe dar prioridad a los derechos humanos y subordinar la propiedad al bien común. Esto requiere una ética global y una cooperación (nº 121-125). Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos (nº 127). 

Capítulo IV: Un corazón abierto al mundo entero.  

La fraternidad de todos los seres humanos supone asumir una serie de retos (nº 128): 

  1. Migración (nº 129): invita a evitarla y crear condiciones adecuadas en los países de origen. Mientras exista nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona. Acoger, proteger, promover e integrar con distintas acciones (nº 130) promoviendo su plena ciudadanía y una legislación global (nº 131-132)
  2. Acogida al diferente (nº 133-136): la llegada de personas diferentes es un enriquecimiento que nos estimula. Por eso, promueve el diálogo y la valoración de las diferencias (evitar la esclerosis cultural) como muestra con numerosos ejemplos. 
  3. Fecundo intercambio (nº 137-138): la ayuda mutua entre países en realidad termina beneficiando a todos. Hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. El papa aboga por la necesidad de un ordenamiento jurídico mundial donde participen los países pobres. 
  4. Gratuidad que acoge (nº  139-141): invita a trascender la lógica del intercambio, por la del dar sin esperar nada (gratuidad fraterna). Solo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro.
  5. Tensión entre lo local y universal (nº 142-150): es necesario equilibrar lo global y lo local evitando caer en extremos. La solución no es una apertura que renuncia al propio tesoro. Aun así, hay que evitar los narcisismos localistas. Una persona, mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa.  
  6. La propia región (nº 151-153): la integración regional como clave para preservar la identidad local y fortalecer la relación entre países. 

Capítulo V: La mejor política. 

Ante la necesidad de una mejor política puesta al servicio del verdadero bien común (nº 154), el papa, poniendo en el centro a los débiles y marginados, denuncia los peligros de formas populistas o liberales (nº 155). En el polo del populismo, que tiene el peligro de instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo (nº 159) el documento propone el trabajo como medio y mejor ayuda para el pobre. Es por ello que debe ser objetivo de toda política y una dimensión irrenunciable de la vida social (nº 162). En el polo liberal va a denunciar su carácter individualista e interesado (nº 163). Es por eso, que va a proponer la caridad como motor de transformación, pero un amor al prójimo realista y que no desperdicie nada que sea necesario para la transformación de la historia que beneficie a los últimos (nº 165). Dos matices importantes que se destacan en este mismo nº 165: 

  • Es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad sino al mismo tiempo una organización mundial más eficiente para ayudar a resolver los problemas acuciantes de los abandonados. 
  • No hay una sola salida posible. 

Es por ello que Francisco hace una crítica al paradigma tecnocrático y el neoliberalismo, reconociendo la fragilidad humana y su tendencia al egoísmo, abogando por una educación que nos ayuden a superar estas desviaciones mediante la solidaridad (nº 166-169).

Para apoyarse en la realidad el papa hace mención de la crisis del 2007-2008 y de la incapacidad que tuvo de hacer reaccionar al poder internacional, dando lugar a estrategias que aumentaron el individualismo y la falta de equidad (nº 170). Por ello, insiste en la necesidad de instituciones internacionales más fuertes que promuevan el bien común, los derechos humanos y la justicia, con una reforma de la ONU (nº 171-174). 

Ante la respuesta negativa a la pregunta retórico ¿puede funcionar el mundo sin política? (nº 176) el papa va a defender una serie de características que necesita la política (nº 177-179):

  • No debe someterse a la economía.
  • Que piense con visión amplia y un replanteo integral.
  • Incorporar el diálogo interdisciplinario.
  • Capaz de reformar las instituciones.
  • En momentos difíciles obra por grandes principios.
  • Replanteos de fondo, no parches.

El papa habla de caridad política y caridad social para referirse al desarrollo de un sentido social que supera la mentalidad individualista, que nos hace amar el bien común (nº 182). Un amor que debe ser efectivo, no bastan las buenas intenciones (nº 183-185).

A este amor efectivo el papa añade (nº 186):

  • amor “elícito”: actos que proceden directamente de la virtud de la caridad, dirigidos a personas y a pueblos. 
  • amor imperado: actos de la caridad que impulsan a crear instituciones más sanas.

Esta política basada en la caridad tiene preferencia por los últimos y tiende a integrar, haciéndose cargo del otro. Consciente de que todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos (nº 189), el papa insta a los políticos a salvaguardar los derechos y combatir el hambre, la trata de personas, sin techo… Para ello es necesaria una cultura de la tolerancia, la convivencia y de la paz (nº 192), reconociendo que no siempre hay que lograr grandes éxitos (nº 195).  

Capítulo VI: Diálogo y amistad social. 

Convencido de la necesidad del diálogo el papa quiere fomentar como opción entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta (nº 199), entendido no como febril intercambio de opiniones o monólogos que proceden en paralelo que descalifican y solo benefician los intereses propios (nº 200-202), sino como la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos (nº 203). Además, alerta sobre los medios de comunicación que pueden frenar o ayudar a que nos sintamos cercanos unos de otros (nº 201 y 205). 

El relativismo no es la solución (nº 206), sentencia el papa, en una propuesta de búsqueda de la verdad respetando la dignidad humana, evitando la imposición. Esta verdad, ocultada en algunos ámbitos, debe ser hallada por la razón, más allá de las conveniencias momentáneas (nº 208). El papa llama lógica perversa y vacía el desplazamiento de la razón moral. 

Por ello, insta a buscar un diálogo enriquecido por argumentos racionales y variedad de perspectivas que es capaz de reconocer valores permanentes, incluso algunos que van más allá del consenso, como la propia dignidad que es una verdad que responde a la naturaleza humana (nº 213) y que trasciende las circunstancias y culturas. Estos principios básicos pueden ser reconocidos por agnósticos y creyentes (nº 214).  

El papa va a defender el fomento de una nueva cultura, que llama cultura del encuentro (“La vida es el arte del encuentro”-Vinicius de Moraes) entendida como un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas (nº 215). Insiste en que esto implica incluir las periferias. Esta cultura del encuentro hace que nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos (nº 216).

En la búsqueda de esta paz social, que es trabajosa, y que genera procesos (nº 217) la encíclica propone (nº 218-224):

  • El hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente (sobre todo el de los pobres). Esto implica ceder al bien común. 
  • Recuperar la amabilidad y optar por su cultivo como una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas. Supone detenerse para decir “permiso”, “perdón”, “gracias”. 

Concluye aludiendo al valor de este “esfuerzo” como que es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos (nº 224). 

Capítulo VII: Caminos de reencuentro.  

Convencido de la necesidad de caminos de paz y artesanos de paz que cicatricen las heridas (nº 225), el papa invita a recomenzar desde la verdad, sabiendo que con el tiempo todos hemos cambiado (nº 226), pero sabiendo que esta verdad no debe conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón (nº 227). 

Como punto de partida propone la identificación del problema por el que atraviesa la sociedad donde el otro tiene la posibilidad de aportar una perspectiva legítima (nº 228), sin quedar anulado, sino contribuyendo, como en la familia, al proyecto común (nº 229). Acuñando la imagen de “arquitectura de la paz”, donde contempla la intervención de las distintas instituciones de la sociedad, invita el documento a la “artesanía de la paz” donde todos nos involucramos a través del compromiso (nº 231-232). 

En su definición del búsqueda amistad social (nº 233) propone el “reencuentro con los sectores más empobrecidos”, comprometiéndonos a reconocer su dignidad olvidada, como única manera de buscar una paz auténtica que no sea simplemente ausencia de guerra (nº 234-235)

Tomando distancias de aquellos que entienden que la sociedad funciona mediante el conflicto, el papa parte de su frecuente inevitabilidad. Basándose en que Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia (nº 238) sino a soportarlo cuando es inevitable, el papa invita a amar a todos, sin excepción (nº 241), pero sin consentir el mal, sino intentando la reconciliación mediante el diálogo y la negociación transparente, sincera y paciente (nº 244). El principio fundamental del papa es que la unidad es superior al conflicto (nº 245). Aunque no se debe exigir el perdón social a quien sufre injusticia, siendo la reconciliación personal y no impuesta, el papa insta a hacer memoria (“Nunca se avanza sin memoria”) para evitar la repetición. Pone los ejemplos de la Shiah y las bombas atómicas (nº 246-249). Sin embargo, recuerda que el perdón no implica olvido (nº 250) sino que es una capacidad de perdonar incluso cuando no hay arrepentimiento, intentando evitar ser dominados por la fuerza destructiva del mal y rompiendo el círculo vicioso de la venganza.

Se opone tajantemente a dos situaciones extremas que pueden presentarse como solución que son la guerra y la pena de muerte (nº 255-270). Enfatiza la búsqueda de la paz mediante normas internacionales y eliminando las armas nucleares, oponiéndose firmemente también a la pena de muerte, que no es necesaria en la actualidad ya, y que tiene su base en la dignidad humana incluso de los criminales. 

Capítulo VIII: Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo.  

Según la encíclica, las distintas religiones ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad (nº 271). Es en la apertura a Dios donde encontramos el fundamento sólido para la fraternidad, ya que la razón por sí sola no lo logra. Esta es la causa de la crisis moderna que anestesia la conciencia humana alejando de los valores religiosos y donde predomina el individualismo y el materialismo (nº 272-275). Defiende la contribución de la Iglesia (La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre) en el debate público y en la construcción de un mundo mejor donde se promueva el bien común y el desarrollo humano integral. La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones (nº 277) y está llamada a encarnarse en todos los rincones (nº 278) en busca de la unidad (nº 280). 
Por eso, el papa promueve un camino de paz entre religiones, destacando la mirada de Dios que reconoce el amor para todos, mediante el diálogo y la acción conjunta por el bien común (nº 282). El documento contena el terrorismo y la violencia (Las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia – nº 285).

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