El Papa Juan Pablo II dedicó esta encíclica, como bien dice en su introducción, al desarrollo auténtico del hombre (nº 1), recordando todo el recorrido que la Doctrina Social ha hecho desde la Rerum Novarum de León XIII, poniendo de relieve la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, en su XX aniversario. Encontramos un doble objetivo: rendir homenaje a Populorum Progressio y afirmar la continuidad de la doctrina social de la Iglesia en su inspiración de fondo, pero en su necesidad de constante renovación (nº 3): es a la vez siempre nueva, dado que está sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas. Teniendo en cuenta el cambio del desarrollo de los pueblos en los últimos veinte años Juan Pablo II va a hacer una reflexión sobre una necesidad de una concepción más rica y diferenciada del desarrollo (nº 4).
En la primera parte, sobre la novedad de la encíclica Populorum Progessio hace hincapié en la importancia de la Encíclica como documento de aplicación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, en consonancia con la Constitución Gaudium et Spes (nº 6), y va a poner el foco en el “deber gravísimo” de las naciones más desarrolladas en el problema del desarrollo de los demás pueblos. El nº 7 es un resumen de los temas fundamentales de Populorum Progressio y de sus aportaciones al debate sobre el desarrollo.
Al analizar la encíclica de Pablo VI, Juan Pablo II señala una triple novedad (nº 8-10):
- Tiene el mérito de señalar el carácter ético y cultural de la problemática del desarrollo.
- Amplía el horizonte de la cuestión social a una dimensión mundial, lo cual obliga a una solidaridad.
- Propone esta fórmula: “El desarrollo es el nombre nuevo de la paz”,
Por ello, el objetivo será revisar el concepto de desarrollo, que no coincide ciertamente con el que se limita a satisfacer los deseos materiales mediante el crecimiento de los bienes, sin prestar atención al sufrimiento de tantos y haciendo del egoísmo de las personas y de las naciones la principal razón (nº 10).
La segunda parte es un recorrido por el panorama del mundo en 1987, tras veinte años de la Populorum Progressio, pero desde el punto de vista del desarrollo de los pueblos (nº 11). Subraya la lejanía actual de la realidad de la esperanza de desarrollo, que tras el optimismo de aquellos años y la promoción de la ONU de desarrollo con medidas y de las diversas iniciativas, a pesar de alcanzar algunos resultados (nº 12), todavía muchos sufren el peso intolerable de la miseria y son muchos millones los que carecen de esperanza debido al hecho de que, en muchos lugares de la tierra, su situación se ha agravado sensiblemente
(nº 13).
Juan Pablo II hace un análisis de la situación actual y constata el alargamiento de abismo entre el Norte desarrollado y el Sur en vías de desarrollo reconociendo que existen desigualdades sociales hasta llegar a los niveles de miseria en los países ricos, también, de forma paralela, en los países menos desarrollados se ven a menudo manifestaciones de egoísmo y ostentación (nº 14), sabiendo que los países en vías de desarrollo se da un gravísimo retraso, llegando incluso a hablarse de Cuarto Mundo. Es un término nuevo que se introduce en esta encíclica. En contraste con la clasificación tradicional de primer y tercer mundo, que excluye la categoría del segundo mundo, se busca resaltar la existencia de un Cuarto mundo refiriéndose a situaciones de pobreza dentro de países pertenecientes al primer mundo.
Entre los indicadores del Subdesarrollo destaca el papa (nº 15):
- El analfabetismo.
- La dificultad o imposibilidad de acceder a los niveles superiores de instrucción.
- La incapacidad de participar en la construcción de la propia nación.
- Las diversas formas de explotación y de opresión económica, social, política.
- Las diversas formas religiosas de la persona humana y de sus derechos.
- Las discriminaciones de todo tipo, de modo especial la más odiosa basada en la diferencia racial.
- Represión del derecho de iniciativa económica: la negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida «igualdad» de todos en la sociedad, reduce o, sin más, destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano.
- Crisis de la vivienda (nº 17)
- El desempleo y subempleo (nº 18)
- La deuda internacional (nº 19)
Entre las causas del empeoramiento encontramos (nº 16):
- Omisión de las propias naciones en vía de desarrollo por parte de los que detentan el poder económico y político.
- Responsabilidad de las naciones desarrolladas que no siempre han ayudado a aquellos países.
- Los mecanismos económicos, financieros y sociales “casi automáticos” que favorecen los intereses de países desarrollados.
Además, se añade las causas políticas procedentes de la existencia de dos bloques:
- El capitalismo liberal de occidente.
- El colectivismo marxista de oriente.
Esta contraposición ideológica lleva a tensiones militares y domina las relaciones internacionales en estos dos bloques. Ante ello la Iglesia asume una actitud crítica ante el impacto negativo de estas tensiones entre Este-Oeste que contribuye a ampliar la brecha económica entre Norte y Sur, y ante estas dos posturas, cuestionando la capacidad de ambas para promover el desarrollo integral (nº 21). Esto ha dado lugar al retraso en el desarrollo de los países del Sur que se convierten en piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco (nº 22). De ahí que se critique la tendencia imperialista o neocolonialismo de ambos bloques que lleva a que la actual división del mundo es un obstáculo directo para la verdadera transformación de las condiciones de subdesarrollo en los países en vías de desarrollo y en aquellos menos avanzados.
La Encíclica destaca la necesidad de superar esta contraposición que lleva a destinar los recursos a producir armas en lugar de aliviar la miseria de los necesitados. Esta producción y comercio de armas es un problema moral y un grave desorden que tiene unas consecuencias:
- Los millones de refugiados por las guerras.
- El fenómeno del terrorismo, entendido como propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, y crear precisamente un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la captura de rehenes.
El Papa hace referencia al problema demográfico que afecta al desarrollo sobre todo cuando se hacen campañas contra la natalidad y se tiende a formas de eugenismo (nº 25).
Frente a este panorama negativo, el papa va a destacar también los aspectos positivos que encontramos como:
Aspectos positivos destacados en el texto:
- Plena conciencia creciente de la dignidad humana propia y de los demás que cristaliza en la defensa de los derechos humanos.
- Influencia de la Declaración de los Derechos Humanos y otros instrumentos jurídicos internacionales.
- Reconocimiento de la interdependencia y crecimiento de la solidaridad de naciones.
- Conciencia de la limitación de recursos y preocupación ecológica.
- Esfuerzos de líderes y organizaciones.
- Los hombres se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos.
- Contribuciones de grandes organizaciones internacionales y regionales.
- Algún país del Tercer Mundo alcanza autosuficiencia alimentaria e industrialización.
- Valores positivos con una nueva preocupación por el desarrollo y la paz.
En el tercer apartado encontramos una mirada al auténtico desarrollo, que no es rectilíneo, automático e ilimitado (nº 27). Reconociendo que la mera acumulación de bienes y servicios no basta para proporcionar la felicidad humana. Por eso, se necesita una orientación al bien del género humano, que equilibre el subdesarrollo y el superdesarrollo, ambos inaceptables. Por eso, no podemos ligar el desarrollo solo a la dimensión económica, sino buscar un desarrollo pleno, «más humano», el cual —sin negar las necesidades económicas— procure estar a la altura de la auténtica vocación del hombre y de la mujer (nº 28).
El desarrollo, más allá de lo económico, necesita tener en cuenta que el ser humano es creado por Dios: el desarrollo no puede consistir solamente en el uso, dominio y posesión indiscriminada de las cosas creadas y de los productos de la industria humana, sino más bien en subordinar la posesión, el dominio y el uso a la semejanza divina del hombre y a su vocación a la inmortalidad (nº 29). Apoyándose en la comprensión bíblica de la vocación humana orientada a Dios apunta que el «desarrollo» actual debe ser considerado como un momento de la historia iniciada en la creación y constantemente puesta en peligro por la infidelidad a la voluntad del Creador, sobre todo por la tentación de la idolatría, pero que corresponde fundamentalmente a las premisas iniciales (nº 30).
Por eso, la fe en Cristo ilumina la naturaleza del desarrollo, puesto que él aparece como fundamento. Dios Padre ha decidido desde el principio hacer participar al hombre de su gloria en Jesucristo (nº 31). También los Padres de la Iglesia enseñan a priorizar lo necesario sobre lo superfluo y ayudar a los necesitados, a través de sus ministros y sus miembros: Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello (nº 31).
El desarrollo de los pueblos es un deber de todos para con todos, un imperativo para las sociedades, naciones e Iglesias, pero también un derecho de pueblos y naciones a un desarrollo pleno, no solo económico y social, sino que comprenda su identidad cultura y la apertura a lo trascendente (nº 32). Es por eso que el desarrollo tiene también un carácter moral como expresa este párrafo tan importante:
Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás —disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material— resultará insatisfactorio y, a la larga, despreciable (nº 33).
Este carácter moral del desarrollo no puede prescindir del respeto por los seres que constituyen la naturaleza. Por ello, propone una triple consideración (nº 34):
- Tomar mayor conciencia de que no podemos utilizar a los seres, vivos o inanimados como nos apetezca.
- Los recursos naturales no renovables son limitados.
- La industrialización lleva a la contaminación del medio ambiente con graves consecuencias.
La encíclica hace referencia a la lectura teológica de hoy considerando los obstáculos al desarrollo entre los que no solo destaca razones económicas, sino también motivaciones políticas y causas de orden moral. Destaca el mundo dividido en bloques donde las estructuras de pecado condicionan la conducta de los hombres (nº 35-36).
Destaca dos actitudes unidas y contrarias a la voluntad de Dios y al bien del prójimo (nº 37):
- El afán de ganancia exclusiva.
- La sed de poder.
De estas actitudes pueden ser víctimas no sólo los individuos, sino también naciones y bloques mediante el imperialismo que se dejan llevar por formas de idolatría (dinero, ideología, clase social y tecnología).
Por ello, el papa, consciente de la creciente interdependencia de los hombres y naciones, llama a darnos cuenta de la necesidad urgente de un cambio en las actitudes espirituales que definen las relaciones de cada hombre consigo mismo, con el prójimo, con las comunidades humanas (nº 38), invitando a los cristianos a la conversión.
Insta a la solidaridad, que define de la siguiente manera:
No es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos (nº 38).
En este ejercicio de solidaridad se reconocen unos a otros como personas, donde los que disponen de más bienes se sienten responsables de los más débiles. Encontramos algunos signos como la creciente conciencia de la solidaridad y las iniciativas de mutuo apoyo, donde el otro no es un instrumento al que explotar sino como un “semejante”, eliminando la explotación, la opresión y la anulación. La solidaridad es un camino hacia la paz y hacia el desarrollo. El objetivo de la paz solo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional (nº 39). La solidaridad es una virtud cristiana que debe cooperar por eliminar los mecanismos perversos y estructuras de pecado (nº 40).
Finalmente se proponen una serie de orientaciones, no soluciones, para el desarrollo, que no puede ser reducido a un problema técnico, pero ante el cual la Iglesia, “experta en humanidad”, tiene algo que decir, no como una tercera vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista , sino para abrirse, desde una perspectiva internacional a la opción preferencial por los pobres (nº 41-42), una nueva categoría que aparece como nuevo imán para la Doctrina y Moral Social de la Iglesia.
Aboga por algunas reformas necesarias (nº 43) entre las que destacan la reforma del Sistema Internacional, el sistema monetario y financiero mundial, las tecnologías y sus tranferencias. Invita a los países subdesarrollados a tener iniciativas, dando mayor acceso a la cultura y a la libre circulación de información, así como la reforma de algunas estructuras corrompidas (nº 44). Todo ello necesita la colaboración de todos (nº 45). Concluye con una canto a la esperanza que busca la libertad, llamado a todos los hombres a afirmar con la Iglesia la posibilidad de la superación de las trabas que por exceso o por defecto se interponen al desarrollo (nº 47).