“La cruz nos muestra el misterio de un Dios que tiene sed de nuestra sed”.
Mientras los evangelios sinópticos (Mt, Mc, Lc) son como cámaras que van grabando la vida de Jesús con el que el lector camina descubriendo su identidad, el de Juan es un evangelio único, como si fuera un dron que se eleva a lo más alto para revelarnos la verdad desde el principio, la identidad divina de Jesús. Su originalidad y singularidad no solo viene mostrada porque sólo en él encontramos el precioso prólogo, las bodas de Caná, la entrevista con Nicodemo, el encuentro con la samaritana o el lavatorio de los pies, sino por una manera preciosa de enfocar la pasión del Señor que escuchamos hoy en el evangelio.
Quisiera centrarme únicamente en el modo en que los evangelios relatan el momento de la muerte de Jesús. Resulta llamativo el contraste entre ellos. Marcos nos muestra el rechazo de Jesús al vino con mirra antes de su crucifixión (Mc 15,23). Luego, en el momento de mayor abandono, tras exclamar “Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?, justo antes de expirar, uno fue corriendo a ofrecerle de nuevo vinagre de una esponja (Mc 15, 34-37). Quién sabe cómo reaccionó Jesús en aquel momento en el que al parecer de Marcos sólo María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé miraban a lo lejos (Mc 15,40).
En Mateo, en cambio, Jesús prueba el vino mezclado con hiel, pero de nuevo lo rechaza. Al igual que en Marcos, antes de morir, le ofrecen vinagre en una esponja, sin saber la resolución. Lucas, por su parte, elimina cualquier mención a estos episodios. En cambio, Juan es breve y directo: Jesús exclama “Tengo sed” (διψῶ), toma el vinagre que le ofrecen, dice “Todo está cumplido” e inclinando la cabeza entregó su espíritu (Jn 19,28).
Es un momento decisivo, en el que Jesús en la cruz pronuncia sus últimas palabras antes de morir: “Tengo sed”. A primera vista, esta frase puede parecer sólo una expresión física. Y lo es. El cuerpo de Jesús, agotado, herido, desangrado, está sufriendo intensamente. Pero el evangelista Juan quiere mostrarnos que detrás de estas palabras hay algo más. No se trata solo de la sed del cuerpo, sino de una sed que tiene un sentido espiritual profundo. Una sed que nos interpela directamente. Os invito a profundizar estas palabras desde tres perspectivas: Jesús tiene sed por ti, de ti y en ti.
- Una sed que salva: Jesús tiene sed por ti
Mirar al crucificado es contemplar a un ser humano sediento. Indudablemente, la sed física de Jesús en la cruz tuvo que ser atroz. Estaba desangrado, exhausto y dolorido. No dudamos de la veracidad histórica de un gesto que era tan común de hacer con los crucificados del momento. Sin embargo, este “Tengo sed” de Jesús, tiene un sentido más profundo. El propio evangelista lo propone como cumplimiento de la Escritura:
- Sal 69,22: En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.
- Sal 22,16: Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte.
Es la sed del que da la vida por el otro hasta el final. Jesús tiene sed por ti, porque a veces elegimos apartarnos de su camino y lo crucificamos. A veces somos la causa de la sed de Jesús. Y a pesar de ello, el nos ama tanto que se consume hasta el final por darnos la vida prometida por el Padre. Sed de quien se entrega hasta el último aliento para que tú tengas vida. Sed del buen pastor que busca a la oveja perdida. Sed del que ha venido no para ser servido, sino para servir.
Una sed que se transforma en salvación. En la cruz, su deseo más profundo es cumplir hasta el final la voluntad del Padre, que no es otra que darnos la vida eterna. Por eso acepta el sufrimiento, por eso no huye, por eso permanece colgado del madero, como oveja llevada al matadero, Jesús da la vida por ti. Porque tú le importas. Porque tu vida tiene un valor infinito para Él.
Este es el sentido del cumplimiento de la Escritura de la que habla Juan: Jesús desea consumar hasta el final la misión que se le ha encomendado. Su sed no es sólo física: es el deseo profundo de que se complete la obra de la redención, de que tú y yo podamos tener acceso a Dios. Tiene sed de que tú vivas.
Él como los corderos eran entregados en el templo, se entrega por la salvación de todos. El evangelista Juan propone la imagen del hisopo, una planta frágil y pequeña inadecuada para poner una esponja empapapa. Los sinópticos, de hecho, hablan de caña. Este hisopo no sirve para poner una esponja y elevarla a un crucificado para que pueda mojar sus labios, sino que es un símbolo, puesto que con el hisopo se untaba, según Ex 12,22 la sangre del cordero pascual en el dintel y las jambas de las puertas. Al igual, que la noche de la pascua judía el ángel exterminador no entró en las casas protegidas por la sangre de los corderos, la sangre derramada por Jesús es motivo de salvación. Juan nos está diciendo que lo que está aconteciendo es la verdadera pascua. Es el momento en el que Jesús se entrega para darnos la vida eterna.
- Una sed que espera: Jesús tiene sed de ti
El verbo dipsaô aparece en el evangelio de Juan solo en la escena con la Samaritana, en tres ocasiones, en la que Jesús le pide de beber, pero no bebe, sino que se ofrece como el agua viva. Cuando Jesús dice “Tengo sed”, está diciendo: Tengo sed de que tú vivas, de que tú bebas del agua viva que te ofrezco. Tengo sed de que tú conozcas al Padre y tengas vida en abundancia. Tengo sed de tu salvación. Al igual que a la Samaritana él nos dice hoy: el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4, 13).
Es decir, desea tu respuesta. No te obliga, no te impone nada. Pero espera algo de ti: espera tu apertura, tu acogida, tu entrega. Así como pidió a la samaritana: “Dame de beber”, y con ello le reveló que en realidad deseaba que ella se dejara transformar, hoy te pide a ti también una respuesta personal.
Jesús tiene sed de tu fe. Tiene sed de tu confianza. Tiene sed de que no vivas con indiferencia. Jesús desea tu amor, aunque sea imperfecto. Quiere que lo pongas en el centro de tu vida. Y, aunque tú no tengas grandes cosas que ofrecerle, Él se alegra de cada pequeño paso hacia Él.
- Una sed que permanece: Jesús tiene sed en ti
Esto significa que su sed no se quedó en el pasado. Jesús crucificado vive hoy en el sufrimiento de muchas personas. Su sed continúa presente en cada ser humano que sufre. Jesús sigue sediento en los pobres, en los enfermos, en los solos, en los descartados. Cada vez que vemos a alguien necesitado, es Cristo quien nos pide: “Dame de beber”.
Cada rostro doliente es una llamada a responder. Como discípulos suyos, no podemos quedarnos pasivos ante ese clamor. Él ha puesto en nosotros su Espíritu para que llevemos alivio, justicia, consuelo y esperanza. Él cuenta con nosotros para calmar esa sed que sigue existiendo en el mundo.
Quizá todo esto se entienda aún mejor si alguna vez tenéis la oportunidad de entrar en una capilla de las Misioneras de la Caridad, la congregación fundada por Santa Teresa de Calcuta. A muchos, como al escritor Dominique Lapierre, les impacta profundamente la sencillez del lugar, pero sobre todo una frase escrita junto al crucificado: Tengo sed. No es solo una decoración ni un recuerdo piadoso. Es el corazón del carisma de las Misioneras. El 10 de septiembre de 1946, en un viaje hacia Darjeeling para un retiro espiritual, la Madre Teresa sintió interiormente que Jesús le hablaba desde la cruz con esa misma frase: “Tengo sed”. Comprendió entonces que esa sed de Cristo no era solo de agua, sino una sed de amor, de almas, de consuelo, de compasión. Desde ese momento, toda su vida se convirtió en una respuesta a esa sed de Jesús, especialmente presente en los más pobres y abandonados. Hoy, también a nosotros, Jesús nos mira desde la cruz y nos dice con ternura y verdad: Tengo sed en ti. ¿Cómo vas a responder?