Introducción

El Sábado Santo es un día de silencio y meditación ante el sepulcro vacío. Por eso no se celebra ninguna liturgia hasta la noche de la Vigilia Pascual. Se propone esta meditación para este día, para que nos ayude a comprender mejor la Vigilia que vamos a vivir por la noche.

Del evangelio de Juan (20, 1-10):

El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.

Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa.

Meditación

Sin duda la experiencia del Resucitado en la vida del cristiano es fundamental. Los primeros discípulos se encuentran, como todos, con la peor experiencia de sus vidas: la muerte de su amigo Jesús, en el que habían puesto todas sus esperanzas, y que ahora los había defraudado.

¿No es insoportable creer que todo por lo que hemos luchado, todo lo que hemos querido, todo lo que hemos hecho durante nuestra vida cae en el vacío tras la inminente llegada de la muerte? Por eso en nuestro interior sentimos la imposibilidad de que todo esto se desvanezca, e intentamos creer en la certeza de que todo por lo que luché, amé e hice no puede terminar así.

Sin embargo, a pesar de mi voluntad de la existencia de una continuidad a todo esto, me doy cuenta de que no puedo volver a hablar como antes con mis seres queridos, ni hacerles volver, ni siquiera puedo imaginar el sitio donde puedan encontrarse.

Esto mismo pensaron los discípulos. No creían en la posibilidad de traer de vuelta al que habían creído que les salvaría de todas las injusticias que vivían, a Jesús de Nazaret. Hasta que, de repente, se toparon con una experiencia inesperada que les cambia la vida para siempre. Una experiencia tanto ambigua como cierta, vivida con tanta incertidumbre como verdad.

Aunque en los evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc) son varias las mujeres que van al sepulcro, en Juan solo encontramos a María Magdalena que encuentra la tumba vacía y va a llamar a Pedro y a los discípulos ante tal sorpresa.

Es muy bonita la imagen que emplea el evangelista Juan, en el que no hallamos nada parecido a los sinópticos. Tras la vuelta de María Magdalena del sepulcro, diciendo que se han llevado el cuerpo de Jesús, nos encontramos con una bonita carrera, que no es sino imagen de una Iglesia que corre en búsqueda de Jesús Resucitado.

Pedro y Juan (el discípulo amado) corren al sepulcro. Este último llegó antes, vio las vendas pero no entró. Pedro, entró primero.

Sin duda, Juan, que es el que escribe el evangelio, está caracterizado por la clarividencia, llega antes que Pedro, cabeza de la institución, que aunque llega más tarde es el que entra primero, como jefe de la Iglesia.

Según el evangelio de Juan, este y Pedro encuentran las vendas extendidas, mientras que el sudario estaba plegado aparte. El hecho de que la sábana estuviera en el suelo, literalmente tendidas, quiere explicar que el cuerpo no había sido robado, sino que el cuerpo había desaparecido de forma inexplicable, ya que las vendas no habían sido movidas. La verificación de que el cuerpo no había sido robado viene demostrada también mediante el sudario, que se encuentra doblado aparte. Si hubiera sido un robo, los ladrones no se habrían preocupado de envolver el sudario.

En definitiva, esta explicación que el evangelista nos propone quiere simplemente atestiguar que lo que había ocurrido allí no había sido un robo, como dijo María Magdalena al volver, sino que había ocurrido otro acontecimiento, la Resurrección. De ahí que termine esta parte diciendo que hasta ese momento no habían entendido que debía resucitar.

Oración

Haznos correr, Jesús, hacia la luz de tu vida,

hacia el resplandor de tu resurrección.

Estamos fatigados, embotados, con miedo,

ante la irrupción de tu gloria.

Abre nuestras mentes y nuestros corazones,

para acoger el destello de tu mirada limpia y amorosa.

Ayúdanos a experimentar cada día que vives realemente,

y que tu vida nos da vida para siempre.

Que tu gracia, Señor, avive el fuego que hay en nuestro interior,

para que seamos antorchas inapagables de tu amor,

instrumentos que no puedan parar de cantar que tu vives

y das sentido a nuestras vidas.

¡Ven, Señor, Jesús! Danos fe, esperanza y amor.

Reflexión

  • Huyeron despavoridos ante la resurrección de Jesús. El miedo al qué dirán los espantó ¿En qué momentos nos avergonzamos de Jesús? ¿Nos da vergüenza ser creyentes?  Pide a Jesús que te haga testimonio de la Resurrección.
  • La confusión y el miedo que les provoca la experiencia del Resucitado no provoca rechazo, sino que mueve en ellas el deseo de creer en lo que Jesús les había dicho. ¿Me fío de Jesús?¿Tengo deseo de encontrarme con él?  Desea de corazón encontrarte hoy con Jesús.
  • Corren al encuentro de su maestro. La desazón de la muerte de Jesús se convierte  en esperanza. Vieron y creyeron. ¿Cuál es mi experiencia de Jesús Resucitado? Corre al encuentro con Él y cree.

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