Mucho antes de la construcción de la majestuosa Basílica de María Auxiliadora, aún en los albores de la incipiente obra de don Bosco, este mandó construir en la planta baja de la casa de José su primera capilla en honor a la Virgen. Ya se hacía notar el otoño en la pequeña colina de I Becchi, cuando el 8 de octubre de 1848 quedaba bendecida esta pequeña “ermita” que será tan significativa en la vida de la Congregación Salesiana. Las Memorias Biográficas describen el día de la inauguración de esta hermosa capilla dedicada a la Virgen del Rosario:
Don Bosco fue a I Becchi en los primeros días de octubre con unos dieciséis muchachos, internos algunos y otros externos del Oratorio festivo. Figuraba entre éstos un tal Castagno, que todavía vivía en el 1902. El 8 de octubre el teólogo Cinzano bendijo la capilla, dedicada a la Virgen del Rosario.
Era el primer lugar sagrado que don Bosco dedicaba al Señor y a la Santísima Virgen en agradecimiento a los beneficios recibidos tan espléndidamente en aquel mismo lugar. Se pudo haber esculpido en el frontispicio el dicho de Jacob: Locus iste sanctus est et ego nesciebam (este lugar era santo y yo no lo sabía). La primera fiesta se celebró con la mayor solemnidad que se pudo y con gran concurso de gente. Los muchachos del Oratorio permanecieron allí durante toda la novena y la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, alegrando con sus cánticos a los habitantes de la aldea. Desde que se bendijo la capilla no dejó don Bosco de acudir cada año por estas fechas hasta 1869, siempre acompañado de los cantores que se habían portado mejor durante el año. Predicaba todas las tardes la novena y por la mañana administraba los sacramentos de la confesión y comunión para dar comodidad a los aldeanos que estaban la mar de contentos. Los Salesianos continuaron esta costumbre sin interrumpirla. Eran muchos los que recibían los santos sacramentos. Acudían muchachos de Chieri, Buttigliera, Castelnuovo y otros pueblos, circunvecinos y aun lejanos, para confiar a don Bosco los secretos de su alma.
El día de la fiesta servía de púlpito una cuba boca abajo, colocada en la era, cubierta de paños, y que había servido de tajón para las viandas de los muchachos. Desde él don Bosco u otro sacerdote invitado, predicaba las glorias del santo rosario. Precisamente sobre este púlpito le sucedió a don Juan Cagliero, mientras predicaba el panegírico de la Virgen ante una compacta y atenta multitud que, de pronto, fallaron las tablas bajo sus pies y se hundió y desapareción de la vista de los oyentes, con gran hilaridad de todos. Como era muy estrecha la capilla, los músicos y los cantores estaban con el pueblo, al aire libre. A veces ponía fin a la fiesta con fuegos artificiales o con una función de teatro (MBe 3,347).
No es la única anécdota del pobre Cagliero en este lugar. Años antes, cuando aún era adolescente (1851) fue allí de excursión con Don Bosco. Al ver al obispo tras la confirmación que hubo en la parroquia se hizo una mitra y un pluvial de papel y se hizo llevar a hombros de sus compañeros con mitra en mano.
Este lugar, al que Don Bosco acudió durante muchos años con sus alumnos durante las fiestas de la Virgen del Rosario, será testigo de muchos acontecimientos importantes de la vida de la obra salesiana. Una capilla importante para Don Bosco, que llegó incluso a escribir al papa Pío IX para que le concediera indulgencias para aquellos que asistían a aquellas funciones
El 3 de octubre de 1852, tuvo lugar en aquella capilla la imposición de la sotana a Miguel Rua y Giuseppe Rocchietti. En una carta al clérigo José Buzzetti, el santo escribe lo siguiente de aquel día:
Llegó mientras tanto, el tres de octubre, domingo de la Virgen del Rosario, en el que debía imponerse la sotana solemnemente a dos jovencitos. Los muchachos participaban de la gran satisfacción de don Bosco. El Vicario teólogo Cinzano celebró la misa solemne en I Becchi y bendijo a continuación las dos sotanas. Impuso él la del joven José Rocchietti, y don Juan Bertagna ayudó a Miguel Rúa a vestir la suya. El Vicario, durante la comida, se dirigió a don Bosco diciendo:
- ¿Te acuerdas de cuando, siendo todavía seminarista me dijiste: tendré clérigos, sacerdotes, muchachos estudiantes, artesanos, banda de música y una hermosa iglesia, y que yo te decía que estabas loco? ¡Ahora se ve bien claro que sabías lo que decías! (MBe 4,374-375).
Don Bosco mismo va a narrar en su biografía de Domingo Savio otro de los sucesos que ocurrieron en este emblemático lugar. El 2 de octubre de 1854 tuvo lugar el primer encuentro con Domingo Savio:
Las cosas que voy a narrar puedo referirlas con mayor número de circunstancias, puesto que de casi todas fui testigo ocular, y las más de las veces acaecieron en presencia de una multitud de jóvenes, acordes en afirmarlas.
Corría el año 1854, cuando el citado don Cugliero vino a hablarme de un alumno suyo digno de particular atención por su piedad.
- Aquí, en esta casa -me dijo-, es posible que tenga usted jóvenes que le igualen, pero difícilmente habrá quien le supere en talento y virtud. Obsérvelo usted y verá que es un san Luis.
Quedamos que me lo mandaría a Murialdo, adonde yo solía ir con los jóvenes del Oratorio para que disfrutasen algo de la campiña y, de paso, poder celebrar la novena y solemnidad de la Stma. Virgen del Rosario. Era el primer lunes de octubre, muy temprano, cuando vi aproximárseme un niño, acompañado de su padre, para hablarme. Su rostro alegre y su porte risueño y respetuoso atrajeron mi atención.
- ¿Quién eres?-le dije-. ¿De dónde vienes?
- Yo soy -respondió- Domingo Savio, de quien ha hablado a usted el señor Cugliero, mi maestro; venimos de Mondonio.
Lo llevé entonces aparte y, puestos a hablar de los estudios hechos y del tenor de vida que hasta entonces había llevado, pronto entramos en plena confianza, él conmigo y yo con él. Presto advertí en aquel jovencito un corazón en todo conforme con el espíritu del Señor, y quedé no poco maravillado al considerar cuánto le había ya enriquecido la divina gracia a pesar de su tierna edad. Después de un buen rato de conversación, y antes de que yo llamara a su padre, me dirigió estas textuales palabras:
- Y bien, ¿qué le parece? ¿Me lleva usted a Turín a estudiar?
- Ya veremos; me parece que buena es la tela
- ¿Y para qué podrá servir la tela?
- Para hacer un hermoso traje y regalarlo al Señor. Así, pues, yo soy la tela, sea usted el sastre; lléveme, pues, con usted y hará de mí el traje que desee para el Señor.
- Mucho me temo que tu debilidad no te permita continuar los estudios.
- No tema usted; el Señor, que hasta ahora me ha dado salud y gracia, me ayudará también en adelante.
- ¿Y qué piensas hacer cuando hayas terminado las clases de latinidad?
- Si me concediera el Señor tanto favor, desearía ardientemente abrazar el estado eclesiástico.
- Está bien; quiero probar si tienes suficiente capacidad para el estudio; toma este librito (un ejemplar de las Lecturas Católicas), estudia esta página y mañana me la traes aprendida.
Dicho esto, le dejé en libertad para que fuera a recrearse con los demás muchachos, y me puse a hablar con su padre. No habían pasado aún ocho minutos cuando, sonriendo, se presenta Domingo y me dice:
- Si usted quiere, le doy ahora mismo la lección.
Tomé el libro y me quedé sorprendido al ver que no sólo había estudiado al pie de la letra la página que le había señalado, sino que entendía perfectamente el sentido de cuanto en ella se decía.
- Muy bien -le dije-, te has anticipado tú a estudiar la lección y yo me anticiparé en darte la contestación. Sí, te llevaré a Turín, y desde luego te cuento ya como a uno de mis hijos; empieza tú también desde ahora a pedir al Señor que nos ayude a mí y a ti a cumplir su santa voluntad.
No sabiendo cómo expresar mejor su alegría y gratitud, me tomó de la mano, me la estrechó y besó varias veces, y al fin me dijo.
- Espero portarme de tal modo, que jamás tenga que quejarse de mí conducta.
Don Bosco: un testimonio vivo de la importancia del rezo del rosario.
Quizás no estemos acostumbrados a visualizar a Don Bosco con un rosario en la mano, pero los numerosos testimonios muestran lo contrario. Los que entraban en su habitación le encontraban muchas veces con el rosario en la mano. Así lo describe don Francesco Cerruti en un testimonio recogido por E. Ceria en su famoso libro Don Bosco con Dios:
Cuando sus achaques, dolor de cabeza, cansancio de pecho y ojos medio apagados no le permitían ya entregarse al trabajo, era penoso y al propio tiempo consolador verle pasar las horas largas sentado en su pobre sofá, en lugar a veces medio a oscuras porque sus ojos no aguantaban la luz, y no obstante siempre tranquilo y sonriente, con el rosario en la mano, los labios articulando jaculatorias y las manos que de cuando en cuando se alzaban para manifestar en su mudo lenguaje aquella unión y entera conformidad con la voluntad de Dios, que por su agotamiento no podía ya exteriorizar con palabras.
Desde su infancia, Don Bosco había aprendido a rezar la tercera parte del rosario, y así lo corroboran múltiples testimonios. Lo incorporaba siempre que actuaba como saltimbanqui: cuando todo estaba preparado en medio del círculo formado por la gente y el público ansioso por ver novedades, Juan invitaba a todos a rezar la tercera parte del rosario. Incluso, en su primer sermón en Alfiano habló sobre la importancia del rosario.
Así lo inculcó a sus chicos en los inicios de su oratorio, que no dudaban en ir junto a él por las calles de Turín rezando el rosario. Después de todo lo sufrido hasta encontrar la casa Pinardi, con la emoción a flor de piel, no dudó en seguida en invitar a sus chicos a rezar el rosario para dar las gracias por el nuevo oratorio.Ante la objeción de muchos por un rezo que ya en su época parecía obsoleto él insistía: Dí el nombre de oratorio a esta casa para indicar muy claramente que sólo podemos apoyarnos sobre la oración, y se reza el santo rosario porque, desde el primer momento, me coloqué, a mí mismo y a mis muchachos bajo la protección de la Santísima Virgen (MBe 3,95).
Quizás uno de los momentos paradigmáticos que nos ayuda a comprender hasta qué punto era importante para él lo encontramos en un encuentro con el marqués Roberto d’Azezio. Este juzgaba perdido el tiempo empleado en largas oraciones y decía que no tenía razón de ser el rezo del rosario, le parecía una aburrida rutina. La respuesta de Don Bosco fue clara, aunque pueda parecer hiperbólica: Estaría dispuesto a dejar otras cosas muy importantes antes que ésta; y hasta, si fuera menester, renunciaría a su valiosa amistad, pero no al rezo del santo rosario.
Si le preguntásemos cómo había que rezar el rosario su respuesta era clara: Rezad por la noche el santo rosario, si no lo habéis rezado durante el día, en compañía de vuestros hermanos y vuestras hermanas, pero devotamente, sin prisas.
En su oratorio esta práctica no era simplemente una devoción, sino parte esencial en de su espiritualidad y su método educativo. Muchos jóvenes se retiraban al huerto de Mamá Margarita para rezar de rodillas o a lo largo del camino al huerto. Los ejercicios espirituales era una ocasión propicia para recordarlo: Recordad que cada uno está obligado también por las reglas a rezar el rosario cada día. ¡Cuánto debemos agradecer a María Santísima y cuántas gracias nos tiene preparadas!
Don Bosco nos dejó un testimonio vivo de la importancia del rezo del rosario en su vida y en la formación espiritual de los jóvenes a los que dedicó su obra. Su devoción y su amor por esta práctica siguen siendo un ejemplo inspirador para todos nosotros.