Introducción

Hay creyentes hoy en día que erróneamente concluyen, tras la muerte trágica de una buena persona, que Dios siempre se lleva consigo a los mejores. Claramente es un error garrafal que rompe con la visión de un Dios que es infinito amor y ternura con todos sus hijos, que hace salir su sol sobre malos y buenos (Mt 5,45). Pero, sin duda, en ti, querida Chiara, se cumple este malentendido desatino, no porque haya sido voluntad divina que te hayas marchado, sino porque estás junto a Él, y nos has dejado un legado de santidad del que aún no somos suficientemente conscientes. 

¡Cuántas cosas podrías estar diciéndonos ahora, recién cumplidos ya tus cincuenta y un años, en tu plena madurez espiritual! Y sin embargo, te fuiste, con tan solo dieciocho, en tu plena efervescencia juvenil. ¡Qué tremenda tragedia a los ojos de un mundo que no es capaz de mirar más allá de nuestra finita existencia! ¡Qué desgraciado destino ante los esquemas mentales de una sociedad sin rumbo!

Y a pesar de ello, te doy gracias, por mostrarme una experiencia de Dios fundamentalmente ordinaria, pero tremendamente empapada de una gracia especial. Gracias Chiara por acompañar mi limitado camino de fe, y por ser luz que la ilumina de una forma diferente.

Una breve crónica de su vida

El 29 de noviembre de 1985, no hace más de cuarenta años, Chiara Badano escribía una carta a la fundadora del movimiento de los focolares, Chiara Lubich, con unas iluminadoras palabras: 

He redescubierto el Evangelio bajo una nueva luz. He entendido que no era una auténtica cristiana porque no lo vivía hasta el fondo. Ahora quiero hacer de este magnífico libro el único objetivo de mi vida. No quiero y no puedo quedarme analfabeta de un mensaje tan extraordinario. Al igual que para mi es fácil aprender el alfabeto, así debe ser también vivir el evangelio… He redescubierto aquella frase que dice “dad y se os dará”: tengo que aprender a tener confianza en Jesús, a creer en su inmenso amor. 

Chiara Badano había celebrado su catorceavo cumpleaños apenas un mes antes. Esta joven de Sassello, Italia, que había recibido el evangelio como regalo de su párroco a los 7 años para su primera comunión, desarrolló una comprensión cada vez más profunda de lo que implicaba vivir de acuerdo con el Evangelio.  

Su encuentro con el movimiento de los focolares en el primer Family Fest en mayo de 1981 supuso un importante punto de inflexión en su vida, llevándola a un conocimiento más profundo de Jesús y su evangelio. Chiara avanzó en su vida de fe, especialmente al recibir el sacramento de la Confirmación en 1984. Su gran amiga, Chicca, lo describe de la siguiente manera: 

En septiembre de 1984 me invitó a su confirmación: la recuerdo en la iglesia, recogida y muy consciente del momento que estaba viviendo y con una gran alegría en los ojos. Decidió dar todo el dinero que le habían regalado a los niños pobres y para las necesidades del Movimiento. 

Son palabras que muestran de manera evidente cómo la joven Clara no era una cristiana cualquiera, y todavía no había “redescubierto el evangelio” en esas fechas. El libro sobre su causa de canonización nos cuenta una anécdota ocurrida dos días después de la confirmación. A causa de una fiebre tuvo que quedarse en cama. Ella misma escribe:  

Esto para mí es Jesús abandonado y tengo que amarle tanto como pueda. Por ello empecé otra vez a hacer muchos actos de amor para mis padres y, cuando pude levantarme, también para la abuela que vivía en el piso de arriba. 

Estos grandes gestos de amor se intensificaron mucho más aquella fría jornada del 14 de marzo de 1989, cuando tras descubrir que tenía cáncer se tiró en el sofá con su chaquetón verde y meditó en silencio durante veinticinco minutos. Al abrir los ojos se giró a su madre y afrontó su enfermedad con fe y valentía. Si lo quieres tú, también lo quiero yo se decía en muchas ocasiones dirigiéndose a Jesús
Su sonrisa y su luz (Luce), nombre que recibirá de la propia Chiara Lubich, se convertirán en una nueva fuerza que ha cambiado el mundo. Sin duda, no fue una vida fácil, con un final poco esperado, pero fue una vida auténtica y coherente, una vida que colmó su corazón de felicidad, porque sabía que Jesús y María siempre estaban con ella.    

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