Memorias Biográficas (Tomo V)
El período que abarca del 18 de febrero al 16 de abril de 1858 está narrado en el tomo quinto de los diecinueve volúmenes, que Lemoyne, Amadei y Ceria escribieron sobre la vida de san Juan Bosco.
La salida y la vuelta del santo de los jóvenes de su residencia en Valdocco tuvo el propósito de alcanzar la ciudad eterna para presentar al santo Padre su proyecto en Turín en favor de los jóvenes.
Fue en aquella mañana de febrero, habiendo despedido a sus muchachos y recibido la confesión de don Cafasso, que don Bosco, tras haber hecho testamento, salió a las ocho y media de la mañana.
¿Qué se le pasaría por la cabeza ante un futuro próximo tan incierto? ¿Cómo estaría su fervoroso corazón frente a todo lo que iba a descubrir en la ciudad de los papas?
Muchas ciudades, personajes de alta alcurnia, jóvenes y monumentos van a dejar huella en este joven sacerdote de apenas 42 años que embarca junto a su discípulo Miguel Rua, clérigo de veinte años y fiel secretario, tras un viaje en tren hasta Génova, ciudad en la que visitará el barrio de Carignano.
Tras visitar la obra del abad Montebruno y pasar la noche en el convento de los dominicos, pudieron subir al Aventino, barco en el que pasará varios días con naúseas y otros males hasta su llegada a Civittavecchia donde desembarcaron y tomaron la carroza hacia Roma junto al señor Mentasti.
La cena en el mesón de Palo antecedió a la llegada nocturna a la esperada ciudad de Roma. Era 21 de febrero. A las once de la noche llegaron a la casa del conde Rodolfo De Maistre donde el santo se alojará durante toda su estancia en la ciudad romana situado en el Quirinal.
El sinfín de iglesias que visitará en Roma se iniciará con su primera eucaristía en la Iglesia de San Carlos alle quattro fontane, junto a Rua y el conde, muy cerca de donde residía.
El Panteón de Roma
Al no poder encontrarse con el cardenal Gaude en Santa María sobre Minerva, única iglesia gótica de Roma, regida por los dominicos, don Bosco tuvo tiempo para visitar uno de los monumentos más importantes de la ciudad.
El panteón de Roma, uno de los antiguos templos romanos del s. II d.C. , fue reconvertido cinco siglos más tarde en la Basílica de Santa María de los Mártires. Es una gran atracción turística no solo por su emblemática forma circular, sino también por su óculo superior.
Fueron días de una intensa actividad y visitas a monumentos e iglesias para recavar información para sus próximos escritos sobre los papas. La Basílica de Santa María Mayor, la de santa Pudenciana, el Esquilino, Santa Práxedes, San Celio, San Juan in fonte, San Juan de Letrán, la Escala Santa… Muchos y santos lugares hasta llegar al lugar centro por antonomasia de la cristiandad: la Basílica de San Pedro, que visitó con don Rua y el conde Rodolfo el 26 de febrero.
Iglesias y hospicios
Un sinfín de ocupaciones que se repartió también en visitas a obras dedicadas a los jóvenes más necesitados. Tras una jornada de lluvia dedicada a escribir, don Bosco visitó el hospicio de Tata Giovanni.
El lluvioso 28 de febrero, tras una mañana en el Gesú, visitaron en el vaticano al cardenal Antonelli, Secretario de Estado,durante dos horas.
Hasta el día de la audiencia papal, don Bosco pudo compaginar nuevamente visitas a lugares sagrados (Santa Mª de la Victoria, iglesias de la Isla Tibertina, la cárcel Mamertina, San Andrés, la basílica de la Santa Cruz, Gesú, la cúpula de San Pedro…) con hospicios (San Miguel in Ripa) y encuentros con grandes personalidades (Card. Antonio Tosti, la princesa Potocka, Civiltà Cattolica…).
Bocca della verità (El encuentro con los boyeros)
Esta escultura de mármol del siglo I, representando el rostro de uno de los dioses de la antigua Roma, fue testigo del simpático encuentro de don Bosco con unos boyeros en la Iglesia de Santa María in Cosmedin.
Esta magnífica y pintoresca iglesia del siglo VII, pasa desapercibida al gran número de visitantes que quieren fotografiarse metiendo su mano en la bocca de la enorme máscara colocada en el pórtico de la misma, con el deseo de no perderla y demostrar su honestidad.
El 6 de marzo, tras la visita al hospicio de San Miguel in Ripa, la lluvia los obligó a resguardarse en dicho pórtico. Es significativo el encuentro de don Bosco, en cuya banalidad se esconde la personalidad del santo, abierto siempre a toda clase de personas.
Allí esperaron a que cesara el chaparrón que inundaba las calles y contemplaron en una plaza, llamada Boca de la verdad, muchos bueyes uncidos que descansaban en medio del fango, expuestos al viento y a la lluvia. Los boyeros, que se habían refugiado en el mismo atrio, se pusieron a comer con un apetito envidiable. En vez de sopa o cocido tenían un pedazo de bacalao seco, del que arrancaba cada uno una hebra cuando le convenía. El pan era de centeno y de maíz y bebían agua.
Al ver su aire sencillo y bondadoso, se acercó don Bosco y les dijo:
-¿Qué? ¿Hay buen apetito?
-Mucho, contestó uno de ellos.
-¿Os basta esa comida para quitaros el hambre y manteneros?
-Nos basta; y gracias a Dios que no falte, puesto que los pobres no podemos aspirar a más.
-Porque no lo tenemos.
-¿Los tenéis siempre expuestos al viento y a la lluvia, día y noche?
-Siempre, sí señor.
Primera audiencia papal (9 de marzo de 1858)
Tras celebrar por la mañana en Santa María sobre Minerva donde habló con el cardenal Gaude, volvió a su residencia en las Cuatro Fontanas.
Marchó con Rua al Vaticano y llegaron a las once. Subieron a los salones pontificios, recibidos por la guardia suiza y los camareros del papa. Después de hora y media de espera en la antecámara del pontífice sonó la campanilla que anunciaba que podían entrar. Él y Rua que llevaba un ejemplar de Lecturas Católicas encontraron a Pío IX afable y sencillo. Se arrodillaron tres veces y le besaron la mano.
Como anécdota, cuentan las memorias que habían escrito mal su nombre y en lugar de Bosco pusieron Bosser. Por interés del papa, don Bosco le cuenta lo que hacía, y tras dialogar con Rua, que le entregó el ejemplar que llevaba, Pío IX quiso mandar una medalla de la Inmaculada para los quince encuadernadores del Oratorio. Luego dio una medalla más grande a Rua y otra aún mayor a don Bosco.
Abandonó Rua la estancia para que don Bosco y el papa hablarán a solas de diferentes asuntos.
Conversación con Pío XI
Agradeciendo el santo padre la ayuda recibida del oratorio en su exilio en Gaeta (los muchachos le mandaron treinta y tres liras) preguntó a don Bosco qué pasaría con su oratorio si muriese. Este le contesto que ese era el motivo de su venida a Roma. Entonces le entregó la carta de Fransoni y recibió el conocido consejo del papa:
Conviene que fundéis una Sociedad que no pueda ser estorbada por el Gobierno; pero al mismo tiempo no os contentéis con ligar a los miembros a través de simples promesas, porque de lo contrario no habría unión entre los socios, entre superiores e inferiores; nunca estaríais seguro de vuestros súbditos, ni podríais confiar en su voluntad. Procurad encauzar vuestras reglas según estos principios y, terminado el trabajo, se examinará. Pero la empresa no es fácil. Se trata de vivir en el mundo sin ser conocidos por el mundo. Pero si esta obra es obra de Dios, él os iluminará. Id, rezar y de aquí a unos días, volved y os diré cuál es mi idea.
Rua entró de nuevo para recibir la bendición y el papa les invitó a ver el vaticano en profundidad y a que les dejaran pasar por los lugares ocultos. Don Bosco aprovechó para ver los subterráneos y la tumba de San Pedro.
Cárcel de Santa María de los Ángeles y oratorios
Entre todas las visitas y personas con las que se encontró el santo hasta su segunda entrevista con el papa el 21 de marzo, quizás una de las más importantes fue la predicación que realizó por encargo papal a las reclusas de la cárcel de Santa María de los Ángeles del 15 al 20 de marzo.
La visita a distintos oratorios fue para don Bosco una ayuda para contrastarlos con el trabajo realizado en Turín. De sus visitas aprendemos el modelo de oratorio de don Bosco. Visitó el oratorio de Santa María de la Encina del que dice: En vez de oratorio debería llamarse recreatorio. Esto se debía a las escasas funciones religiosas que en él existían y la ausencia de eclesiásticos.
Lo compara con el oratorio de la Asunción, que visita después y le gustó bastante: su amplio patio dispuesto para cualquier clase de entretenimiento, la iglesia cercana, los muchachos mayores, el canto y las funciones nos transportaban con el espíritu a nuestro Oratorio de San Francisco de Sales
Segunda entrevista con Pío IX
El 21 de marzo recibe la invitación de ir al Vaticano a hablar con el papa.
Sea una sociedad con votos, porque sin ellos no se mantendría la unidad de espíritu y de acción; pero estos votos deben ser simples y fáciles de disolver, para que la malevolencia de alguno de los socios no altere la paz y la unión de los demás. Las reglas sean suaves y fáciles de observar. Que la forma de vestir y las prácticas de piedad no la señalen en medio del mundo. Quizás por eso, sería mejor llamarla Sociedad y no Congregación. En resumen, estudiad la manera para que cada miembro sea un religioso ante la Iglesia y un libre ciudadano ante la sociedad.
Con estas palabras insiste el papa sobre la necesidad de una nueva Congregación religiosa. Don Bosco le entrega el manuscrito de las constituciones y el santo padre aprueba la idea para fundar la nueva sociedad. Le preguntó sobre la obra y cómo se había gestado y si había tenido alguna visión. Don Bosco narró sus sueños extraordinarios y el papa le dijo: En llegando a Turín, escribid esos sueños y cuanto me habéis expuesto ahora, con todo detalle y naturalidad; guardadlo como patrimonio para vuestra Congregación; legadlo para estímulo y norma de vuestros hijos.
Quiso nombrar a don Bosco su camarero secreto con el título de Monseñor, pero el santo objetó: ¡Santidad! ¡Bonita figura haría yo de Monseñor en medio de mis muchachos! ¡Mis hijos no sabrían cómo reconocerme ni concederme toda su confianza si tuvieran que llamarme Monseñor!
El papa le concedió poder confesar en todas las partes de la Iglesia y para siempre, y la dispensa de la obligación de rezar el breviario.
Primera Semana Santa en Roma
La semana intensa de reuniones para montar una oficina de Lecturas Católicas en Roma culminó con el inicio del domingo de Ramos. La tarde del sábado, tras una salida al santuario de Genazzano, recibieron él y rua una invitación del papa para ir a las funciones en el Vaticano.
De esta manera, el 28 de marzo fueron a la basílica de san Pedro, donde recibieron la palma de manos del papa. El reconocimiento se intensificó con el nombramiento de don Bosco como caudatario del cardenal Marini, lo cual le permitía estar aún más cerca.
Una anécdota simpática que narran las memorias biográficas sucedió el domingo de Resurrección, en la habitual bendición Urbi et orbi, en la que don Bosco apareció sin querer frente a la silla gestatoria que portaba al papa.
Tercera y última audiencia con el papa
Finalizados los actos, el 6 de abril, va con don Rua y el teólogo Murialdo a su última audiencia en esta primera estancia en Roma, en la que el papa le recuerda el episodio de la bendición el día de Pascua. Le entregó el manuscrito de las constituciones con algunas notas y le dijo que lo entregara al cardenal Gaude para examinarlo.
Don Bosco le pide una palabra para sus muchachos a lo que el santo padre reponde con gran fervor: ¡La presencia de Dios!, respondió el papa ¡Decid a vuestros jóvenes de mi parte, que este pensamiento sea la norma de su vida!.
Le dio monedas de oro para una merienda con sus muchachos y se despidieron.
El encuentro en la Piazza del Popolo
Los siguientes días los pasó despidiéndose. Una de las despedidas paradigmáticas es la del cardenal Tosti con el que tiene una agradable conversación. Ante la pregunta del cardenal sobre cómo ganarse la confianza de los jóvenes, don Bosco le propone ver un ejemplo práctico y van a la Piazza del Popolo:
Bajó don Bosco de la carroza y el cardenal se quedó observando. Vio don Bosco un grupo de muchachos que jugaban, se acercó a ellos, pero los chicos escaparon. Entonces él los llamó con muy buenos modos y los muchachos después de algún titubeo, volvieron. Don Bosco les regaló unas chucherías, les preguntó por sus familias, y les dijo que a qué jugaban; les invitó a reanudar el juego, se quedó mirándolos y luego se metió a jugar con ellos. Entonces otros chicos, que observaban desde lejos, acudieron de los cuatro ángulos de la plaza en derredor del sacerdote que saludaba a todos cariñosamente y tenía una buena palabra y un regalito para cada uno: les preguntaba si eran buenos, si rezaban las oraciones, si iban a confesarse. Cuando quiso marcharse, le acompañaron un buen rato y no le dejaron hasta que subió a la carroza.
Vuelta a Turín (14 de abril de 1858)
Tras varias visitas y despedidas, a pesar de su intención de volver por tierra, tomó de nuevo el barco, pasando por Palo yCivittavecchia donde embarcó. El sacerdote Mateo Abrate narra en una carta el encuentro con don Bosco y Rúa:
Don Bosco, ya fuera porque no tenía plazas en los camarotes, ya fuera porque se mareaba, lo cierto es que se acostó en el desnudo suelo de la cubierta, junto a la barandilla de la nave, que ya estaba en marcha. Me dio pena y le ofrecí mi camarote y mi litera; pero no quiso aceptarlo y me lo agradeció vivamente. No me resignaba a dejar a aquel buen sacerdote durmiendo sobre el suelo de la cubierta; fui pues, al camarote, tomé mi colchón, se lo llevé y tuve que luchar bastante hasta conseguir que lo aceptase.
Bajaron a visitar Livorno y llegaron a Génova. De ahí partieron a Turín donde llegará el 16 de abril recibido con gran alborozo y cariño por sus muchachos que habían sufrido la ausencia de su padre durante casi dos meses.