Introducción
Siempre que nos hablan del término sacramento nos viene a la mente alguno de los siete sacramentos que la Iglesia ha practicado durante siglos. En la actualidad, no pocas veces nos encontramos con personas para las que la realización de estos ritos no tiene significado alguno, e incluso aquellas que los practican pero que los vacían de sentido.
Los sacramentos no son realidades estáticas o vacías, sino ritos que dinamizan la vida del creyente y la transforman, dotándola de un significado diferente a la de aquellos que viven la vida de una forma corriente. La historia concreta de relación con Dios de cada cristiano, de cada comunidad, de la Iglesia se modifica en la vivencia profunda de cada uno de los sacramentos a lo largo de la vida.
En este pequeño libro el autor nos invita a vivir de una manera distinta nuestra vivencia del sacramento y a abrir nuestro horizonte para ver la manifestación de Dios no solo en los siete sacramentos sino en la vida de cada día y en los acontecimientos personales. Es el momento de cambiar nuestra mirada de nuestra realidad vital, de ir más allá de lo meramente tangible, para ver a Dios en los acontecimientos cotidianos de nuestra existencia.
Resumen por capítulos
Capítulo 1: En este capítulo trata de dar un significado antropológico al sacramento. El hombre es capaz de leer en el mundo a Dios. El hombre moderno sigue siendo sacramental y produce símbolos expresivos de su interioridad. Sin embargo, se ha vuelto insensible ante ciertos símbolos esclerotizados y que necesitan explicación, dejando de ser señales. El juego del hombre con el mundo se produce en tres niveles:
- Las cosas producen en el hombre admiración y temor.
- El hombre consigue interpretar la realidad.
- El hombre se habitúa a los objetos y los convierte en símbolos.
Termina el capítulo caracterizando al lenguaje religioso y sacramental como evocativo, auto-implicativo y formativo.
Capítulo 2: «El sacramento del vaso».
Comienza hablando de un tanque de aluminio que ha pasado generaciones en una familia, y que se ha convertido en sacramento de bondad, dulzura, frescor y salud, convirtiendo un agua vulgar en buena y dulce. Define el sacramento como «señales que contienen, exhiben, visualizan y comunican otra realidad diversa de ellas, pero presente en ellas». Hay dos formas de visualizar una cosa: desde fuera (aspecto científico) o desde dentro (aspecto sacramental). En el primero el objeto no crea historia, en el segundo pertenece tiene una historia que habla de alguien.
Capítulo 3: «El sacramento de la colilla».
Una colilla dentro de la carta que su hermana le escribe para anunciar la muerte de su padre se convierte en sacramento, y recuerda y hace presente la figura de su padre. La función sacramental de una cosa se da cuando deja de ser cosa para convertirse en señal y evocar otra realidad.
Capítulo 4: «El sacramento del pan».
El pan horneado en casa evoca vivencias familiares, personas, momentos… En este capítulo habla sobre el pensamiento sacramental caracterizado por «el modo como el hombre aborda las cosas creando lazos con ellas». También explicará el trinomio inmanencia-transcendencia-transparencia. Por eso, el pan recuerda algo que lo trasciende, pero es inmanente (sigue siendo pan), volviéndose transparente para la realidad trascendente. La transparencia por tanto, acogerá ambas realidades, la inmanente y transcendente.
Capítulo 5: «El sacramento de la vela de navidad».
Una vela regalada por una anciana se convierte para el autor, en este capítulo, en sacramento navideño. Hablará de los sacramentos divinos y cómo Dios se hace presente en toda la realidad. Todo será sacramento, por tanto, para aquel que contemple todo desde Dios, ya que todo manifiesta a Dios. Trata de las funciones indicadora (hacia Dios) y reveladora (de Dios) del sacramento.
Capítulo 6: «El sacramento de la historia de la vida»
Con el ejemplo de su historia vocacional, propone la historia de la vida como hecho sacramental, al igual que la historia del pueblo de Israel culminada en el evangelio y la Iglesia. Hará, por tanto, un recorrido por la historia de Israel, de Jesús y los primeros cristianos.
Capítulo 7: «El sacramento del profesor de enseñanza primaria»
El personaje protagonista de este capítulo es el profesor Mansueto, ejemplo de persona para todos. Al igual que otros personajes ha sido llamado sacramento. El sacramento por excelencia ha sido Jesús de Nazaret. De Él era también sacramento el señor Mansueto, que encarnó su radicalidad.
Capítulo 8: «El sacramento de la casa».
La experiencia de su vida fuera de la casa, hace que el autor la ponga como ejemplo de sacramento. Hace un parangón con la Iglesia, como comunidad de fieles, que se convierte en Gran Sacramento, que lleva dentro el sacramento fontal que es Cristo.
Capítulo 9: «Los ejes sacramentales de la vida».
Tras hablar de la densidad del sacramento, tratará dos niveles del sacramento: el histórico-consciente (desarrollo histórico de los siete sacramentos) y el estructural-inconsciente. Además, unirá los siete sacramento a diferentes momentos-clave de la vida, culminando el capítulo con el significado del número siete.
Capítulo 10: «¿En qué sentido es Jesucristo el autor de los sacramentos?»
Al igual que diversas figuras se han convertido en propulsores de ciertas ideas, Jesucristo instituyó los siete sacramentos, mediante los cuales se expresa la fuerza salvífica de Dios. Los sacramentos de Dios se vuelven cristianos cuando se insertan en la historia de Cristo, cambiando radicalmente el significado de estos. Los sacramentos, por tanto, comunican la vida en Cristo.
Capítulo 11: «El sacramento de la palabra dada».
Poniendo como ejemplo al Señor Gómez, el autor comienza a hablar sobre la sacralidad de la palabra. De las dos partes que encontramos en este capítulo, la primera hablará sobre cómo los sacramentos actúan «ex opere operato», es decir, «la presencia de la gracia divina en el sacramento no depende de la santidad del que administra el sacramento o del que lo recibe». Culmina destacando la figura de Jesús como Palabra definitiva pronunciada por Dios.
Capítulo 12: «El sacramento de la respuesta dada y del encuentro celebrado».
Tras presentar varios ejemplos visuales, concluye con la necesidad de una respuesta a la propuesta que Dios hace a través del sacramento mediante la cual el hombre se abre en su vida a la gracia de Dios. La vivencia del sacramento exige un compromiso, por tanto, del creyente que quiere vivirlos con coherencia.
Capítulo 13: «Lo dia-bólico y lo sim-bólico en el universo sacramental».
En este penúltimo capítulo trata sobre la ambigüedad del sacramento y cómo puede tener función sim-bólica (unir, recordar y hacer presente) o dia-bólica (separar, escandalizar y conducir a desviaciones). En la primera el sacramento supone fe, la expresa y la alimenta, se concretiza en la Iglesia y es rememorativo. Por el contrario, se convertirá en sacramentalismo, es decir, en ideología y sin consecuencias prácticas.
Capítulo 14: «Conclusión: la sacramentología en proposiciones sintéticas».
En este último capítulo encontramos diferentes proposiciones sobre la estructura del universo sacramental.
Lee un fragmento
EL SACRAMENTO DE LA COLILLA (CAP. III)
En el fondo del cajón se esconde un pequeño tesoro: una cajita de cristal con una pequeña colilla; de picadura y de humo amarillento como las que se suelen fumar en el Sur del Brasil. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo esa insignificante colilla tiene una historia única. Habla al corazón. Posee un valor evocador de infinita añoranza.
Fue el día 11 de agosto de 1965. Munich, en Alemania. Lo recuerdo muy bien: Allá afuera las casas aplaudían al sol vigoroso del verano europeo; flores multicolores explotaban en los parques y se asomaban sonrientes a las ventanas. Son las dos de la tarde. El cartero me trae la primera carta de la patria. Llega cargada de nostalgia abandonada por el camino recorrido. La abro ansiosamente. Escribieron todos los de casa; parece casi un periódico. Flota un misterio: «Estarás ya en Munich cuando leas estas líneas. Igual a todas las otras, esta carta es, sin embargo, diversa de las demás y te trae una hermosa noticia, una noticia que, contemplada desde el ángulo de la fe es en verdad motivo de alborozo. Dios exigió de nosotros, hace pocos días, un tributo de amor, de fe y de embargado agradecimiento. Descendió al seno de nuestra familia, nos miró uno a uno, y escogió para sí el más perfecto, al más santo, al más duro, al mejor de todos, el más próximo a él, nuestro querido papá. Dios no lo llevó de entre nosotros, sino que lo dejó todavía más entre nosotros. Dios no llevó a papá sólo para sí, sino que lo dejó aún más para nosotros. No arrancó a papá de la alegría de nuestras fiestas sino que lo plantó más a fondo en la memoria de todos nosotros. No lo hurtó de nuestra presencia, sino que lo hizo más presente. No lo llevó, lo dejó. Papá no partió, sino que llegó. Papá no se fue sino que vino para ser aún más padre, para hacerse presente ahora y siempre, aquí en Brasil con todos nosotros, contigo en Alemania, con Ruy y Clodovis en Lovaina y con Waldemar en Estados Unidos».
Y la carta proseguía con el testimonio de cada hermano, testimonio en el que la muerte, instaurada en el corazón de la vida de un hombre de 54 años, era celebrada como hermana y como la fiesta de la comunión que unía a la familia dispersa en tres países diversos. De la turbulencia de las lágrimas brotaba una serenidad profunda. La fe ilumina y exorciza el absurdo de la muerte. Ella es el «vere dies natalis» del hombre. Por eso, en las catacumbas del viejo convento, en presencia de tantos vivos del pasado, desde Guillermo de Ockham hasta el humilde enfermero que pocos días antes acababa de nacer para Dios, celebré durante tres días consecutivos la misa santa de Navidad por aquel que allá lejos, en la patria, ya había celebrado su Navidad definitiva. ¡Y qué extraña profundidad adquirían aquellos antiguos textos de la fe: «puer natus est nobis…»!
Al día siguiente, en el sobre que me anunciaba la muerte, percibí una señal de vida del que nos había dado la vida en todos los sentidos, y que me había pasado desapercibido: una colilla amarillenta de un cigarrillo de picadura. Era el último que había fumado momentos antes de que un infarto de miocardio lo hubiera liberado definitivamente de esta cansada existencia. La intuición profundamente femenina y sacramental de una hermana, la movió a colocar esta colilla de cigarrillo en el sobre. De ahora en adelante la colilla ya no es una colilla de cigarrillo. Es un sacramento. Está vivo y habla de la vida. Acompaña a la vida. Su color típico, su fuerte olor y lo quemado de su punta lo mantienen aún encendido en nuestra vida. Por eso es de valor inestimable. Pertenece al corazón de la vida y a la vida del corazón. Recuerda y hace presente la figura del padre, que ahora ya se convirtió, con el pasar de los años, en un arquetipo familiar y en un marco de referencia de los valores fundamentales de todos los hermanos. «De su boca oímos, de su vida aprendimos que quien no vive para servir no sirve para vivir». Es la advertencia que colocamos para todos nosotros en la lápida de su tumba.
Citas
- El hombre es el ser capaz de leer el mensaje del mundo […] En lo efímero puede leer lo permanente; en lo temporal, lo eterno; en el mundo, a Dios.
- Todo lo real, no es sino una señal. ¿Señal de qué? De otra realidad, realidad fundaste de todas las cosas, de Dios.
- El hombre posee esta cualidad extraordinario: la de poder hacer de un objeto un símbolo y de una acción un rito.
- El cristianismo se comprende a sí mismo, en primer lugar, no como un sistema arquitectónico de verdades salvíficas, sino como la comunicación de la Vida divina dentro del mundo.
- El cristiano actual debería ser educado para percibir el sacramento más allá de los estrechos límites de los siete sacramentos.
- La estructura del lenguaje no es argumentativa sino narrativa. […] Quiere celebrar y narrar la historia del encuentro del hombre con los objetos, las situaciones y los otros hombres.
- El lenguaje de la religión y del sacramento casi nunca es descriptivo; es principalmente evocativo. Narra un hecho, cuenta un milagro, describe una irrupción reveladora de Dios, para evocar en el hombre la realidad divina. […] es auto-implicativo […] No deja a nadie neutro. Lo toca por dentro; establece un encuentro que modifica al hombre y a su mundo. […] es, finalmente, formativo, es decir, lleva a modificar la praxis humana.
- Los sacramentos no son propiedad privada de la sagrada jerarquía. Son constitutivos de la vida humana. La fe percibe la gracia en los gestos más rudimentarios de la vida, por eso los ritualiza y los eleva al nivel de sacramento.
- Esas cosas dejaron de ser cosas. Se convirtieron en gente. Hablan. Podemos oír su voz y su mensaje. Poseen un interior y un corazón. Se han convertido en sacramentos.
- La época moderna vive entre sacramentos pero no posee la apertura ocular capaz de visualizarlos reflejamente. Porque ve las cosas como cosas.
- Contemplando una cosa desde dentro, no me concentro en ella, sino en el valor y en el sentido que ella asume para mí. Deja de ser cosa para transformarse en un símbolo y en una señal que me e-voca, pro-voca y con-voca hacia situaciones, reminiscencias y hacia el sentido que ella encarna.
- Cuanto más profundamente se relacione el hombre con el mundo y con las cosas de su mundo, más aparece la sacramentalidad.
- Todo es sacramento o puede volverse sacramento. Depende del hombre y de su modo de ver.
- La transparencia quiere decir exactamente eso: lo transcendente se hace presente en lo inmanente. […] Lo transcendente, irrumpiendo dentro de lo inmanente, transfigura lo inmanente, lo vuelve transparente.
- El hombre posee una profunda experiencia de Dios. Dios no es un concepto aprendido en el catecismo. Ni es la cúspide de la pirámide que cierra armoniosamente nuestro sistema de pensamiento. Sino que es una experiencia interior que alcanza las raíces de su existencia. Sin él todo resultaría absurdo.
- Dios se le presenta como un misterio tan absoluto y radical que se anuncia en todo, lo penetra todo y en todo resplandece.
- Para quien vive a Dios de esta manera, el mundo inmanente se vuelve transparente para esta divina y transcendente realidad.
- El sacramento es una parte del mundo (inmanente) pero que aporta en sí otro mundo (transcendente).
- El sacramento sea siempre ambivalente. En él coexisten dos movimientos: uno que viene de Dios hacia la cosa y otro que va de la cosa hacia Dios.
- La luz tiene mayor derecho que las tinieblas. Esta es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Ella ya estaba en el mundo y el mundo era diáfano y transparente hacia Dios.
- La vida está hecha de relecturas del pasado. Cada decisión importante del presente abre nuevas visiones del pasado. Cada hecho ocurrido gana sentido en cuanto hulo conductor y secreto que cargaba latente con el futuro que ahora se hace presente. El hecho pasado anticipa, prepara, simboliza el futuro. Asume un carácter sacramental.
- La lucha de un pueblo por su liberación se transforma en sacramento; el movimiento obrero, que conquistó con sudor y sangre sus derechos fundamentales, el vecindario de un barrio que festeja los servicios públicos instalados en el local, como son la escuela, la asistencia médica, la luz eléctrica y el agua. En todos esos hechos se concretiza un poco el reino de Dios y se anticipa la salvación definitiva.
- Jesús de Nazaret, con su vida, sus gestos de bondad y su muerte valerosa, y su resurrección, es llamado el sacramento por excelencia. […] Era el sacramento vivo de Dios, que contenía, significaba y comunicaba la simpatía amorosa de Dios hacia todos.
- Dios marcó su encuentro con el hombre en todas las cosas. En ellas el hombre puede encontrar a Dios. Por eso todas las cosas de este mundo son, o pueden ser, sacramentales. Cristo es el lugar de encuentro por excelencia: en él Dios está de forma humana y el hombre de forma divina.
- Llegar es como echar el ancla tranquilo en el puerto seguro, después de haber pasado por toda suerte de posibles peligros. Hay tantos que viajan y nunca llegan… La llegada es buena porque el hombre no vive por mucho tiempo sin casa o fuera de casa. La casa es la porción del mundo que se ha vuelto sacramental.
- Tal vez, cuando el hombre salga del sistema solar, el mismo sistema en toda su amplitud comenzará a volverse sacramental, diferente de los otros, porque dentro de él gira la tierra, en la que hay un continente, una patria, un estado, una región, una ciudad y una casa familiar.
- La iglesia en su totalidad, como comunidad de fieles y comunidad de historia de la fe en Jesucristo resucitado, con su credo, con su liturgia, con su derecho canónico, con sus costumbres y tradiciones, con sus santos y mártires, fue siempre llamada Gran Sacramento de la gracia y de la salvación del mundo.
- Así como Cristo era el sacramento del Padre, la Iglesia es el sacramento de Cristo.
- La casa familiar y sacramental, vieja, con celdas estrechas y sin agua, franciscanamente pobre, a pesar de todas sus limitaciones, es agradable para vivir. […] Lo mismo ocurre con la Iglesia: es ya anciana, llega cargada de siglos, tiene las manos encallecidas de ablandar a los hombres, no raras veces es demasiado prudente.
- Donde se experimente radicalmente la vida, allí se experimenta a Dios.
- El bautismo desdobla esa dependencia en cuando a dependencia de Dios y la sublima como participación en la vida de Cristo.
- El sacramento de la Confirmación es el sacramento de la madurez cristiana.
- La Eucaristía desdobla el sentido latente del comer como participación de la misma vida divina.
- El amor vive de la gratuidad mutua. Los lazos que lo unen son frágiles porque dependen de la libertad.
- El Sacramento de la Unción de los Enfermos expresa el poder salvífico de Dios.
- El sacramento del retorno (Penitencia) articula la experiencia del perdón y el encuentro entre el hijo pródigo y el Padre bondadoso.
- El sacramento del orden unge personas para que vivan la reconciliación y las consagra al servicio comunitario.
- Cada vez que descendemos a la profundidad de nuestra existencia, ya sea asistiendo a la emergencia de nuestra vida, ya sea viéndola crecer, conservarse, multiplicarse, consagrarse, recuperarse de las rupturas demoledoras, no tocamos únicamente el misterio de la vida, sino que penetramos en aquella dimensión de Sentido absoluto que llamamos Dios y en la de su manifestación en el mundo que denominamos gracia.
- El sacramento cristiano es ese encuentro. Por un lado supone y asume el sacramento divino que preexiste en las religiones; por otro descubre una realidad presente en esos sacramentos divinos pero escondida para las religiones, y ahora manifiesta a través de la luz del misterio de Cristo.
- La palabra escrita puede ser tachada, borrada destruída. La palabra hablada, no. Es inviolable. Ya nadie la controla; es transcendente. Pronunciada en su densidad personal máxima, mantenida como se mantiene la vida y la honra, es por excelencia el sacramento revelador y comunicador de cada persona.
- El pan eucarístico no sólo visibiliza la comida cotidiana de la mesa de los hombres; hace presente, comunica y realiza, en medio de la comunidad de fe, el Pan del cielo que es Jesucristo.
- La tradición de fe siempre defendió que la gracia divina está infaliblemente presente en la realización del sacramento, con tal que sea realizado en fe y con la intención de comunión con la comunidad universal de los fieles. La presencia de la gracia divina en el sacramento no depende de la santidad del que administra el sacramento o del que lo recibe.
- La causa de la gracia no es el hombre y sus méritos, sino únicamente Dios y Jesucristo. Se dice, por tanto, que el sacramento actúa «ex opere operato», es decir, una vez realizado el rito sacramental y efectuados los símbolos sagrados, Jesucristo actúa y se hace presente. No en virtud de los ritos por sí mismos, pues no tienen poder ninguno, sólo simbolizan. Sino en virtud de la promesa del mismo Dios. Si no fuese así estaríamos en plena magia. Según ésta, los gestos sagrados poseen una fuerza secreta en sí mismos que actúa favorable o desfavorablemente sobre los hombres. El sacramento es profundamente diverso de la magia. En el sacramento se cree que Dios asume los sacramentos humanos, como el pan o el agua, para, a través de ellos, producir un efecto que supera sus propias fuerzas.
- El ministro le presta sus labios indignos, le presta su brazo, que puede realizar obras malas, y le presta su cuerpo que puede ser instrumento de maldad. La gracia acontece en el mundo siempre victoriosa, independientemente de la situación de los hombres.
- Dios pronunció en Jesucristo la Palabra que lo comprometió totalmente, y los sacramentos quieren dar concreción a lo que esto significa en las diversas situaciones de la vida humana. Los ritos con los que rodeamos los nudos vitales y existenciales no son meros instrumentos de la gracia, son ya la misma gracia visible; significan la erupción y la explosión del acto salvador de Dios dentro de la historia. Al celebrarlos, saboreamos ya, de forma anticipada, el definitivo triunfo de Dios sobre toda la maldad humana. Gracias al sacramento.
- Sólo en la acogida humilde del fiel, el sacramento se realiza plenamente y fructifica en la tierra humana empapada de la gracia divina. El sacramento emerge, fundamentalmente, como encuentro del Dios que desciende hacia el hombre el hombre que asciende hacia Dios.
- El hombre va descubriendo a Dios y su gracia en los gestos significativos de la vida. Se va abriendo; va acogiendo su venida; va festejando su epifanía. Hasta que en la ceremonia oficial de la comunidad de la fe, celebra y saborea la diafanía entre los velos frágiles de los elementos materiales y de las palabras sagradas. Tras la ceremonia sacramental, el fiel vive de la fuerza extraída de ella y prolonga el sacramento en la vida.
- El sacramento, en consecuencia, exige compromiso. Por lo demás la palabra «sacramentumn significaba ya para los primeros cristianos de lengua latina, exactamente un compromiso, compromiso de cambio en la praxis, conversión que no era sólo una apropiación de nuevas convicciones acerca de Dios, del destino del hombre o de la esperanza de su liberación por medio de Jesucristo.
- El rito, sin el compromiso que supone, encarna y expresa, es magia y mentira ante los hombres y ante Dios.
- Un hombre apareció en Galilea y anunció que este mundo tiene un sentido eterno, que el destino de la vida es la Vida y no la muerte, que la felicidad que se espera de Dios es para los que lloran, para los perseguidos, calumniados y torturados, que este mundo tiene un fin bueno y que ya está garantizado por Dios. En Galilea proclamó una gran alegría y una buena noticia para todo el pueblo. Era el Hijo de Dios encarnado, Jesucristo, nuestro liberador. Hizo el bien, curó, perdonó pecados, generó esperanza, resucitó muertos, amó a todo el mundo.
- Jesús cuestionaba, exigía conversión, no legitimaba el statu quo social o religioso. Postulaba un nuevo modo de relación de los hombres entre sí y de todos con Dios. Esas exigencias fueron captadas por los detentadores del poder sagrado, jurídico y social. Aceptar a Jesús implica cambiar de praxis; es un riesgo muy grande.
- El sacramento tiene un momento sim-bólico, el de unir, recordar y hacer presente. En primer lugar, el sacramento supone la fe. Sin la fe el sacramento no dice nada ni habla de nada.
- En segundo lugar, el sacramento expresa la fe. La fe no consiste, fundamentalmente, en una adhesión a un credo de verdades teóricas sobre Dios,.el hombre, el mundo y la salvación. La fe, antes que nada, es una actitud fundamental.
- En tercer lugar, el sacramento no sólo supone y expresa la fe, sino que también la alimenta. El hombre, al expresarse, se modifica a sí mismo y al mundo. Al encarnarse y objetivarse elabora aquellos gastos y aquellas palabras que forman el alimento de su fe y de su religión.
- El sacramento de la fe exige una conversión permanente. Conversión es un constante volverse hacia Dios y hacia Jesucristo. No sólo un volverse intelectual, sino práctico. Convertirse en buscar la presencia de Dios y de su gracia en todas las cosas y en cada situación de la vida; es vivir conforme a esa presencia exigente de Dios.
- El cristianismo de la pequeña burguesía y de la clase media satisfecha se presenta, no raras veces, como puramente sacramentalista. Es una fe de una hora por semana con ocasión de la misa del domingo, o de algunos momentos importantes de la vida.
- Hay personas que aprovechan cualquier ocasión para recibir un sacramento, con el deseo de acumular gracia. La preocupación principal no es el encuentro personal con el Señor, sino el acumular en términos cosistas, como si la gracia divina fuera una cosa que pudiese ser acumulada y coleccionada.
- Se piensa erróneamente, que el sacramento actúa por sí mismo en virtud de una fuerza misteriosa inherente a los mismos elementos sacramentales. Ya no es Cristo quien opera como causa, sino la ceremonia por sí misma. Es una interpretación y una vivencia mágica del sacramento.