Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras
(Lumen Gentium 11)
Conocer la meta ideal del sacramento, es decir, lo que debería ocurrir en la vida personal del confirmado, tiene en primer lugar que cuestionar a cada uno de aquellos que quiere recibir el sacramento sobre el sentido del sacramento en su propia vida. Dios siempre está abierto a donarse y regalarse a todos sus hijos, somos nosotros los que tenemos que estar dispuestos a recibirlo.
Aquellos que tienen la oportunidad de recibir el sacramento de la confirmación en una edad más madura, y no cuando son pequeños, tienen la ocasión de vivirla de una manera diferente, desde la visión de aquel que está convencido de lo que hace. Para ello hay que encontrar las motivaciones profundas que nos llevan a recibir esta gracia.