Comienza el Papa dedicando la introducción al santo que «vuelve a motivarle para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social», a San Francisco de Asís. Cuenta la visita del santo al Sultán Malik-el-Kamil como ejemplo de fraternidad.
Animado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb y por la pandemia de la Covid-19, el Papa Francisco escribe «esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras».
La encíclica se compone de ocho capítulos, iniciándose con el titulado «Las sombras de un mundo cerrado». En forma de denuncia de las injusticias del mundo actual el Papa destaca diferentes sombras que son, entre otras, el fracaso de un proyecto común que parecía gestarse en el mundo, el descarte de los ancianos, el despilfarro de alimentos, la inequidad de la riqueza, el racismo, la desigualdad de derechos humanos, la desigualdad entre hombres y mujeres, la esclavitud… Una de las sombras que destaca al final del capítulo es la de la inmigración, considerando como inaceptable la actitud alienante de algunos cristianos frente al fenómeno migratorio, «haciendo prevalecer ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona». Solo el encuentro real, no virtual, con el otro creará una verdadera fraternidad.
El capítulo segundo, titulado «Un extraño en el camino» se abre paso con la parábola del buen samaritano del evangelio de Lucas, donde nuevamente pone el foco de atención en los pobres y heridos, los que son «diversos» a nosotros. La explicación de la parábola no tiene desperdicio y toca el corazón de todos, invitándonos a acercarnos a curar al diferente, al herido, independientemente de quien sea.
Tras este análisis, contrapone el capítulo tercero al primero, titulándolo «Pensar y gestar un mundo abierto». Ante la cerrazón de un mundo individualizado y egoísta el Papa plantea el amor como el motor de salir de uno mismo hacia una valorización de la dignidad del otro. De ahí parte el concepto de amistad social como «amor que se extiende más allá de las fronteras». Destaca el Papa el valor de la solidaridad como virtud expresada en el servicio a los demás, aprendida en la familia.
El capítulo cuarto, «Un corazón abierto al mundo entero», plantea los retos de una nueva fraternidad de formas muy concretas. Os invito a leer el párrafo 130. Entre los retos encontramos:
- «Respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona».
- «La ayuda mutua entre países termina beneficiando a todos».
- «Asumir con cordialidad lo local».
«La mejor política» da titulo al siguiente capítulo que hablará sobre la necesidad de una «mejor política puesta al servicio del verdadero bien común». El trabajo es la primera arma contra una pobreza interesada y un asistencialismo vacío. Para ello propone la reforma de la organización actual de los estados. No se queda en hacer una crítica a la política sino que propone nuevos caminos hacía la verdadera política que el mundo necesita «capaz de reformas las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas» y de asumir el compromiso por un mundo más justo donde reine la ternura (punto 194).
«Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar». Así inicia el capítulo sexto titulado «Diálogo y amistad social», donde propone esta vía como medio para vivir mejor en un mundo mejor.
En el penúltimo capítulo indica los «Caminos de reencuentro», caminos de paz para sanar heridas. Caminos de la verdad, la justicia y la misericordia (punto 227) donde el perdón y la reconciliación ayuden a la paz social. Termina el Papa denunciando la injusta realidad de la guerra y la pena de muerte que no aportan nada.
Culmina la encíclica con el capítulo titulado «Las religiones al servicio de la fraternidad del mundo» haciendo un llamamiento a los cristianos a vivir en la fraternidad que emana del evangelio de Jesús. Pide la libertad religiosa y la unidad de la Iglesia, una unidad no carente de diferencias pero que nos hace ver el núcleo importante de nuestra fe: «la adoración a Dios y el amor al prójimo».
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