Introducción

El olvido nos ayuda a seguir viviendo. Sin él, el ser humano viviría inmerso en un laberinto de lamentos del que no podría salir, anclado en un pasado que le dejaría ante la imposibilidad de poder mirar al futuro con esperanza, y viviendo en una profunda e infinita desazón.

Nadie vive la vida sin el profundo deseo de que sea algo mejor de lo que es, aunque a veces vivamos anestesiados por la euforia del presente, hasta que nos damos cuenta de que en realidad no somos felices. Pero, ¿qué le ocurre a una persona que pierde todo en su vida, a la que le obligan a desprenderse hasta de su propio cabello?

Un sinfín de sentimientos y mecanismos se disparan en el demacrado cuerpo de aquel que aunque vivo vive muerto. No imagino qué podrá desear una persona que vive sin futuro, sin sentido de la vida.

Aun así el protagonista de esta historia nos ayuda a recordar que siempre, a pesar de todo, el ser humano es capaz de dar un sentido a su vida, aunque todo parezca ir en contra. Es capaz incluso de regenerarse tras un acontecimiento terrible.

El olvido nos hace vivir. Pero no un olvido vacío, que nos obliga al cese de la memoria, sino aquel que regenera la vida, es decir, un olvido existencial que nos ayuda a seguir adelante.

Esto no quiere decir que tengamos que olvidarlo todo. Como decía George Santayana: «Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo». Aunque el olvido es necesario para vivir, más decisiva e importante es la memoria, para que no caigan en el abandono las cosas que sí debemos recordar.

Una de ellas nos la narra este libro, que se hace eco del dolor sufrido durante uno de los mayores horrores de la historia de la humanidad, que algunos aún se aferran en negar. El horror sufrido en los campos de concentración nazis es paradigma de la tortura que muchos seres humanos han sufrido y sufren mientras se aferran al deseo de una vida mejor.

Breve reseña:

La primera parte del libro «El hombre en busca de sentido», dividida en tres fases el libro, narra las vivencias del psicólogo judío Víctor Frankl en el conocido  campo de concentración nazi de Auswitch, y en otros como el de Dachau. La experiencia de la existencia desnuda vivida tras infatigables días de tren, será el punto de partida de la descripción del horror vivido, que dará paso a la narración de la vida en el campo de concentración en la segunda fase de la obra. La llegada de la Cruz Roja dará fin a todas los duros acontecimientos sufridos, y una vuelta a la normalidad en la vida del prisionero número 119.104.  

La segunda parte del libro está dedicada a conceptos de la Logoterapia, una nueva psicoterapia que propone que la voluntad de sentido es la motivación primaria del ser humano, propuesta por el mismo autor.

Lee un fragmento:

La libertad interior

Tras este intento de presentación psicológica y explicación psicopatológica de las características típicas del recluido en un campo de concentración, se podría sacar la impresión de que el ser humano es alguien completa e inevitablemente influido por su entorno y (entendiéndose por entorno en este caso la singular estructura del campo de concentración, que obligaba al prisionero a adecuar su conducta a un determinado conjunto de pautas).

Pero, ¿y qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad espiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado? ¿Es cierta la teoría que nos enseña que el hombre no es más que el producto de muchos factores ambientales condicionantes, sean de naturaleza biológica, psicológica o sociológica? ¿El hombre es sólo un producto accidental de dichos factores? Y, lo que es más importante, ¿las reacciones de los prisioneros ante el mundo singular de un campo de concentración, son una prueba de que el
hombre no puede escapar a la influencia de lo que le rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad de elección?

Podemos contestar a todas estas preguntas en base a la experiencia y también con arreglo a los principios. Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos, los cuales prueban que puede vencerse la apatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar un vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física. Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino.Y allí, siempre había ocasiones para elegir.

A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso
típico.Visto desde este ángulo, las reacciones mentales de los internados en un campo dé concentración deben parecemos la simple expresión de determinadas condiciones físicas y sociológicas. Aun cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo.

Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales
circunstancias, decidir lo que sería de él —mental y espiritualmente—, pues aún en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión: “Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos” y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no
se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.

Una vida activa sirve a la intencionalidad de dar al hombre una oportunidad para comprender sus méritos en la labor creativa, mientras que una vida pasiva de simple goce le ofrece la oportunidad de obtener la plenitud experimentando la belleza, el arte o la naturaleza. Pero también es positiva la vida que está casi vacía tanto de creación como de gozo y que admite una sola posibilidad de conducta; a saber, la actitud del hombre hacia su existencia, una existencia restringida por fuerzas que le son ajenas. A este hombre le están prohibidas tanto la vida creativa como la existencia de goce,
pero no sólo son significativas la creatividad y el goce; todos los aspectos de la vida son igualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene que serlo también. El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa. La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿Sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra: ¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la
pena de ser vivida.

Citas:

  1. No es ya el dolor físico lo que más nos hiere; es la agonía mental causada por la injusticia, por lo irracional de todo aquello.
  2. Comprendí enseguida de una forma vívida, que ningún sueño, por horrible que fuera, podía ser tan malo como la realidad del campo que nos rodeaba y a la que estaba a punto de devolverle.
  3. Por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre.
  4. La salvación del hombre está en el amor y a través del amor.
  5. Comprendí como el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad si contempla al ser querido.
  6. El amor trasciende de la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu.
  7. Nadie puede juzgar, nadie, a menos que con toda honestidad pueda contestar que en una situación similar no hubiera hecho lo mismo.
  8. El hombre puede conservar un vestigio de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las terribles circunstancias de tensión psíquica y física.
  9. Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino.
  10. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
  11. El modo en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva, la forma en que carga con su cruz, le da muchas oportunidades – incluso bajo las circunstancias más difíciles, para añadir a su vida un sentido más profundo.
  12. Por doquier, el hombre se enfrenta a su destino y tiene siempre oportunidad de conseguir algo por vía del sufrimiento.
  13. Los responsables del estado de ánimo más íntimo del prisionero no eran tanto las causas psicológicas ya enumeradas cuanto el resultado de su libre decisión.
  14. No hay nada en el mundo que capacite tanto a una persona para sobreponerse a las dificultades externas y a las limitaciones internas, como la consciencia de tener una tarea en la vida.
  15. Siempre le pedimos algo a la vida pero nunca nos detenemos a preguntarle a la vida que nos pide ella a nosotros.
  16. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama.»
  17. Lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado.
  18. Nadie tiene derecho a obrar mal, ni siquiera aquél que fue tratado injustamente.
  19. Claro está que solo unos pocos son capaces de alcanzar cimas espirituales elevadas. Pero esos pocos tuvieron la oportunidad de llegar a la grandeza humana aun cuando fuera a través de su aparente fracaso y de su muerte.
  20. El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena.
  21. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa, no podrá nunca tirar su vida por la borda.
  22. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y mental.
  23. Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida.
  24. Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea.
  25. No había ninguna necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de sufrir.
  26. ¿Cómo es posible que hombre de carne y hueso como los demás pudieran tratar a sus semejantes en la forma que los prisioneros aseguran que los trataron?
  27. La bondad humana se encuentra en todos los grupos, incluso en aquellos que, en términos generales, merecen que se les condene.
  28. Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales.
  29. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración.
  30. La experiencia final para el hombre que vuelve a su hogar es la maravillosa sensación de que, después de todo lo que ha sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su Dios.

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