• Introducción

Me parece tan fascinante la precisión y seriedad con la que los primeros padres quisieron defender la fe de la Iglesia ante la presencia de las herejías, que quería comenzar con este título: Cuánto lío por una iota. La significatividad del título la desarrollaremos al final del presente trabajo que versará sobre la influencia del arrianismo en la Iglesia del siglo IV, y el papel esencial del concilio de Nicea. El fin del trabajo no es comprender filosófica o teológicamente de forma perfecta todo el contenido doctrinario y las conclusiones, sino de viajar a través del tiempo al siglo IV e intentar revivir muchos de los acontecimientos y discusiones que ocurrieron.

  • Contexto histórico

Muchos acontecimientos se sucedieron desde que Rómulo y Remo fundaron la ciudad de Roma hasta la gran expansión romana que culminará en la formación del conocido como Imperio Romano. La pregunta que tendremos que responder para entender bien el arrianismo es cómo llegó Constantino a único emperador del imperio para poder convocar el concilio

Para ello debemos ir al año 284. Con la llegada al poder del emperador Diocleciano en ese año llega el cambio de organización del imperio. Se terminará imponiendo una tetrarquía siete años después. Este sistema de gobierno no hereditario estaba formado por dos Augustos (Diocleciano y Maximiano) y dos césares (Constancio y Galerio) más jóvenes que sucederían a los anteriores. Estos cuatro formarían un colegio presidido por Diocleciano. Diocleciano y Maximiano abdicaron, y “automáticamente, Constancio Cloro y Galerio ascendían a augustos y nombraban césares a dos oficiales”[1]: Severo y Maximino. Pero los hijos de ambos augustos (Constantino y Majencio) estaban ansiosos de poder.

El problema llegó con la muerte de Constancio en el 306. El ejército apoyó a su hijo Constantino y lo proclamaron César y luego Augusto. Así del 306 al 307 encontramos como augustos a Galerio y Severo, y tres césares: Constantino, Maximino y Majencio. “En 309 se contaban siete emperadores”[2], que entraron en guerras entre sí por el poder.

Llegamos al año 313, donde las sucesivas guerras de poder llevan a la división del imperio entre dos emperadores: Constantino en Occidente y Licinio en Oriente, ayudado por el co-emperador Martiniano.

  • De grandes persecuciones a religión de Estado.

Pero volvamos al 303, en plena tetrarquía. En el mes de febrero del 303 comienza la que será “la persecución más grave y duradera que la iglesia había soportado hasta entonces”[3].  Todo el distrito controlado por el augusto Diocleciano vivió una época de grandes persecuciones, en contraste con los de Maximiano y Constancio. Esta masacre continuó en la parte gobernada por Galerio y no se acabarán hasta la muerte de éste en el 311; y hasta el 313, en la parte dominada por Maximino, “cuando Licinio se hizo con el poder en la parte oriental del imperio”.[4]

En el 312, Constantino vencerá a Majencio en el Puente Milvio[5]. Será antes de esta batalla cuando tendrá la famosa visión. Tras esta victoria, los Padres de la Iglesia ya libres de la persecución se dedican a definir sus principales dogmas frente a las herejías. En Oriente Licinio (sucesor de Galerio) vence a Maximino en la batalla de Tzirallum en el 313. Así Constantino tuvo que compartir el imperio con Licinio, que será su cuñado en ese mismo año, tras el edicto de Milán. No será hasta la guerra del 324[6], cuando al fin podrá el emperador Constantino adquirir la autoridad sobre todo el imperio. “El sistema de sucesión de estos emperadores cambió en el sentido de que Constantino recuperó el de asociar al poder al heredero en vida del emperador”[7] 

  • El decreto de tolerancia (311) y edicto de Milán (313).

Sin embargo, ya en el 311, Galerio, ante la imposibilidad de doblegar a los cristianos, decide decretar un edicto de tolerancia que “devolvía a la Iglesia la libertad de la que había gozado durante el siglo III”[8], época anterior a la persecución de Diocleciano. Sin embargo, las persecuciones continuarán en la zona de Maximino.

Dos años más tarde, el edicto de Milán es el primero que proporcionará libertad religiosa en todo el imperio, ya que fue firmado en dicha ciudad por los dos augustos existentes en el año 313: Constantino y Licinio.

“Yo, Constantino Augusto, y yo también, Licinio Augusto, reunidos felizmente en Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y al bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes asuntos que veíamos merecían nuestra primera atención el respeto a la divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás, facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad”[9].

Como Licinio no cumplió el acuerdo, Constantino se enfrentó a él y lo derrotó en el 324. “Al entrar victorioso en Nicomedia, la capital hasta entonces del imperio oriental […] Constantino escuchó con mucha aflicción que las provincias orientales estaban en plena discordia; que unos obispos excomulgaban a otros”[10]. Desde ese momento el emperador fue aumentando cada vez más los privilegios de la Iglesia y le devolvió sus bienes confiscados. “Sus hijos Constantino, Constante y Constancio continúan el mismo camino, cada vez más favorable al cristianismo, y Teodosio el Grande lo lleva a su término, cristianizando el imperio”[11].

  • La Iglesia de Alejandría anterior al Concilio de Nicea.

Volvamos al 313. No sólo encontramos el edicto de Milán, sino también la llegada de Alejandro como obispo de Alejandría. Este obispo, gran detractor de Arrio, encontrará a una Iglesia en Alejandría bastante diversa y dividida[12], que intentará unir entorno a él.

El nuevo patriarca envía a Arrio a un suburbio de Alejandría. En la Iglesia de Baucalis “consiguió un gran ascendiente entre los fieles, y especialmente entre las vírgenes, por su ascetismo y sus extraordinarias cualidades de orador”[13]. Allí Arrio consigue lo que no consiguieron Melecio y Coluto: crear una de las mayores controversias en el seno de la Iglesia.

Aunque había sido excomulgado por Pedro I, que lo había ordenado de diácono anteriormente, fue acogido por su sucesor Aquila, que lo ordenó sacerdote. Alejandro, sucesor de este último obispo, tuvo de nuevo que excomulgarlo, ya que su doctrina fue denunciada[14].

En una conferencia “Arrio expuso sus ideas con riqueza de argumentos; sus adversarios le replicaron”[15], pero el obispo Alejandro acabó oponiéndose a Arrio y le prohibió propagar su doctrina. Sin embargo, Arrio y sus seguidores no se retractaron.

Fue tal el revuelo que formó, que Alejandro se vio “casi obligado” a convocar a más cien obispos de Egipto y Libia “en un concilio que no tendría lugar antes del 320”[16]

Excepto dos de los obispos seguidores de Arrio (Segundo de Tolemaida y Teonas de Marmárica), el resto del centenar de obispos también condenaron a Arrio, y fue excomulgado de nuevo junto con sus seguidores (“cinco presbíteros, seis diáconos y solamente dos obispos”[17]).

Arrio convencido de sus ideas, huyó y buscó apoyo en amigos de la escuela de Antioquía, que ya eran obispos. En el exilio consiguió ganarse el apoyo de los obispos Eusebio de Cesarea y Eusebio de Nicomedia (“influyente consejero de Constanza, mujer de Licinio y hermana de Constantino”[18]).

“Su primera etapa del viaje debió ser Cesarea de Palestina, donde recibió buena acogida de su obispo Eusebio”[19] donde irá ganando muchos adeptos a través de todas sus cartas.

Continuará su viaje por Nicomedia donde será obispo su otro amigo Eusebio. Así este problema que “había comenzado siendo local, o al menos reducido, trascendió a todo el imperio”[20].

La controversia con Arrio, podemos decir según documentos históricos, comenzará en el 318 con la carta de Arrio a Eusebio de Nicomedia. Poco a poco esta controversia pasará de ser sólo una cuestión circunscrita a una zona muy concreta del imperio, a una controversia de todo el imperio. Así, en otoño del 324 tras la unificación del imperio, Constantino “estaba lo suficientemente preocupado como para enviar a Osio a Alejandría”[21] debido a la división que encuentra en oriente. Este obispo, consejero del emperador “no consiguió ni la retractación de Arrio ni la paz eclesial; en vista de lo cual, aconsejó al emperador que convocase un Concilio Universal”[22]. Osio tuvo que presidir un concilio en Antioquía que de nuevo condenaría a Arrio, y que sería preludio para la convocación imperial de un nuevo concilio.

  • Antecedentes al hereje Arrio.  

Antes de profundizar en el Concilio de Nicea, debemos volver atrás en el tiempo, y tratar el tema de las herejías desde los inicios de la Iglesia, de forma que podamos “comprender” mejor a Arrio. A pesar de que en la Iglesia de los primeros siglos se sucederán multitud de problemas y herejías, la primera que tendrá más trascendencia será el arrianismo, que afectará a todo el imperio gracias a la capacidad de expansión que tuvo.  

Sin embargo, esta doctrina donde viene negada la igualdad del Hijo y el Padre, y por tanto su divinidad, no le viene a Arrio a través de una iluminación, sino que en realidad se trata de la punta de un iceberg que navegó durante siglos en el seno de la Iglesia, y que incluso será excusa para la separación entre la Iglesia Católica y Ortodoxa.

Todo comenzó con la dicotomía Jesús-Dios o Jesús-hombre que desde el principio aparecen como herejías. Es curioso cómo encontramos en el canon escritos que se posicionan en contra de estos herejes.

Pues han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo” (2 Jn 1,7).

En este fragmento el autor no hace más que rebatir el docetismo, herejía que aboga por una encarnación en apariencia, donde Jesús sólo sería hombre en apariencia, pero ni siquiera habría pasado por el sufrimiento de la cruz, sino que había aparentado todo.

El simonianismo es también una herejía que se extenderá desde los primeros siglos, y que ya aparece en el libro de los hechos de los apóstoles, pero que no tendrá relevancia en este tema, sólo como ejemplo de herejía en los primeros siglos dentro del canon:

“Un hombre llamado Simón se encontraba ya antes en la ciudad practicando la magia […]pero cuando creyeron a Felipe que les anunciaba la Buena Nueva del reino de Dios y del nombre de Jesucristo, se bautizaban tanto los hombres como las mujeres. El mismo Simón también creyó y, una vez bautizado, estaba constantemente con Felipe […] Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan […] Al ver Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se confería el Espíritu, les ofreció dinero […] Pero Pedro le dijo: «¡Vaya tu dinero contigo a la perdición, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero! (Hch 8,9-23).

El problema llega con el monarquianismo “pretendía dar una solución al problema de compaginar los dogmas de la unidad de Dios y de la divinidad de Cristo”[23]. Para ello creían que el Hijo no era una persona distinta del Padre, sino que esa misma divinidad con una forma o modalidad es Padre, y con otra forma es Hijo.

Inconscientemente, los primeros padres con el fin de contrarrestar el monarquianismo, y más tarde el sabelianismo, realizaron una serie de doctrinas heterodoxas que simplemente se oponían aparentemente a la doctrina ortodoxa, que podemos también ver en las raíces del arrianismo. Es la doctrina del subordinacionismo.

Como dice Tertuliano en Adversus Praxeam esta doctrina propugnada por Práxeas (el monarquianismo) defendía que “el mismo Padre descendió a la Virgen, nació de ella, sufrió; él fue en realidad Jesucristo”.

Sin embargo, al hacer su defensa, Tertuliano “no sabe evitar el escollo del subordinacionismo”[24]:

El Padre es la sustancia completa, pero el Hijo es la derivación y porción del entero, como Él mismo reconoce: ‘Mi padre es mayor que yo’.[…] Así que el Padre es distinto al Hijo, por ser mayor que el Hijo, en la medida en que Aquel que engendra es uno, y Aquel a quién se engendra es otro; también, Aquel que envía es uno, y Aquel a quién se envía es otro; y de nuevo, Aquel que hace es uno y Aquel mediante el cual se hace la cosa es otro.[25]

A pesar de este fallo, Tertuliano fue el primer de hablar de tres personas y una sustancia. Veremos que Arrio, también habló de las tres hypostasis en su carta a Alejandro.

No es cuestión de ver todos los casos que se dio en la Iglesia primitiva de subordinacionismo, sino de ver que más allá de la heterodoxia que algunos autores pudieron tener, el caso de Arrio marcará la herejía. No es momento de discutir cuestiones teológicas ni de profundizar más, sino simplemente de tomar conciencia de la dificultad que tiene la cuestión arriana. No puedo evitar el pensamiento de que, si a algún otro padre de la Iglesia hubiera sobrevivido hasta la época de Arrio, habría defendido su doctrina. 

  • Filón, Clemente y Orígenes en la teología de Arrio.

Estos tres personajes nacidos en Alejandría tendrán una gran repercusión en los escritos de Arrio, sobre todo Orígenes. No se trata ahora de ver todas las posibles y no posibles influencias, sino que pretendo evitar que se crea que Arrio expone en sus escritos un pensamiento novedoso y peligroso. Por el contrario, es necesario ver que esta herejía llegará al pensamiento alejandrino desde el siglo primero. Empezaremos por el más antiguo. Filón, un judío del siglo primero, a pesar de su lenguaje confuso y contradictorio, trata de aunar la filosofía griega con el judaísmo. Para el presente trabajo nos interesa la concepción que este autor tiene sobre el Logos. Para él, el Logos es “el más excelso de los seres intermedios”[26]. Aunque piensa que fue engendrado por Dios, lo considera inferior a él, pero por encima de todos los demás seres. Así “Filón oscila entre dos concepciones análogas a las que se darán más tarde en la Iglesia cristiana como monarquianismo y arrianismo”[27].

De la misma manera piensan autores como Clemente de Alejandría. Ambos quieren que el Dios inefable, inaccesible e impenetrable se acerque de alguna forma a la materia, al ser humano. Y aunque Dios “no está obligado a revelarse o a salvar”[28] por su libertad, lo quiere hacer. Arrio y Clemente tienen muchos términos iguales.

A pesar, de nuevo, de las dificultades que plantea Orígenes, podemos concluir que “el Logos de Orígenes (como el de Filón y Clemente) es aquello de Dios que nos es accesible y podemos compartir”[29]. Sin embargo, Orígenes va más allá: no hubo un momento en que el Logos no existía y Dios como Padre tiene que tener un Hijo. Así Orígenes, al contrario que Filón, unirá el Logos y el Hijo en una misma cosa. Ante tanto lío filosófico, podemos preguntarnos: ¿qué tiene que ver Orígenes con Arrio? Resumo aquí los puntos en común según Williams Rowan:

  1. Arrio pertenece a la tradición de Orígenes porque sostiene la trascendencia del Padre, la imposibilidad de que los dos principios sean inengendrados, del mismo orden y autónomos. 
  2. Ambos discrepan en la eternidad del hijo y la necesidad del Hijo que tiene el Padre para crear.

Puesto, que no es el caso del trabajo, ponernos a discurrir por caminos filosóficos, no extenderé mucho más esta parte. Tendríamos que remontarnos a las discusiones entre los defensores de Platón y los de Aristóteles para comprenderlo mejor, sin embargo, vamos a intentar comprender mediante la lectura de sus textos su teología.

  • Escritos de Arrio

Entendamos mejor la doctrina arriana a través de sus textos. “Solo poseemos un puñado de textos que pueden ser considerados con seguridad como portadores del pensamiento de Arrio. Al margen de éstos, dependemos enteramente de la información de sus enemigos”[30]. Sus textos anteriores al concilio de Nicea son tres:

  1. Profesión de fe presentada a Alejandro de Alejandría (fue firmada por Arrio y once partidarios más): esta carta debido a su destinatario “es menos radical”[31] que la posterior.
  2. Carta de Arrio a Eusebio de Nicodemia: Arrio rechaza con mayor radicalidad la enseñanza de su obispo Alejandro.
  3. El banquete o Thalia: son fragmentos extraídos por Atanasio en De synodis 15 y en Contra los arrianos.

Tras el Concilio conservamos la Profesión presentada por Arrio y Euzoio al emperador en el 337.

  • Carta a Alejandro.

No podemos analizar ahora todos los textos de Arrio. Por ello, para comprender la doctrina arriana, analizaremos la profesión de fe presentada en forma de carta al obispo Alejandro, por dos motivos: presenta un buen resumen de su doctrina, y se muestra comedido y menos radical.

“Invitados por Eusebio, Arrio y algunos de sus seguidores fueron a Nicomedia. Allí compusieron una exposición de su fe en forma de carta pública”[32]. Aquí exponemos el texto completo, datado por Rowan Williams en el 321, que será comentado en las notas:

Nuestra fe, que hemos recibido de nuestros antepasados y que también hemos aprendido de ti, padre santo, es ésta. Reconocemos un solo Dios, el único ingénito (agennétos), e1 único eterno (aïdios), el único sin causa o principio (anarchos), e1 único verdadero, el único que posee inmortalidad, el único sabio, e1 único bueno, e1 único soberano, juez de todas las cosas, que lo controla y lo administra todo, inmutable e inalterable, justo y bueno, Dios de la ley y de los profetas y de la nueva alianza [33], que engendró a su único Hijo antes de tiempos sin fin[34]; por medio del cual hizo los tiempos y todo lo que existe, engendrándole no aparentemente sino realmente[35], dotándole de subsistencia por su propia voluntad; [engendrándole como alguien] inmutable e invariable, creación perfecta de Dios, pero sin ser una entre las demás criaturas, un ser engendrado (gennéma), pero no como las otras cosas engendradas (ton gegennémenon)[36]; no descendencia del Padre en el sentido de una emanación (probole) como pensaba Valentin, ni descendencia del Padre en el sentido de una porción consustancial (meros homoousion) del Padre[37], como lo explicaba Maniqueo; ni, como decía Sabelio, dividiendo la mónada, un «Hijo-Padre» (huiopator);ni tampoco, como Hieracas [decía], una lámpara encendida dc otra lampara o, por así decirlo, una única luz [dividida] en dos; ni algo que existía de antemano y posteriormente fue engendrado o restablecido Como un hijo —como tú mismo, padre santo, has condenado muchas veces a quienes proponen tales explicaciones, en tu enseñanza pública en la iglesia y en el sinodo (en sunedrio). Mas bien, como nosotros afirmamos, [el Hijo] fue creado por la voluntad del Padre antes de todos los tiempos y de todos los siglos, recibiendo del padre su vida y su existencia, haciendo que las glorias, del hijo existan junto a él[38]. Porque el Padre, al darle la herencia de todas las cosas, no se privó de aquello que él tenía de un modo ingénito en su vida, pues él es la fuente de todo.

Por consiguiente, existen tres realidades subsistentes[39] (hypostaseis), pero Dios, al ser la causa de todas las cosas, no tiene principio y es absolutamente único (monotatos), mientras que el hijo, intemporalmente (achronos) engendrado del Padre, creado y establecido antes de todos los siglos, no existía antes de que fuera engendrado, sino que fue intemporalmente engendrado antes de todas las cosas; sólo él recibió la existencia [directamente] del Padre. Pues él no es eterno, coeterno o ingénito como el padre, ni tiene su ser junto a1 del Padre, como algunos dirían, [en virtud de] su relación con él (ta pros ti), postulando así dos primeros principios autosuficientes. Antes bien, es [solamente] Dios como mónada y primer principio del universo, el que existe de este modo antes de todo. Así existe antes que el Hijo (pro tou huiou), como hemos aprendido de ti, padre Santo, en la predicación pública de la Iglesia. Consecuentemente, puesto que el recibe su existencia, su gloria y su vida del Padre, y todo le ha sido entregado, es en este sentido en el que Dios es su principio y su fuente (archo). Tiene autoridad sobre el Hijo como dios suyo, y como aquel que existe antes que él. Pero si algunos entienden las expresiones <<de él>> (ex autou) (Rom 11,36) y <<del seno>> (Sal 110,3), así como <<salí del Padre y he venido>> (Jn 10,28) como si se tratase de una porción de algo cosustancial o de una emanación, entonces, según ellos, el Padre es compuesto y divisible y mutable y material; en lo que a ellos respecta, el Dios que carece de cuerpo experimenta lo que es propio de un cuerpo.

  • El contraste ideológico-teológico de la doctrina arriana y alejandrina.

Llega el momento de resumir la doctrina arriana y alejandrina, que encontramos en las cartas anteriores al concilio.

El arrianismo tiene como punto de partida dos principios fundamentales:

  1. Dios es uno, eterno, inmaterial, no creado e incomunicable. “Fuera de Él, todo lo demás que existe son meras criaturas suyas”[40]. Como Dios es ingénito (agennetos: “lo que existió desde siempre”) “tiene que ser de alguna manera anterior al Verbo, pues de lo contrario tendríamos dos ingénitos sin principio, lo que sería contra la unicidad de Dios”[41].
  2. “La filiación del Hijo no era natural sino más bien adoptiva”[42], porque si la generación fuera natural, Dios pierde su esencia infinita porque tiene que comunicar algo de su propia naturaleza.

De estos dos principios Arrio concluye:

  • Dios no fue siempre Padre. Hubo un tiempo en el que Dios estaba completamente sólo. Dios es anarchos, sin arjé.
  • Cristo no puede ser eterno (no es coeterno) y ha sido creado ‘ex nihilo’ (de la nada), porque Dios desde su libertad ha tenido la voluntad de crearlo como instrumento para la creación del mundo y de las demás criaturas.
  • Inicia su creación con el Hijo, como un individuo distinto de él, que es creado “antes de todos los siglos”, a pesar de que el Padre exista antes que él. El hijo no existió siempre, sino que fue creado de la nada al igual que todas las demás criaturas.
  • El Logos (hijo) es distinto del Padre, no tiene su misma naturaleza. Es el primero de todas las criaturas y la más excelente. Aunque mudable moralmente, es insuperable moralmente.
  • El origen del Hijo no es en el tiempo, pero es posterior al Padre. 
  • Llega a decir que la Palabra no es Dios verdadero, aunque lo llamen Dios. Jesús era Dios sólo porque Dios lo había adoptado como tal y le había otorgado ese don.
  • Aunque no declara el papel del Espíritu Santo, lo define como la tradición como una de las tres hipóstasis.
  • Dios es totalmente libre y la única fuente de todas las cosas, no puede quedar limitado por algo. Sin embargo, su misericordia y amor se revelan en las escrituras.
  • Las sustancias del Padre, Hijo y Espíritu santo son de naturaleza distinta

En el lado contrario Alejandro confiesa que:

  • El hijo es coeterno con el Padre. Es “producto ingénito”. “El hijo es un producto, porque proviene de Dios, y es ingénito, porque no tiene su origen en el tiempo, por ellos coexiste con Dios inengendradamente”.
  • El Hijo no está hecho de la nada.
  • “El obispo alejandrino invoca el prólogo del evangelio de S. Juan, en el que dice que el Verbo era desde el principio en su Padre y que todo fue creado por el Verbo”[43] y su generación es naturaleza. Es de la misma naturaleza.
  • Para Alejandro los arrianos quieren eliminar la divinidad de Cristo. El verbo es igual que el Padre, es divino y no está sujeto a mudanzas.

El problema está aquí: “si el Verbo no era Dios, Jesucristo no pudo redimir al mundo”[44].

En el siguiente cuadro[45] encontramos las principales divergencias:

  • Concilio de Nicea

¿De verdad era todo tan importante, como para que el emperador de todo un imperio se preocupara por una Iglesia que hasta hace poco había sido perseguida y que no ocupaba más de un 10% de toda la población? Como ya dijimos, cuando el emperador llegó a Nicomedia, la capital de oriente, el ya cristiano Constantino, se dio cuenta de todas las discordias que existían entre los obispos de orientes, que se excomulgaban entre sí. El cambio radical de su vida debió sorprender a los cristianos “de a pie”.

Para solucionar el problema, mandó al que había sido su fiel consejero desde el 313, el obispo Osio de Córdoba. “Constantino envió a Osio, hombre de su entera confianza, con cartas especiales para Alejandro y para Arrio”[46] donde expresa su pena y deseos de reconciliación de ambos:

El Vencedor Constantino, Máximo, Augusto, a Alejandro y Arrio:

Pongo por testigo, como es de razón, al mismo Dios, protector de mis empresas y salvador universal, de que doble ha sido el motivo de aquello cuyo empeño he asumido con hechos. Me propuse, en primer lugar, hacer converger una sola pauta de comportamiento las opiniones que todos los pueblos sustentan sobre la divinidad; en segundo lugar, restaurar y reconstruir el cuerpo común de la población, que se hallaba como aquejado de una grave herida. […]

He descubierto, pues, dónde radica la raíz de la presente querella. Pues, cuando tú, Alejandro, preguntabas a los presbíteros qué pensaba cada uno de ellos sobre cierto lugar de los que están consignados en la ley, o más bien, sobre un aspecto baladí de cierta cuestión, tú, Arrio, contestaste a tontas y a locas algo que o no era conveniente en principio concebir, o que, concebido, tenía que haberse relegado al silencio; de donde, comenzada la controversia, se suspendió la asamblea, y el sacrosanto pueblo, escindido en posiciones banderizas, se distanció de la armonía que tiene un cuerpo común. Así pues, que cada uno de vosotros, brindando el perdón de común acuerdo, acoja lo que vuestro consiervo en justicia os aconseje. […]

Pues si las gentes de Dios, es decir, mis consiervos, están divididos entre sí por tan injusta y dañina disensión, ¿cómo va a ser posible que siga yo manteniéndome entero de ánimo? Para que os percatéis de la inmensa pena que tengo por ello: no hace mucho, estando en Nicomedia tomé la decisión de dirigirme con toda urgencia a Oriente. Cuando ya me acercaba a vosotros a toda prisa, y estaba de vosotros a medio camino, la noticia de este me hizo revocar el plan y regresar, para no verme obligado a contemplar con mis propios ojos aquello que ni siquiera de oídas imaginé posible al enterarme.[47]

“Osio fue el encargado de llevar la carta al obispo de Alejandría. Lo más probable es que Arrio estuviera entonces en Nicomedia al amparo de su condiscípulo Eusebio”[48]. Su plan fracasó y por ello Osio “propuso al emperador, como medio para lograr la paz y unión, la celebración del concilio de Nicea”[49]. Aunque al principio el concilio se iba a realizar en Ancira, “la conveniencia y el agradable clima de Nicea”[50]hicieron que se celebrara en Nicea. Hasta allí acudieron los obispos[51] a través del servicio postal del imperio. Aunque es considerado el primer concilio ecuménico, en realidad acudieron “a lo sumo una cuarta parte de los existentes”[52]. Además, el emperador lo convocó sin consultar a Roma.

En este concilio los temas principales serían el problema de Arrio y el de la fiesta de la Pascua.

Junto a todos estos obispos llegaron también presbíteros y diáconos. “Merece citarse entre estos últimos al joven secretario de Alejandro, Atanasio”[53]. Este joven diácono sería acérrimo defensor de la doctrina antiarriana.

No puedo evitar imaginar todo este ingente grupo de eclesiásticos, todos vestidos con los trajes de su época llegando en el mes de mayo a aquel lugar. Tampoco puedo dejar de pensar en esa solemne inauguración, cuando en el palacio imperial entraba el emperador el 20 de mayo del 325:

Efectuaron los convocados su ingreso en la sala central del palacio imperial, que en amplitud aventajaba netamente a las demás, y habiéndose instalado por orden unos bancos a ambos costados de la sala, todos fueron ocupando sus asientos según jerarquía. Cuando se hubo sentado toda la asamblea en decente concierto, el silencio se apoderó de la concurrencia, a la espera de que apareciera el emperador: hizo su entrada un primero de su escolta, después un segundo, y un tercero. Precedieron su llegada otros que no eran los soldados y lanceros de rigor, sino sólo los amigos fieles. Poniéndose todos en pie a una señal, que indicaba la entrada del emperador, avanzó éste al fin por en medio, cual celeste mensajero de Dios, reluciendo en una coruscante veste como con centelleos de luz, relumbrando con los fúlgidos rayos de la púrpura, y adornado con el lustre límpido del oro y las piedras preciosas. Esto, en cuanto a su cuerpo. En cuanto a su alma, era patente que estaba engalanado con el temor a Dios y la fe. […]Cuando llegó al lugar principal donde comenzaban las ringleras de asientos, mantúvose en medio de pie; puesto a su disposición un pequeño sitial fabricado de oro macizo[54].

Entre las discusiones “los primeros en hablar fueron los lucianistas simpatizantes de Arrio y propusieron una fórmula de fe que no conocemos” [55]. Eusebio de Cesarea propuso el símbolo bautismal de su Iglesia, que se parecía al de los apóstoles. El concilio lo aceptó, pero le añadió el término griego homoousios (consustancial al Padre). Aunque no estaban de acuerdo, los dos Eusebio firmaron, pero Arrio y dos obispos libios (Segundo de Ptolemaida y Teonás de Marmárica) no lo hicieron y fueron excomulgados. El emperador completó la condena decretando su destierro.

El Concilio dio como resultado el credo niceno:

Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado por el Padre, unigénito, es decir, de la sustancia del Padre; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; consustancial (homoousios) con el Padre; por quien todo fue hecho: en el cielo y en la tierra; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y volverá para juzgar a vivos y muertos; y en el Espíritu Santo. Y a los que dicen que hubo un tiempo en que no existió antes de nacer y que comenzó a existir de la nada, y a los que afirman que el Hijo de Dios es de una hipóstasis o ousía diferente, o que está sujeto a alteración y cambio, a éstos los anatematiza la Iglesia católica y apostólica.

  • Homoousios frente a Homoiousios

Es hora de analizar el título del trabajo, que no es otro que la diferencia entre estas dos palabras, que no es más que una iota. Junto a otros títulos otorgados a Jesús como “Hijo de Dios”, que era también aceptado por Arrio, es matizado con el “homoousios”[56] o consustancial con el Padre, que “describe la íntima e inseparable unión entre el Padre y el Hijo. Ambos son literalmente de la misma sustancia”[57] o ousía. Así el Padre y el Hijo son iguales. “La consustancialidad significada formalmente por el homoousios en el símbolo niceno equivale a la afirmación de que la naturaleza del Hijo es tan divina como la del Padre”[58]

También incluye el enunciado “engendrado no creado” para rebatir a Arrio. Afirma por tanto que el Padre no crea al Hijo por el acto libre de su voluntad, sino que el hijo es coeterno con el Padre. Por tanto, el Hijo no es creado ex nihilo.

“La expresión tradicional Dios de Dios que Arrio aceptaba, fue matizada”[59] con Dios verdadero de Dios verdadero. De esta forma el Hijo ya no es “dios” entre comillas sino es Dios plenamente como el Padre.

Tras haber ganado el homoousios en el Concilio, a pesar de los detractores, los arrianos quisieron proponer un término parecido: homoiousios, diferente por tan sólo una iota griega. El primer término hemos visto que significaba “de la misma sustancia” mientras que el segundo “de sustancia semejante”. Aunque algunos “se mostraron dispuestos a ceder […] Atanasio era consciente de que la diferencia de una sola iota amenazaba a todo el edificio de la fe cristiana y se negó”[60].

  • Otros problemas aprobados por el Concilio:

Fueron expuestos 20 cánones referentes a la disciplina eclesiástica: “se prohibió la ordenación de recién bautizados, de eunucos y de quienes hubieran apostatado durante la persecución, se estableció la vida común de clérigos, y se reorganizó la vida comunitaria de las vírgenes, se condenó la usura; se estableció la fecha de pascua conforme a la tradición romana; y se encargó a la Iglesia de Alejandría el cálculo de la fecha de Pascua”[61]. Además, se allanó el camino para el regreso de los adeptos del cisma de Melecio y los novacianos.

  • Más allá del Concilio

El trabajo no consiste en lo que pasará después del Concilio, pero conviene recordar que este conflicto seguirá adelante hasta el 381 con el Concilio de Constantinopla. “Casi todos estaban contra Arrio y su negación de la divinidad de Cristo, pero a muchos les disgustaba la expresión homoousios= consubstancial”[62]. El problema más grave vendrá sobre todo con la muerte del emperador Constantino y su sucesor, su hijo Constancio, que era arriano. Tras un largo camino lleno de dificultades para los católicos, será Teodosio el emperador que declarará el cristianismo como religión oficial del estado y prohibirá el arrianismo, que será condenado por el Concilio de Constantinopla.

Así “en el espacio de ochenta años, el cristianismo pasó de ser una religión perseguida a ser la religión oficial del Imperio”[63]

  • Conclusión

A pesar de toda la controversia que supuso el arrianismo para la Iglesia, tuvo grandes repercusiones positivas que resume el profesor Jesús Álvarez Gómez, que no se verán hasta la llegada del Concilio siguiente. Según él, la teología progresó considerablemente gracias a grandes teólogos, se buscó mayor comunión con el primado del obispo de Roma, se fortaleció la fe popular que fue purificada tanto en occidente como en Oriente.

Sin duda, más tarde o más temprano, con Arrio o sin él, la Iglesia habría de afrontar todos estos asuntos filosófico-teológicos que estructurasen la fe y aclarasen las creencias de todos los cristianos. Sin embargo, la pregunta de si mi fe podría ser diferente sin Arrio, no deja de invadirme la mente.


[1] LUIS PERICOT GARCÍA, Historia de Roma, ed. Montaner y Simon S.A. (Barcelona 1970) p.349.

[2] PAUL PETIT, Historia de la antigüedad, ed. Labor (Barcelona 1967) p. 332.

[3] ROWAN WILLIAMS, Arrio: herejía y tradición, ed. Sígueme (Salamanca, 2010) p. 47.

[4] Ibídem, p. 47.

[5] Uno de los más importantes del río Tíber.

[6] La batalla de Adrianópolis llevó la victoria a Constantino, que acabó unificando el imperio y lo llevó a un periodo de paz.

[7] ANTONIO MORENO HERNÁNDEZ, Cultura Grecolatina: Roma (I), ed. UNED (Madrid 2008) p. 116.

[8] AGUSTÍN FLICHE, La Iglesia del Imperio Vol. III, Ed. Edicep. (Valencia 1977) p. 15.

[9] Traducción de Lactancio en De mortibus persecutorum.

[10] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 23.

[11] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 353.

[12] La Iglesia está dividida por el cisma de Melicio, que había aprovechado las persecuciones y encarcelamiento de otros obispos para gobernar otras diócesis. Además, encuentra un grupo en torno a Hieracas, que cuestionaba la resurrección del cuerpo, defendía el celibato para todo cristiano y negaba la salvación a los niños fallecidos en su infancia.

[13] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la Iglesia I. Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 2001) p.239.

[14] Según San Epifanio Alejandro fue advertido por Melecio, aunque otros autores postulan que fueron simples fieles los que le advirtieron.

[15] AGUSTÍN FLICHE, La Iglesia del Imperio, Ed. Edicep. (Valencia 1977) p. 82.

[16] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 39.

[17] J. DANIÉLOU/H.I. MORROU, Nueva Historia de la Iglesia Tomo I. Ed. Cristiandad (Madrid 1982) p. 288.

[18] JUAN MARÍA LABOA, Historia de la Iglesia. Ed. San Pablo (Madrid 2005) p. 171.

[19] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 40.

[20] https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4459854.pdf, p. 45.

[21] ROWAN WILLIAMS, Arrio: herejía y tradición, ed. Sígueme (Salamanca, 2010) p.74.

[22] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la Iglesia I. Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 2001) p.240.

[23] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 224.

[24] JOHANNES QUASTEN, Patrología, Tomo I: Hasta el concilio de Nicea. Ed. BAC (Madrid 1961) p. 567.

[25] Fragmento de Adversus Praxean de Tertuliano.

[26] COPLESTON FREDERICK, Historia de la filosofía, I-Gracia y Roma, Ed. Ariel (Barcelona 1984) p. 452.

[27] Ibídem p. 453.

[28] ROWAN WILLIAMS, Arrio: herejía y tradición, ed. Sígueme (Salamanca, 2010) p. 154.

[29] Ibídem p. 162.

[30] ROWAN WILLIAMS, Arrio: herejía y tradición, ed. Sígueme (Salamanca, 2010) p. 115.

[31] SAMUEL FERNANDEZ, Arrio y la configuración inicial de la controversia arriana, Scripta Theologica Vol.45 (2013), P. 15.

[32] JOHANNES QUASTEN, Patrología, Tomo II: La Edad de oro de la literatura patrística griega. Ed. BAC (Madrid 1962) p. 13.

[33] El punto de partida lo encontramos en torno a la defensa de Dios como uno, ingénito, eterno, sin causa.

[34] En esta carta el Hijo es creado por el Padre, pero antes del tiempo, como habían dicho autores como Justino, Taciano y Orígenes.

[35] Hace una distinción real entre el Padre y el Hijo, contra los monarquianos.

[36] El Hijo proviene del Padre de un modo único, no como las demás criaturas.

[37] Evita el homoousios con el fin de evitar una visión materialista de Dios.

[38] El origen del Hijo no es en el tiempo. Sin embargo, el hijo no es coeterno con el Padre sino que tiene un principio y existe por voluntad del Padre.

[39] Aunque la discusión es entre el Padre y el Hijo, introduce aquí la concepción tradicional de Tertuliano de las tres personas y un solo Dios. Nos hará en este último párrafo un resumen donde vemos que quiere dar la prioridad siempre al Padre, por encima del Hijo.

[40] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 370.

[41] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 45.

[42] Ibídem p. 45.

[43] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 46.

[44] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 371.

[45] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 48.

[46] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 372.

[47] Carta de Constantino, citada por Eusebio, Vida de Constantino.

[48] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 26.

[49] B. LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, Tomo I: Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 1964) p. 373.

[50] ROWAN WILLIAMS, Arrio: herejía y tradición, ed. Sígueme (Salamanca, 2010) p. 84.

[51] Según Rowam Williams: El número de asistentes es un tema sumamente incierto. Eustacio de Antioquía calcula que había bastantes más de doscientos setenta obispos […]. Atanasio, habiéndose decidido en un principio por trescientos, redondeó la cifra más tarde fijándola en los simbólicos trescientos dieciocho. La investigación actual […] no ha ofrecido más que unos doscientos nombres.

[52] LUDWIG HERTLING, Historia de la Iglesia, ed. Herder (Barcelona, 1981), p. 94.

[53] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 57.

[54] EUSEBIO DE CESAREA, Vida de Constantino.

[55] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 62.

[56] Etimológicamente se compone de homós (igualmente) y ousía (sustancia o esencia).

[57] SCOTT HAHN, El credo: la profesión de fe a lo largo de los siglos. Ed. Rialp (Madrid 2017) p. 71.

[58] I. ORTÍZ DE URBINA, Nicea y Constantinopla, ed. Eset (Vitoria 1969) p. 85.

[59] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la Iglesia I. Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 2001) p.242.

[60] SCOTT HAHN, El credo: la profesión de fe a lo largo de los siglos. Ed. Rialp (Madrid 2017) p. 73.

[61] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la Iglesia I. Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 2001) p.243.

[62] LUDWIG HERTLING, Historia de la Iglesia, ed. Herder (Barcelona, 1981), p. 96.

[63] JESÚS ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la Iglesia I. Edad Antigua. Ed. BAC (Madrid 2001) p.231.

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